domingo, 3 de diciembre de 2023

CON UNA IZQUIERDA FUERA DE SITIO, ¿A QUIÉN BENEFICIA QUE LOS HUMILDES VAYAN CONTRA LOS HUMILDES?


 Todo el artículo de Enrique del Teso merece ser leído con detenimiento en estos tiempos en que parece que, al dar identidad al odio como delito, no deja de ser abonado por las derechas extrema y los medios afines, pero me parece de sumo interés subrayar lo que apunta el autor al término del texto y concierne a la izquierda o al pensamiento progresista en general: "La izquierda debería interiorizar que cuando tu enemigo es otro progresista y lo que te separa de él se enuncia con frases que nos suenan de haberlas oído muchas veces (no nos doblegarán, no callaremos, mantendremos nuestros principios, …) estás fuera de sitio. En plata: si tus energías van contra otros progresistas y solo tienes topicazos para expresar tu contraste con ellos, estás equivocado. La furia es un líquido inflamable que está en la calle y solo servirá para el bien común si alimenta el rencor de clase. Lo demás en la izquierda es politiquería". 

Enrique del Teso

¿En qué momento se había jodido el Perú? Puede ser una de las frases más famosas de las novelas de Vargas Llosa, ese autor que tan bien refleja la realidad cuando hace ficción y tanta ficción dice cuando habla de la realidad. ¿Cuándo perdimos?, grita un personaje de Fanny y Alexander, ebrio, lloroso y rabiado, mientras se golpea la cara con los puños. ¿Cómo llegamos hasta aquí, en qué momento se jodió esto? Siempre queremos conocer el momento en que se torció lo que va mal, como buscamos al paciente cero en una epidemia, ese punto en que todo se jodió. Así conocemos las causas del problema, pero seguramente lo que queremos es tener algo concreto sobre lo que proyectar el lamento y la maldición.

El momento tiene rasgos inquietantes. «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos», dijo sombríamente Trump. La frase llenó de inquietud a todo el mundo por el mero hecho de haber sido pronunciada por un señor que tiene la llave de muchos misiles. Pero inquietó sobre todo por la certeza de que tiene razón. Inquietaría más si comprendemos que es aplicable a sus rivales. La polarización induce sensación de urgencia y excepción, de estar en ese punto límite donde cualquier consideración queda subordinada a la necesidad de parar una catástrofe inminente. En un ambiente polarizado, la moral se diluye y solo cuenta ganar. Si Sánchez pega tiros en la Quinta Avenida y podemos mirar para otro lado sin que se entere nadie, y si la alternativa a Sánchez es un gobierno con AbascalCayetana Álvarez de Toledo Ortega Smith, cada uno sabrá lo que haría. Pero todos debemos reconocer que estaríamos más cerca de mirar para otro lado de lo que manda la moral. En ambiente polarizado solo cuenta ganar. ¿A quién beneficia que sea así?

Otro rasgo del momento es el notable, y no bien entendido, papel de la mentira y sus hermanos el bulo y el disparate. Es el santo y seña de la ultraderecha y de los partidos conservadores cada vez más asimilados a ella. Feijoo ya se apuntó definitivamente a la mentira y la burrada. El rasgo de este momento es que no se desactiva el efecto de las mentiras diciendo la verdad ni se desacredita al mentiroso demostrando su mendacidad. Las mentiras buscan seis efectos. Uno de ellos es, obviamente, engañar. Este sí se desactiva con la verdad. El segundo efecto es la provocación. Fue el efecto que buscó Feijoo en el debate con Sánchez. Cuando te dicen un disparate, sientes el impulso de llevarte las manos a la cabeza. Pero si te dicen varios disparates en apenas dos frases, sientes el bloqueo del asombro, de no dar crédito y de no saber por dónde empezar. Sientes, en definitiva, esa parálisis característica del escandalizado. La mentira busca escandalizar, provocar, sacar de quicio. El tercer efecto es el de la satisfacción del estado emocional negativo. Cuando uno siente furia y frustración, al oír palabras que confirmen esa ira no las enfrenta a los hechos. Nos hacen sentir bien y nos refuerzan las palabras que se acoplan con nuestros demonios y no llegamos a evaluar su conformidad con los hechos. El cuarto efecto es dar un repertorio lingüístico a los acólitos y los airados. Los bulos funcionan como implantes cerebrales que hacen sentir a quienes los encadenan que están razonando. Se puede ver en las tripas bajas de la red social al facherío oscuro repitiendo las mismas letanías y se puede ver a cada uno creyendo ser un resistente con ideas propias al que no se la dan. El quinto efecto es paradójico y no está bien comprendido. Los partidos autoritarios solo pueden atacar la democracia con el apoyo popular si la gente se hace descreída y está en el estado casi nihilista de no creer a nadie. Los disparates, como que el PSOE apoya el terrorismo o que la inexistente ETA manda en España, ayudan a la percepción de que los unos y los otros están en permanente pendencia y ajenos a los problemas. Es paradójico que decir disparates ayude a que la gente no crea en nada ni en nadie y que en tal estado haga fortuna el propio intoxicador como outsider. Y el sexto efecto es que la mentira y la exageración aumenta el espacio de conductas aceptables, degradando de nuevo las líneas de la moral. Si el gobierno es golpista, será lícito pedir un golpe de estado contra él. Si atribuyo a mi rival ser un criminal, no será un crimen que yo mate. Si Sánchez es un hijo de puta, será legítima resistencia ser un hijo de puta. Cada disparate ensancha el espacio de las conductas posibles y adelgaza el de las conductas morales. ¿A quién beneficia que la verdad no importe?

