miércoles, 13 de diciembre de 2023

¿CUÁNTA SANGRE NIÑA NECESITA EL ESTADO DE ISRAEL PARA QUEDAR SATISFECHO?



Sarah Babiker

Refaat Alareer escribió que si moría quería que contaran su historia. Quería que alguien comprase por él un trapo y cordel, e hiciera una cometa que volara sobre los cielos de Gaza, para llevar esperanza a un niño que espera a un padre que no va a volver.

El poeta, escritor, activista y profesor palestino fue asesinado el pasado 7 de diciembre, el día después Estados Unidos usaba su poder en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para avalar que lo único que vean los niños  y las niñas de Gaza sobre sus cabezas sean bombas. Como la bomba israelí que mató certera a Refaat, a sus hermanos y a sus sobrinos. Proyectiles que asesinan a padres y a hijos y a poetas. Detonaciones que masacran la esperanza.

Libertad, justicia, paz en el mundo, dignidad intrínseca, derechos iguales e inalienables, familia humana. Todos esos conceptos se agolpan en las primeras frases de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que hoy cumple 75 años. “No basta con hablar de paz; hay que creer en ella. Y no basta con creer; hay que trabajar para conseguirla”, dijo una de sus precursoras, la entonces primera dama estadounidense Eleanor Roosevelt. En los 75 años siguientes, su país ha trabajado para la guerra. Dos días antes de que esta declaración llena de esperanza cumpliera 75 años, Estados Unidos permitía con su veto, en el marco de las Naciones Unidas, que continúe sin freno un nuevo genocidio.

“El desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”, se dice en el preámbulo de la Declaración Universal

“El desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”, se dice en el preámbulo de la Declaración Universal. El referente es claro y concreto, no se trata de las atrocidades del colonialismo, no se trata de la esclavitud. La barbarie que la Declaración Universal  de los Derechos Humanos tiene reciente es la del Holocausto. La Segunda Guerra Mundial está fresca en la memoria, medio año antes, la ONU reconocería el Estado de Israel.

El “desconocimiento y el menosprecio” de los derechos humanos del pueblo palestino se convirtió en seguida en un pacto criminal liderado por Israel y Estados Unidos, y ratificado con su inacción por los mismos países que se arrogan un lugar especial en la concepción de los derechos humanos, la liberal Europa, capaz de cerrar los ojos ante el genocidio del pueblo palestino mientras hace negocio con sus perpetradores. O de pedir moderación en la masacre, al tiempo que comercia con armas letales que nada saben de moderación.

De igual modo que la industria del genocidio nazi tenía pretensiones de modernidad y sistematicidad, Israel desarrolla apps y mapas digitales para decirle a los gazatíes hacía que cuadrado de tierra tiene que huir, aunque poco después les indique uno nuevo, sin dejar de bombardearlos mientras tanto. O avisa a sus objetivos con llamadas y mails de que serán asesinados.  Refaat vivía bajo esta amenaza, por lo visto sus palabras eran “terroristas”, en este universo paralelo de la narrativa israelí donde todo parece ser terrorismo o apoyo al terrorismo salvo batir récords en civiles muertos.

Habrá que tener cuidado, porque trazar paralelismos entre la barbarie nazi y la sionista sería antisemitismo, dicen quienes se autoerigen como custodios de la memoria del holocausto, la IHRA. Lo avalan cada vez más estados en Occidente. Y no solo eso: criticar a Israel también es antisemita. Una de las últimas personalidades en saborear el alcance de tanta confusión, ha sido la pensadora Judith Butler, judía ella misma, quien iba a participar la semana pasada en un debate sobre la instrumentalización del antisemitismo en París, en representación de la organización Jewish Voice for Peace, encuentro suspendido por el ayuntamiento de la capital francesa, por su naturaleza “polémica”.

75 años después, los “derechos” de un Estado colonial, aplastan los derechos humanos de los palestinos y las palestinas, esos que se basan en “la dignidad intrínseca de todo ser humano”. Hay quien hace poesía para conjurar la muerte, hay quien hace tik toks para banalizarla. Los vídeos de israelíes mofándose de la población de Gaza, haciendo burla de la destrucción y la muerte, muestran que eso de “la dignidad intrínseca del ser humano” es solo una fórmula bajo cuya irrelevancia ya han muerto 10.000 niños y niñas en los últimos dos meses. Más de 20.000 personas en total. Las fotos del ejército israelí de decenas de hombres en ropa interior humillados y expuestos como un trofeo de guerra, refrendan esta impugnación a la dignidad intrínseca del otro.

Ya se sabe, 75 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se persigue más comparar  genocidios que emularlos

Mientras, desde que Elon Musk se encontró con Benjamín Netanyahu en Israel, el magnate se ha vuelto aplicado, activistas en todo el mundo constatan como sus time lines de X se llenan de post pro-israelíes, como denunció el propio Alareer antes de su muerte. Paralelamente, cada tanto se invisibilizan los perfiles de quienes denuncian la masacre. A saber qué hubiera hecho Goebbles si hubiese tenido a su disposición el imperio de los algoritmos. De nuevo, cuidado. Ya se sabe, 75 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se persigue más comparar genocidios que emularlos.

“¿Cuánta sangre, cuántas vidas palestinas, cuántas veces tendremos que irnos para que Israel quede satisfecho”, se preguntaba Rafeet en un artículo que escribió para The New York Times, cuando Israel bombardeaba Gaza, en 2021. Con lágrimas en los ojos, mientras se apilan las semanas en la fosa común de la impotencia, millones de personas en el mundo se hacen la misma pregunta. Y no encuentran respuesta en ningún sitio. Mientras, la Declaración Universal de los Derechos Humanos envejece hacia la muerte, como un ajado fanzine que nadie se tomó nunca en serio.

EL SALTO  DdA, XIX/5.517

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