SO
José Ignacio Fernández de Castro
No pretendemos, no, so color de un afán erudito, convertirnos en paladines de un lenguaje arcaizante, sino recuperar, sencillamente y en lo posible, toda la belleza, variedad y precisión de unos usos lingüísticos que, al menos en los textos escritos, debieran fundir esas tres virtudes en gozoso y fecundo deleite para quien los lee.
Por eso no está de más saber y decir que caminar so el sol inclemente puede producirnos dolorosas quemaduras en la piel o que los magos siempre suelen tener guardado algún as so sus manos y ropajes, que los túneles de los trenes siempre están so la montaña o que los ríos fluyen so los puentes, que so las prendas pesadas que no transpiran solemos sentir mucho calor o que el placer de la lectura aumenta mucho cuando lo procuramos so una buena sombra en primavera, que los tesoros de los piratas siempre están so algún hito (árbol, roca,…) en una isla o las buenas historias (como los buenos encuentros) se hacen más interesantes so la luz de la luna, que en nuestras mesas de trabajo las cosas se extravían so pilas de documentos o que las mesas de cocinas y comedores es bueno situarlas so alguna fuente lumínica, que los animales salvajes suelen esconderse so la maleza en los bosques o que ante la lluvia bien dice el refrán que «quien se resguarda so hoja, dos veces se moja», que más que superstición es prudencia evitar pasar so escaleras, que la leña para la chimenea es mejor guardarla so alguna protección que impida que se humedezca o que en las playas estivales es conveniente buscar refugio so alguna sombrilla, que los carnavales nos tornan irreconocibles so los disfraces o los grandes regaladores tienden a esconder sus presentes so las camas, que en los museos es muy recomendable leer la información que se incluye so cada pieza o que, en fin, aún son muchas las especies que so el mar o so la espesura vegetal selvática no han sido aún descubiertas. Y es que, en definitiva, so capa de potenciar nuestras posibilidades (y cualidades) comunicativas, no podemos renunciar a esta sucinta preposición derivada del “sub” latino… Para no convertirnos, adverbial y peyorativamente, en unos so necios.
Porque hay, además, otros resquicios lingüísticos en los que sigue vivita y coleando: como prefijo de algunas palabras de uso más o menos común… Ya citamos aquí “soterrada”, oculta bajo tierra, para referirnos a las energías fósiles, pero hay muchas más: “solomillo” para la pieza de carne que está bajo el lomo de un animal, “socavar” para cavar algo por debajo dejándolo sin apoyo, “soportal” para el espacio bajo techo que precede al portal de una casa, “sochantre” para quien dirige un coro religioso bajo las directrices del chantre catedralicio, entre muchas otras. Así que todo nuestro respeto y promesa de amparo a tan modesta, breve y valiosa preposición… So pena de seguir permitiendo el avance de la perversión del lenguaje hasta proscribir las palabras en todas sus formas, como en la terrible Horda del gran Ricardo Menéndez Salmón.
DdA, XX/5.534
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