Otro rasgo inquietante es que la extensión de frustración hace fácil percibir como ataque al débil el reconocimiento de los derechos de otro débil. Un derecho siempre tiene un antagonista. Tener derecho a algo es arrancar una porción de la ventaja que tiene un privilegiado. El derecho a vacaciones fue arrancar al empresario una parte del beneficio que sacaba del trabajo de otros. El derecho a la salud fue obligar a todo el mundo a hacerse cargo de la enfermedad de cualquiera y asumir el coste. Cuando irrumpen en el debate público los derechos de grupos siempre perjudicados por su condición (homosexuales, discapacitados, inmigrantes, mujeres, …), es muy intuitivo asociar la reivindicación de esos derechos a privilegios que otros tienen que ceder, como siempre sucede con los derechos. Y es fácil sentir el dedo que nos señala, como privilegiados que tenemos que ceder parte de nuestro privilegio, a los varones blancos heterosexuales españoles. En realidad, la reivindicación feminista, de inmigrantes o de discapacitados solo afirma que esos grupos tienen los mismos problemas y marginaciones que los demás y que a esos problemas se añaden los derivados de su condición de mujer o de discapacitados. Con la desigualdad creciente y con cada vez más gente sin acceso a lo básico y sin horizonte, es fácil enervarse con esa sensación de ser el privilegiado al que apuntan las reivindicaciones de las minorías y rugir las veces que uno tuvo que aguantar ser la clase social sobre la que poder cagar a gusto, para que ahora parezca que ser varón y blanco sea un privilegio. ¿A quién beneficia que los humildes sientan furia contra otros humildes?

La afirmación de la verdad no detiene estos efectos de la mentira. En el ambiente polarizado entonces, la moral no cuenta, solo la victoria, y la verdad tampoco cuenta, la mentira hace fortuna a sus anchas. El odio que madura en la frustración y la polarización hace que humildes sientan a otros humildes como la causa de sus problemas ¿A quién beneficia que no importen la moral ni la verdad y que la ira de los humildes apunte a otros humildes?

¿Cuándo empezó a no importar la democracia, la convivencia y las razones? ¿Cuándo se jodió todo, como el Perú? Detrás de toda la maraña, siempre están retiradas de impuestos de los ricos, eliminación de reglas laborales, más policía y cuerpos armados, menos derechos, privatizaciones desbocadas y desprotección. Detrás del humo y el ruido siempre están las oligarquías, los ricos y su cohorte, buscando y financiando el paso de la democracia a un sistema autoritario de fronteras (territoriales, sexuales, raciales, sociales) rígidas y vigiladas, con un inframundo de fundamentalismos religiosos como elemento conductor. En nuestro país nos separa del ascenso de estos vapores mefíticos un gobierno sostenido por un partido (PSOE), de representación insuficiente, partidos independentistas dándose patadas en las espinillas (PNV y Bildu y Junts y Esquerra) y una izquierda propensa a las trincheras internas (Sumar y Podemos, en la práctica dos fuerzas distintas). La izquierda debería interiorizar que cuando tu enemigo es otro progresista y lo que te separa de él se enuncia con frases que nos suenan de haberlas oído muchas veces (no nos doblegarán, no callaremos, mantendremos nuestros principios, …) estás fuera de sitio. En plata: si tus energías van contra otros progresistas y solo tienes topicazos para expresar tu contraste con ellos, estás equivocado. La furia es un líquido inflamable que está en la calle y solo servirá para el bien común si alimenta el rencor de clase. Lo demás en la izquierda es politiquería.

NORTES DdA, XIX/5.511

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