domingo, 14 de enero de 2024

LA VOZ DE LAS ANCIANAS RURALES DE LEÓN ILUMINA Y AHOGA

Espero tener la oportunidad de ver pronto el film documental realizado por Elisa García Álvarez sobre las mujeres rurales de León durante la posguerra porque me parece, a priori, un trabajo tan necesario para nuestra memoria intrahistórica como digno de difusión y reflexión. Dice la articulista que la vitalidad de estas mujeres ilumina y su sinceridad a veces nos ahoga. Que el documental haya buscado estas voces en aquellas comarcas donde frecuentemente son los ancianos los que perviven, da al documento un carácter testimonial añadido que bien podría servir de ejemplo para proseguir  dando luz a las voces con más memoria en esa y otras provincias de la España abandonada. No tenerlas entre nosotros, dando información de su razón de vida y obra, dejando constancia de su tiempo y entorno en escuelas e institutos, es un desperdicio pedagógico importante.


Ana Gaitero

Tuve el placer de conocer a Licinia el pasado verano. Fue un atardecer maravilloso en Babia. En su pequeño jardín al lado de la que fue cantina, tienda y hasta sala de fiestas en Peñalba de los Cilleros, nos dio conversación tras ver el documental Ecos de la memoria. Mujeres rurales leonesas de la posguerra, que acababa de presentar en la antigua escuela, primorosamente restaurada, la joven leonesa Elisa García Álvarez.

Licinia es una de las protagonistas junto con Regina, María y Pepa. Cuatro mujeres corrientes, cada una con una vida singular y una personalidad que las hace únicas y a la vez emblema de una historia colectiva que es necesario contar y preservar porque el tiempo apremia. Mujeres como estas babianas, o la pastora Marina Vilalta, que a sus 96 años aún saca al monte un pequeño rebaño de 40 ovejas en el Pirineo gerundense, forman parte de los últimos vestigios de un mundo que ya se acabó.

El documental se proyectó este viernes en el ILC y fue un éxito. La sabiduría, la gracia y a veces la honda tristeza que destilan sus vidas colmaron las expectativas. Elisa nos ha regalado, con frescura juvenil, las voces y experiencias de unas mujeres sencillas cuya vitalidad nos ilumina y cuya sinceridad que a veces nos ahoga. Tan de actualidad, que hasta los trastornos de salud mental salen a relucir de manera natural, con el dolor de quien sufre una depresión crónica, como Pepa, y la compasión sin paternalismo de su hermana.

Licinia, la única que aún vive, no quiso verse en la pantalla en público. Como todo en la vida, lo hizo sin dar la más mínima importancia a la brega cotidiana y a la lucha por la supervivencia. Me llamó la atención, aparte de su cariño y desparpajo —es como la madre de los pocos habitantes del pueblo— el valor que dio al trabajo de la universitaria y el consejo de que lo exigiera valer que «para eso te rompiste los sesos» (toma nota, Elisa). Esa sororidad que para Licinia no tiene palabra pero que practica con la misma ley que prestaba su local para que el peluquero cortara el pelo a los vecinos en aquellos tiempos de subsistencia. El mismo valor que los tratantes del ganado sellaban con un fuerte apretón de manos, la conrobla.

Licinia, como casi todas las mujeres de su generación en zonas de montaña, fueron y son niñas de vecera, mozas de maja, madres ubérrimas, esposas que se pusieron al mando como María para que su hogar no naufragara por culpa del alcohol y ancianas que dan un ejemplo de fortaleza infinita en su fragilidad. La estampa de Regina, mientras enfila una cuesta apoyada sobre dos bastones y enfundada en un abrigo para repeler el frío, es la imagen viva, aunque ya se haya ido, de esa resistencia que a veces tanto nos hace falta.

Ojalá lleguemos a la edad de Licinia y digamos, como ella, estoy «orgullosa, no; satisfecha». Porque de eso trata la vida.


Diario de León DdA, XX/5.539

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