jueves, 22 de febrero de 2024

AYUSO Y CEAUCESCU: COMO EN BUCAREST, LOS VIEJOS DE MADRID REZAN PARA NO ENFERMAR



Valentín Martín

EN COPLAS SE VIO LA DOLORES
Ser viejo es una mala decisión. Pero lo peor es que no puedes elegir. Dejas de ser soberano y quedas a la intemperie de las amazonitas que ni siquiera saben jugar al mus. Asumes que ya jamás te besarán, porque los besos de los viejos dan mucha risa y algún asquito también. Se comprende, he escrito muchas veces que yo tampoco besaría a Anthony Hopkins.
Pero un poco de consideración no estaría mal. Y ahorrarse atrocidades como la de Ayuso, también. La hermana del vendedor de mascarillas, denunciado por su propio jefe, dice que no dejó trasladar al hospital a 7.291 viejos que estaban en las residencias cuando el covid porque se iban a morir igual. Pues igual que tú, ángel de amor, aunque quizás tardes un poquito más. Esto nuestro es una torre que se desmorona sola. Y por muchos viejos que te quites del presupuesto no te van a adelgazar las caderas.
Total, que entre el desdén de las mocitas y el riesgo de vivir bajo las decisiones metálicas de esta mujer, los viejos no ganamos para sustos. Y así vamos de eugenesia en eugenesia.
Tengo que decirle yo a Ayuso una cosita antes de que me calle para siempre, como en las bodas cuando había bodas de Gloria Lasso y cosas así. Que decisión tras decisión, ella se parece cada vez más a Ceaucescu. Con esto que digo, no se atisbe a un individuo con el sentimiento trágico de la vida traducido a Hermano Lobo. Ni un resabio por ser aún más bajito que Napoleón.
Cuando yo vivía a ratos en la hermosísima Bucarest de los tejados verdes, vi como la gente rezaba para no ponerse malos a partir de los 60 años. Esa edad era la frontera que el dictador Nicolae había establecido para quedar fuera de una UCI. No sé cuántos años tenían los 7.291 viejos muertos por la esquilmación de Ayuso, la gran hostelera. Hoy ya es muy tarde para todos ellos.
En cuanto al desdén de las señoritas: pues que me recuerda inevitablemente a Moreto y sus comedias palatinas. Han pasado cuatro siglos y parece que no se agota la querencia por el teatro de Arturo Fernández el de Chatina. La amabilidad es muy rentable.
Sobre rentabilidades Francisco de los Ríos tiene razón, sobre todo al airear la fugacidad dérmica de algunas vocaciones faranduleras. Francisco me recuerda a una niña rica de mi pueblo que cuando yo pasaba por su calle me llamaba feo. Aquella niña rica tenía afición por el teatro y montaba funciones en su corral. Ninguna tenía argumento y todas eran de risa. Su madre llamaba a parientes y vecinas para que viesen la función de la niña rica, y todos se reían mucho. La niña rica acababa la tarde más contenta que un perro con dos colas.
Ya sé que los corrales de comedias no tienen nada que ver con las funciones del corral de la niña rica de mi pueblo, pero hay una semejanza con lo que expone Francisco: el poder de convocatoria del teatro. Y sus maneras.
El teatro es literatura en tiempo real, y la literatura es memoria de la historia. Si queremos cambiar el ancho de los raíles, habrá que cambiar la vida que mañana será historia. Y luego que vuelva Lope y no Moreto para escribirlo.
¿ A que ayuno de besos y ya viejo discurro mejor?

DdA, XX/5.565

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