sábado, 13 de enero de 2024

DIARIO DEL AIRE, XX: DE LA HISTORIA NO CONTADA A LAS HISTORIAS DE CASA

 


Con su artículo, me manda mi querida amiga Carmen Ordóñez una fotografía en la que aparece ante la máquina de escribir en aquella redacción de jóvenes reporteros en la que nos conocimos. La imagen ilustra el tiempo transcurrido. Nuestros comienzos en el periodismo tienen una deuda con la última etapa del diario Arriba, muy distinta a la de sus orígenes. Sorprendería el índice de lo publicado entonces en ese periódico. Carmen es la única amistad que me quedó de aquel tiempo. Por eso y por lo convivido profesionalmente, su colaboración en el vigésimo aniversario de este DdA es para mí tan grata como el recuerdo de aquella mocedad en puertas de un país libre, que no lo fue tanto como esperábamos.

Carmen Ordóñez

Hablar del Diario del Aire es hablar de su editor, Félix Población. Y sin embargo podría decirse que este periódico ya ha dejado de ser enteramente suyo porque lleva veinte años abriendo las puertas de su casa a los colaboradores, gente de muy diferentes perfiles y que aportan diversos matices al conjunto, y necesariamente sólo puede entrar por ellas cada mañana el aire fresco de la versatilidad. Y de este aire fresco siempre se aprende algo.

Es así como DdA se ha ido configurando en torno a cuatro grandes focos de atención: En primer lugar, agotadora y necesaria pero no imprescindible, la actualidad política que da lugar cada día a la reflexión. La memoria histórica es otro de los grandes puntos de interés que, sospecho, nunca abandonará el editor. Como tampoco dejará de hablarnos de las cosas del querer y del comer, las cosas de casa (oikós, de ahí economía  y ecología), las que importan, pues la tala de un viejo árbol que uno encuentra cada día en sus paseos también puede y debe ser noticia. Y así la memoria no sólo se circunscribe al relato de la historia que nos ha sido negado, sino también a su vertiente personal, al recuerdo del terruño, a la triste desaparición de usos y costumbres que ocuparon nuestra infancia y que también da pie a la reflexión.

Félix es de esa especie de periodistas que no pueden vivir sin escribir cada día aquello que les roe por dentro. Y eso es algo a lo que Félix te empuja constantemente, cada vez que le comentas una idea: “¡Escríbeme un foolio!”, te dice, así, poniendo un acento absoluto en la penúltima sílaba, parodiando a alguien de quien olvidé el nombre.

Pero sí recuerdo de Félix -a quien conocí en la redacción del diario Arriba hace casi cincuenta años, cuando aún vivía el dictador- sus crónicas desde todas las esquinas de la península; recuerdo su etapa como director en el Diario de Zamora, un periódico en el que había que sopesar cuidadosamente los titulares de la primera porque en su imprenta faltaban determinadas letras en algunos tipos y tamaños, y el texto había de ceñirse a estas carencias; su amor por el teatro, que le situó durante algunos años en la revista El Público y también su ingrata tarea en el Centro Documental de la Memoria Histórica, en Salamanca, (su último destino antes de la jubilación formal). Me decía entonces, hablando del Diario del Aire, que éste era el proyecto que le estaba insuflando vida, para compensar los sinsabores del aparato de la Administración. Recuerdo su emoción al contarme su encuentro con alguno de los protagonistas de esta memoria incómoda que algunos nos empeñamos en resucitar; una experiencia, la de hablar con los actores principales de la historia, que se ha ido difuminando con el tiempo y la paulatina desaparición de los que aún quedaban vivos.

Y he querido recordar todo esto, en el vigésimo aniversario del Diario del Aire, porque sostengo, no sé si acertadamente, que la esperanza en el futuro sólo puede construirse a través del pasado. Y en ello estamos, Lazarillo.

     DdA, XX/5.538     

No hay comentarios:

Publicar un comentario