domingo, 26 de noviembre de 2023

MILEI, ESPERPÉNTICO Y DEGENERADO, PERO SINGULARMENTE TRANSPARENTE


Enrique del Teso

Yo tardé unos cuarenta años en hacer el bachillerato. Me tocó la época del Bachillerato Elemental, Bachillerato Superior y COU. Empecé en 1970 y terminé en 1977: lo que dije, cuarenta años. Salvo por el hambre, la España de 1970 se parecía mucho a la de los cuarenta, en oscuridad y atraso. La del 77 ya era la de la transición, se olían los 80, la época de los frailes que te arreaban con un silbato de metal o con los nudillos parecían batallas oídas a gente mayor. En la fase oscura había un gamberrismo bruto, a su manera inocente, que consistía en pequeñas quiebras de la civilidad: escupir por la ventana a quien pasaba por debajo, eructar en momentos de silencio, soltar grillos en clase. Poca cosa para la época. Pero había otro gamberrismo, más torcido, que era matón y agresivo. Se volcaba en amenazas y humillaciones ruidosas a quien hiciera la figura de trabajos manuales como se había pedido, a quien se sabía la lección, a quien no coreaba a voces las collejas al gordo. Hacer lo que se mandaba o dar señales de tomarse en serio nada del instituto, desde la lección del esqueleto hasta los fluorescentes del aula, era de maricones para estos brutos. Y el maricón era un bulto manipulable. Alfonso Guerra sería feliz con aquella libertad para entafarrar de tiza la cara del marica o hacer coros gangosos al paso del gordo o el canijo. No eran muchos, la mayoría hasta lo pasamos bien. Pero marcaban el nivel del ambiente.

No estoy cantando nostalgias. Es notable que alguien crea que lo que se oye en la Asamblea de Madrid, los rugidos de las derechas o los salivazos de la prensa de la caverna son cosas de ahora, como tácticas políticas modernas. El gamberrismo matón y las maneras zafias fueron el ruido ambiental en que nos criamos los boomers de barrio de los primeros sesenta. Para los ultras cuidar el medio ambiente provoca la misma risotada que negarse a romper los fluorescentes o a patear la puerta del váter. Legislar derechos de minorías es una mariconada comparable a saberse el tema del esqueleto o pasar los ejercicios a limpio. La derecha prorrumpe en estruendos contra cualquier pauta admitida de convivencia y hasta de decencia. Su conducta es la de bandas macarras. Solo escuchen en la Asamblea de Madrid, el espacio político más degradado de Europa; o recuerden el jolgorio de PP y Vox cuando sus críticas políticas consistían en fantasear mamadas de Irene Montero; o el orgullo de debatir con Sánchez llamándolo hijo de puta. No dicen que la civilidad y el respeto sean cosas de maricones, sino de progres, de esa dictadura frailuna. Y es notable también que se esté hablando del paso incierto de Argentina a esa tierra desconocida hacia la que la dirige el extravagante personaje de Milei. Se habla como si no hubiera existido el siglo XIX y como si Latinoamérica no conociera los regímenes de caciques y matones y sus resultados. A los macarras los conocemos quienes nos criamos en el subdesarrollo, y la brutalidad sin ley de las oligarquías económicas fueron la norma del siglo XIX y de un montón de dictaduras.

Antes se imponían con disparos y matanzas. Todo llegará, pero ahora encontraron la manera de imponerse desde dentro de la democracia. Encontraron, como ya se viene repitiendo, un combustible y un discurso. El combustible es el odio que se extrae del rencor cuando el resentimiento viene con desesperanza y desorientación. Con odio y polarización agresiva la verdad no cuenta, porque nuestro cerebro no acepta las palabras porque se acoplen con las cosas, sino porque se acoplen a nuestra furia y embolsen nuestro rencor. En un ambiente de bulos, exageraciones, falsedades y gamberrismo macarra puede prosperar la brutalidad del capitalismo salvaje con apoyo de mayorías. El rencor tiene matices, según la historia de cada sitio. Aquí puede destilarse de Cataluña. En otros sitios es más fácil con el islam o con la inmigración. Cuando la población pierde su nivel de vida y sus horizontes, cualquier cosa vale para obtener esa preciada materia prima que es el odio.

