lunes, 6 de noviembre de 2023

ALARGA LA LLAMA EL ODIO Y EL AMOR CIERRA LAS PUERTAS



Lazarillo

Este poema, titulado Guerra, lo escribió nuestro Miguel Hernández durante los años que estuvo en las cárceles de Franco, concretamente en la prisión de Alicante, entre 1938 y 1942, año en el que falleció víctima de la enfermedad contraída en ese tiempo y sin que de nada sirvieron los intentos para que fuera liberado. Creo que son los versos que mejor pueden expresar las imágenes plásticas del Guernica de Picasso y la atroz realidad que esta viviendo, a lo largo de un mes, la población palestina de la Franja de Gaza, masacrada por la aviación y las tropas terrestres israelíes, con el balance más escalofriante de menores asesinados en tan corto periodo durante una invasión bélica. Se está perpetrando un genocidio del que estamos teniendo conocimiento directo cada día, con imágenes y cifras que van incrementando por miles el número de civiles asesinados, con una mayoría de niños, mujeres y ancianos. Del Holocausto perpetrado en los campos de concentración nazis no tuvo el mundo su espantoso balance hasta el final de la segunda Guerra Mundial. De aquella se podía masacrar con una mayor discreción. Aquel genocidio facilitó la creación del Estado de Israel, algo que no se le permitirá al pueblo palestino, porque su destino parece estar determinado desde hace décadas a vivir en campos de refugiados (la mayor población refugiada del mundo), tal como ahora pretende nuevamente el Estado de Israel, según han revelado fuentes de ese país, en el desierto de Sinaí.


Todas las madres del mundo,
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
el origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la fecundidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el amor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un hueco, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.


DdA, XIX/5.490

1 comentario:

Folía dijo...

Tremendo.

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