martes, 6 de febrero de 2024

CUANDO LOS POBRES MORÍAN EN LAS GUERRAS POR NO REDIMIRSE EN METÁLICO

 


Félix Población

Allí estuvo, en la guerra de Cuba, porque no pudo pagar los 6.000 reales de los que sí disponían los más potentados y sin duda más patriotas de la época, uno de mis bisabuelos, que por suerte regresó a su Asturias sano y salvo después participar en aquella contienda en la que perdieron la vida algo más de 41.000 soldados españoles, de los cuales el 22 por ciento falleció a causa de enfermedades. 

La litografía que ilustra estas líneas pertenece el semanario republicano y anticlerical El Motín, dirigido por el escritor José Nakens entre 1881 y 1926. Es obra de Antonio Macipe y en la misma aparece un hombre junto a su familia en el momento de ser reclutado para cumplir el servicio militar obligatorio, por no tener posibilidad de reunir el dinero necesario para la redención en metálico, por la cual podría evitar ser alistado y destinado a la entonces colonia española de Cuba

La litografía fue publicada en 1885, bastantes años antes de que tuviera lugar la guerra de tres años (1895-1898) en la isla caribeña con la intervención decisiva de Estados Unidos, después del atentado en el acorazado Maine, del que se acusó a España y más pareció una acción intencionada para propiciar la intervención militar norteamericana. Es significativo que todavía haya historias del periodismo español que, a semejanza de la única escrita durante la dictadura franquista, la de Pedro Gómez Aparicio, descalifiquen al semanario de José Nakens, sobre todo por su carácter anticlerical, y no tengan en cuenta el valor de ese periodismo crítico que para mi bisabuelo materno y tantos otros miles de reclutas de extracción popular tuvieron publicaciones como la de Nakens. 

En 1912, con el gobierno de José Canalejas, se empezó a aplicar la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, que reducía la duración del servicio en filas a cambio del pago de una cantidad de dinero, por lo que nuevamente las clases adineradas pudieron servirse de estas reducciones, bien pagando mil pesetas para que fuera de diez meses, o dos mil si el servicio duraba sólo cinco. Nuevamente, por lo tanto, fueron los soldados de familias modesta,  con servicios militares de tres años, los que se dejaron su vida en las atroces guerras del norte de África de las primeras décadas del siglo XX. 

A las clases medias -según consta en las crónicas de la época-  las salvaba empeñar sus bienes o firmar préstamos bancarios a intereses excesivos para que sus hijos no nutrieran de carne de cañón los ejércitos de reemplazo en tierras norteafricanas, tal como decía el cantar que entonaban los quintos de entonces: Si te toca te jodes / que te tienes que ir / que tu madre no tiene / para librarte a ti. 

Recientemente recordó Arantza Margolles el caso de un soldado asturiano que regresó herido a su tierra en 1899 procedente de Cuba y falleció en el Hospital de la Caridad de Gijón. Los gastos por esa estancia hospitalaria y el cortejo fúnebre corrieron a cargo de la Sociedad Filantrópica Gijonesa, una entidad obrera que se dedicaba a socorrer a los soldados que regresaban de las guerras en Cuba y Filipinas, bien fuera heridos, enfermos o sin posibles para retornar a la vida civil. Como recuerda el profesor David M. Rivas, los mozos de clase obrera y campesina iban a la muerte en ultramar para gloria y buchaca de la monarquía y de la oligarquía, especialmente de la catalana, y, si regresaban, acababan en su mayoría en la miseria o dependiendo de la solidaridad de las organizaciones proletarias.

¿Qué creen que diría Aznar el de las Azores y otros patriotas de su partido sobre aquella guerras, de haber sido de los políticos que las defendieron, como sería lo propio de su ideario y condición? En esos años, en lugar de las patrañas sobre la tenencia de armas de destrucción masiva que justificó la invasión de Irak y la muerte de cientos de miles de iraquíes, bastaba la patraña de la patria para conducir a cientos de miles de jóvenes de familias modestas, que no podían preservar su vida con dinero, para que la perdieran en las colonias de ultramar o en las guerras atroces del norte de África, durante el reinado de Alfonso XIII al que llamaban por eso el Africano.

DdA, XX/5.560

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