jueves, 14 de diciembre de 2023

RESPUESTA DE CLARÍN AL OBISPO DE OVIEDO POR "LA REGENTA"

Macrino Fernández Riera

A poco de conocerse que La Regenta estaba en la calle, sin esperar siquiera a la publicación del segundo tomo, por los cenáculos ovetenses empezaron a circular todo tipo de  rumores  acerca de la novela y alguna que otra maledicencia dirigida al autor: Vestusta en estado puro. Y el asunto llegó hasta el mismísimo Ramón Martínez Vigil, a la sazón obispo de Oviedo, quien no dudó en incluir en una pastoral las palabras que se recogen a continuación:

Mientras la Constitución de la Monarquía declara al catolicismo religión del Estado; y sólo tolera —lo que ya es demasiado— las opiniones religiosas y el ejercicio privado de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana, en muchas cátedras oficiales, sostenidas por los contribuyentes católicos, se salta por encima de esas dos barreras que la Constitución opone al error y se hace propaganda pública de ateísmo y de corrupción. No hace muchos días que recibieron todos los alumnos de una cátedra de Derecho, como galardón y como estímulo, un libro saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas; sin que las autoridades académicas, ni los compañeros de profesorado —tan puntillosas en otras cosas— tuvieran una palabra de protesta contra ese salteador de honras ajenas.

martvigil-clarin

Enterado don Leopoldo, le envía una carta al prelado —con quien, por cierto, llegará a tener una buena relación de amistad— en la que le reprocha no solo las injurias que le infiere como autor y catedrático, sino también aquellas otras que como creyente recibe de un prelado que difama y miente. He aquí algunos de los párrafos de la carta,  que fue publicada en el diario madrileño La República el domingo 17 de mayo de 1885:

Ilmo. Sr. D. N. Martínez Vigil, obispo de Oviedo

Oviedo, 11 de mayo de 1885

Muy señor mío: Comienzo invocando la caridad de V.S.I. para conseguir de antemano el perdón de aquellos conceptos o frases de esta carta que puedan no ser dignos de llegar a presencia de tan encumbrado personaje, como lo es en lo temporal y en lo religioso V.S.I. Es la primera vez que escribo a un señor obispo, y temo no mostrarme de hecho tan cortés y comedido como en la intención me tengo propuesto.

Y esto, a pesar de que en la pastoral de V.S.I. me llama salteador de honras, a mí, o sino, a un libro mío; porque la verdad es que la gramática del párrafo que he de copiar no está clara, sin duda por la prisa con que fue redactado el documento. Ello es, que en dicha pastoral, que lleva la fecha de 25 de abril del presente año, se alude a una novela que debe ser mía, no a juzgar por los epítetos con que V.S.I. adorna el libro, sino porque se indica que el autor es catedrático de Derecho, y entre los de esa Facultad, en Oviedo, sólo hay uno, aunque indigno, que escriba libros de este género, y ese soy yo. Muchos de mis queridos compañeros podrían consagrarse a la novela con mucho mejor éxito que yo, pero es lo cierto que no se consagran.

Ójala fuera tan cierto lo que V.S.I. dice respecto de esa novela mía, de la cual se publicará el segundo tomo en breve. Asegura V.S.I. que «no hace muchos días recibieron todos los alumnos de una cátedra de Derecho un libro saturado de erotismo, de escarnio a las  prácticas cristianas («escarnio a», no es castellano, ilustrísimo señor, pero sigo copiando), y de alusiones injuriosas. Por lo que sé que se ha dicho de mi novela titulada La Regenta, y porque me consta que a ella se refiere V.S.I., me doy por aludido; no por la exactitud de las señas. La cátedra de Derecho a que se alude debe ser la del autor, la mía, la de Derecho Romano, y en ella es donde asegura V.S.I. que se repartió un libro saturado de tres cosas, como galardón y estímulo. Señor obispo, por desgracia no hay una sola verdad en todo eso. Y digo por desgracia, porque fuera preferible para la causa de la moralidad y de la religión que yo, un lego pecador, cometiera la tonteria imprudente de repartir en cátedra libros de amena literatura, un tanto peligrosa para jóvenes de 15 años (poco más que próximi pubertati); digo, que sería preferible que yo cometiese tan insigne imprudencia, a lo que ha sucedido, a saber: que un señor obispo afirme en una pastoral hechos absolutamente falsos, con gran detrimento de la honra de un catedrático, que ha ganado por oposición, en buena lid, su cátedra, el pan de su familia, y que pudiera ver en peligro su propiedad, merced a un expediente, si no tuviese medios para probar que V.S.I. se ha hecho eco, de seguro sin mala intención, de una calumnia infame y estúpida.

[…] Ni dentro ni fuera de la cátedra he dado a uno solo de mis discípulos, cuanto más a todos, un solo ejemplar de mi novela, ni por accidente la he mentado en clase. De novelas se habla allí mucho; pero es de las que publicaron Justiniano y otros emperadores, señor ilustrísimo.

[…]

Si no fuera tal vez falta de respeto, entraría yo aquí ahora a pasmarme de que una persona tan ilustrada como el obispo de Oviedo, que tan bien debe conocer el corazón humano y el comercio de libros en España, haya podido creer que un autor de novelas, que de venderlas vive (y si no come de eso, por lo menos de eso cena), había de volverse loco hasta el punto de regalar ejemplares de su obra a todos los estudiantes de una cátedra.

¡Veintinueve o treinta ejemplares de galardón! ¡Ah! ¡Ilustrísimo señor! Ni yo tengo tantos discípulos dignos de premio ni llega a tanto mi munificencia…

Por lo demás,  yo creo que mi novela es moral, porque es sátira de malas costumbres, sin necesidad de aludir a nadie directamente. Ni para bien ni para mal aludo a nadie. Así, por ejemplo, entre mi obispo D. Fortunato Camoiran y el actual obispo de Oviedo, nadie podrá ver ni el más lejano parecido. V.S.I. usa coche; mi D. Fortunato no lo tiene; mi Camoiran gastaba zapatos remendados y V.S.I. calza bien…

DdA, XIX/5.518 

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