miércoles, 7 de febrero de 2024

"IBA VESTIDA DE NEGRO, LLENA DE MUERTOS LA MIRADA..."

 

«… Oh España, qué triste pareces
Quisiera asistir a tu muerte total, a tu sueño completo,
saber que te hundías de pronto en las aguas, igual que un
navío maldito…»

José Hierro

Tarde de invierno

Mi tiempo no sólo es esas
tierras amarillas.
Pero, si digo «mi tiempo»,
aparecen ellas. Brillan
ellas. Pulsan mis recuerdos
ellas, con su brasa viva.

Quiero ver flores, mas sólo
veo piedras, y cenizas,
y soledad. Cuando digo
«mi tiempo», cuando declina
mi memoria a su ayer, piso
tierras amarillas.
Sólo tierras amarillas.

Había más. Olvidé
las otras cosas que había.
Si cierro los ojos, veo
la luz de que se teñían.
Cielo de abril. Los vencejos
sobre el oro de la misa.
Hoy, ayer, mañana, siempre
tierras amarillas.
Hombres de color de piedra
poniente. Las lejanías
tapiadas. Un olor denso,
dulce, de flores marchitas,
y madera, y humo, y sombra,
y melancolía.

Puedo ver un hombre muerto,
inmenso, en el mediodía
luminoso (no concreto
este recuerdo). Vestía
de verde y plata. Tendido,
callado, inmóvil, encima
del silencio, como un álamo
recién cortado.

Podría
recordar tanto… fijar
tantas horas… andaría
de nuevo tantos lugares,
veredas desconocidas,
tiempo sin mí, hazañas propias
que no me pertenecían…

Digo «tiempo mío», y veo
tierras amarillas
naciendo de un sueño, hiriendo
mi realidad, confundidas
con sueño ajeno, evidencias
ajenas. Y así principia
el corazón a zumar
su veneno. Las heridas
me duelen a mí. Me hieren
las flechas desconocidas
que yo no sé cómo son,
ni por qué, quién las guía.

No sé lo que pienso. Pronto
cesará la lluvia. Brilla
el sol entre nubes. Alguien
vendrá, me hablará. La risa
romperá el encanto y todo
será como ser solía.

Yo estaba callado, enfrente
del mar, y no me dolía
el corazón. Pero ha entrado
una anciana. Iba vestida
de negro, llena de muertos
la mirada. «¡Aquellos días
—ha suspirado—, aquel tiempo
perdido definitiva-
mente…!»

Así vine a pensar
en mi tiempo, roto en esas
tierras amarillas.

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