El discurso en esencia es un calco del exitoso discurso enemigo que combatió la jungla en que el capitalismo incivilizado había convertido la sociedad. Era el discurso de la ira de los de abajo. Copiaron el esquema (lo hacen mucho; la base del discurso de Ayuso es un calco de los acentos más reaccionarios del procés catalán traspasados a Madrid), le añadieron gamberrismo macarra y trucaron las piezas, como cuando Magneto cambió las piezas de Cerebro para que el Profesor X se pudiera dirigir contra los humanos. El discurso es la ira de los de abajo contra los de arriba, pero los de arriba no son los ricos, los rentistas, los bancos, ni las grandes empresas. Son los progres que estudiaron la lección, pasaron los apuntes a limpio, no rompen los fluorescentes, ni se ríen del gordo. Son, en primer lugar, los profesionales. El negacionismo es esencial en las derechas, atacan al conocimiento que limite las apetencias insaciables de las oligarquías. Son los izquierdistas y los sindicalistas. Y son los ecologistas y las feministas, las peores, las que más afectaron a la agenda política internacional. Es el germen de la violencia contra quienes se enfrenten o incomoden los intereses del dinero, pero empaquetado en el discurso del de abajo contra el de arriba. El atrezo de la motosierra es eficaz, es contundente, amenazante, enérgico, promete acción y urgencia, no teorías, conecta con la ira y la hace fluir. El sujeto se siente parte de algo mayor que él mismo y ruge y brama y siente que ajusta las cuentas.

Al final se ve el juego al que se jugó todo el tiempo. Todo era quitar impuestos a los ricos, quitar servicios, quitar derechos, comprar y vender sin límite, niños o riñones, el dinero listo para patear y romper, el dinero siempre con la razón de las armas. Las oligarquías no quitan la educación ni la sanidad. Se la quedan. Quitar esos ministerios es sacar esos bienes de la población y la democracia y quedárselos para unos pocos. Cuando hablamos de servicios, derechos y protección, privatizar, haciendo honor a su etimología, es privar de servicios, derechos y protección. Las oligarquías odian el estado y lo público, porque ahí anidan los servicios que gestionan los derechos y los derechos son una cesión a todos de la ventaja y poder de algunos; y cuestan dinero y requieren impuestos; y además son severos límites para el lucro (es más negocio la sanidad y la educación si no hay servicios públicos que la garanticen para todos; ¿cuánto pagaría para que su niña no se muera por una apendicitis?). Por eso lo quieren todo privado y fuera de la acción de un gobierno que se pueda elegir. La ultraderecha son solo los perros que sueltan los ricos para gestionar el rencor y llenar el ambiente de gamberrismo, macarrería, falsedad, agresividad y confusión. La derecha, por incompetencia o por convicción, va asumiendo sus maneras y objetivos. El PP no solo mete a Vox en las instituciones, sino que ellos mismos lo llevan dentro de sí.

Milei es un caso esperpéntico y degenerado, pero singularmente transparente. Todos tenemos la imagen bíblica del cuerpo que solo se aparta de la desnudez total por la hoja de parra que cubre sus genitales. Con Milei y sus ministerios de seguridad, interior y defensa, su eliminación de los ministerios esenciales y con el apoyo explícito que recibió del PP y otras derechas, las oligarquías no se ocultan, se quitan la hoja de parra como si les diera calor. Carlos Rodríguez les dice a los argentinos y a nosotros que hay que sufrir, que es lo que les toca a los de abajo. Milei les dice que tendrá educación y sanidad quien pague por ella. Lo dicen con una motosierra, rugen la promesa de que sufrirán y no tendrán médico. El odio bien tratado hace que no importe lo que digan las palabras. El capitalismo salvaje se muestra desnudo y orgulloso. Repasen los tuits que van desde la cúpula de Podemos o contra ella para ver en qué anda ocupada la izquierda. El rencor está ahí, la desigualdad social crece, el trabajo debería ser acoplarlo a la clase social y dirigirlo hacia la minoría que quita sustento y derechos a la mayoría. Lean los tuits de la izquierda. Por esa grieta acabarán entrando todos los demonios.

Nortes  DdA, XIX/5.506

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