viernes, 12 de abril de 2024

AMOR, CONOCIMIENTO Y PIEDAD POR EL SUFRIMIENTO HUMANO

Desconozco el número de personas que se han reunido en la ría de Bilbao para celebrar la victoria de su equipo de fútbol en un importante trofeo nacional. Ignoro si ha superado la cifra de un millón que se dice hubo en la anterior ocasión hace cuarenta años, por esa estupidez convocante que llaman sentir los colores de un club deportivo. Lo que sí me gustaría observar es similar comportamiento en la ciudadanía como protesta ante el genocidio del pueblo palestino por el Estado de Israel o, centrándonos en España, ante la posibilidad nada remota de que nos roben de modo paulatino la sanidad pública. A este Lazarillo le agradaría mucho más una sociedad gobernada y educada en las tres simples pasiones que gobernaron la vida de Russell, pero para eso hace falta sentir otros colores y calores: los de la cultura y la solidaridad:


Bertrand Russell

Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.
He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Eso era lo que buscaba y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que ‒al fin‒ he hallado.
Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.
El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacia volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.
Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad.
Autobiografía, 1967.

DdA, XX/5611

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