Lazarillo
Quienes, mal que nos pese, estamos habituados a seguir con mayor o menor diligencia la actualidad, tenemos aún fresca en la memoria la movilización social que en apoyo del pueblo ucraniano se registró en Europa cuando se produjo la invasión rusa. Esa circunstancia obligó a millones de familias de aquel país a una diáspora que tuvo en el occidente europeo una acogida solidaria que para sí quisieran los refugiados de otras guerras. La diferencia de piel, religión y costumbres hace de estos ciudadanos de segunda, a diferencia de los primeros, a los que también se les socorrió con campañas de solidaridad en la que los bancos prestaron su concurso, tal como suele ocurrir cuando se producen desastres naturales que arrasan un determinado país. Al lado de estas campañas masivas de caridad (una de las virtudes teologales que según la religión católica son los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo), llama la atención que el asesinato de 10.000 menores palestinos en la franja de Gaza, con un número de personas civiles que ya casi duplica esa cifra, y la brutal destrucción de las ciudades de ese territorio, no haya movido campañas similares. Sobre todo porque nunca como ahora hemos podido asistir en occidente a un genocidio planificado, con una sucesión constante de imágenes auténticamente impactantes, como las de esos niños palestinos heridos, tiritando de miedo o de frío. Tanto es el poder de Israel y su padrino norteamericano que, por anular, están anulando la capacidad de respuesta que todo ser humano con dignidad debería dar en esta ocasión de manera masiva.
DdA, XIX/5.522
No hay comentarios:
Publicar un comentario