sábado, 23 de septiembre de 2023

BOTERO, EL ARTISTA QUE PLASMÓ LAS TORTURAS DE ABU GHRAIB

 


«La interpretación es la venganza del intelecto contra el arte. [...] Interpretar es empobrecer, disminuir la imagen del mundo... y sustituirlo por un mundo ficticio de significados.»

Susan SONTAG (nacida Susan Rosenblatt (New York, Estados Unidos, 16 de enero de 1933-

28 de diciembre de 2004): Contra la interpretación y otros ensayos (1966).

José Ignacio Fernández del Castro 

En un piso elevado, diáfano y luminoso de un edificio de Montecarlo, en medio de aristócratas y figuras del cine y la canción, Fernando Botero había asentado su postrero estudio pictórico, al lado del amor de sus últimos cuarenta y cinco años, la artista griega nacionalizada colombiana Sophia Vari... Allí murió ella a principios de mayo víctima de un cáncer. Y allí acaba de morir el pintor antioqueño, poco más de cuatro meses después, el 15 de septiembre, de soledad y neumonía.

Su carrera pictórica comenzó a despegar universalmente cuando, en 1962, sus cuadros se expusieron por primera vez en Estados Unidos porque, poco después, otra muestra suya en el Milwaukee Art Center sería alabada unánimemente por la crítica, abriendo el mundo ante sus pinceles que empezaron a dejar señales de sus propuestas por Europa (sobre todo a partir de la exposición de Paris de 1969), los propios Estados Unidos y su Colombia natal… Ese éxito llevó al Botero a buscar una inspiración también universal deambulando por todo el planeta. Así que, en los años setenta ya era no sólo el pintor colombiano más universal de la historia, sino también el artista plástico vivo más cotizado del momento, En medio de esa década, 1974, un accidente en España supuso la muerte de su hijo Pedrito, que había nacido en Nueva York en 1970, lo que influyó notablemente en su obra y provocó la ruptura de la unión con su madre, Cecilia Zambrano, la segunda mujer de su vida, tras Gloria Zea (con la que había tenido tres hijos, Fernando, Lina y Juan Carlos, entre 1955 y 1960). En esa época comenzó a plasmar su visón del conflicto armado en Colombia, retratándolo como una guerra absolutamente primitiva e impasible a través de remedos satíricos de la oligarquía, el clero, los presidentes y los militares (incluyendo el retrato de Franco que donó al Museo Reina Sofía en 2003)… Y, siendo un pintor eminentemente cotizado en todo el mundo, dejó atónitos a los marchantes estadounidenses cuando, en 2005, comenzó a proponer a diversos museos norteamericanos la exhibición de una serie de pinturas de gran formato y fieles a su estilo, fuera del mercado, Las Torturas de Abu Ghraib, sobre trato vejatorio e inhumano de los soldados estadounidenses a los presos de dicha cárcel como testimonio de los crímenes de guerra cometidos en la invasión a Irak en 2003… Ningún museo aceptó la propuesta, hasta que la Galería Marlborough, regida por un amigo del pintor, aceptó exponer una pequeña parte delos setenta y nueve estremecedores cuadros, recibiendo, por ello, un montón de llamadas de rechazo y amenaza… Al final, la serie no se podría ver completa hasta 2007, paradójicamente en la American University de Washington, la ciudad de la que habían emanado las órdenes cuya ejecución quedaría para siempre denunciada en los en los lienzos de la serie no como mera protesta, sino como una dura exhortación al conjunto de la humanidad.

Botero había empezado a principios de los años ochenta a proyectarse como escultor en París, y en 1983 se trasladaría a la Pietrasanta (Toscana, Italia), el pequeño pueblo lleno de fundiciones donde encontraría el marco idóneo para desarrollar su obra escultórica de grandes volúmenes… Y donde, por cierto, será enterrado junto a su última compañera.

En, cualquier caso, este carácter cosmopolita nunca supuso un olvido de su origen: en 1976 el pintor hizo una primera donación de dieciséis cuadros al Museo de Antioquía, en su Medellín natal (19 de abril de 1932), que ocuparon una sala permanente, la llamada Pedrito Botero en honor de su hijo muerto, que luego se vería desbordada por nuevas donaciones. Además lugares públicos y jardines de la ciudad acogen las veintitrés esculturas que donó Botero a su ciudad, incluyendo La paloma de la paz, donada al comenzar la década de los noventa y que, situada en la Plaza San Antonio, fue destruida por un atentado terrorista el 10 de junio de 1995, provocando diez muertos y cuatrocientos heridos, tras lo cual Botero hizo una escultura igual idéntica para situar, en el mismo lugar y a su vera, los restos de la volada redefiniéndola como El pájaro herido, víctima del sinsentido y la barbarie.

También la capital, Bogotá, ampara el Museo Botero, con obras exclusivamente procedentes de la colección personal de pintura y escultura del artista, que puso como únicas condiciones para su depósito que la entrada fuese gratuita y se garantizase un óptimo mantenimientoEn total, 479 obras de Botero se encuentran permanentemente en territorio colombiano figurando en un catálogo declarado de "interés cultural de ámbito nacional".

Pero sus obras han sido expuestas y por todo el mundo, de Dubai a Londres, de Basilea a Chicago, de Buenos Airesa Tokio, de San Juan de Puerto Rico a Berlín, de Monecarlo a Caracas, de Monterrey a Barcelona…  Con motivo de su ochenta aniversario, en 2012, hubo una serie de homenajes internacionales con exposiciones de sus obras en museos de Ciudad de México, São Paulo (Brasil), Pietra Santa y Asís (Italia), Santiago de Chile, Bogotá y Medellín, Bilbao, p Bielefeld (Alemania)… En 2013 vio la luz su serie más erótica,  el Boterosutra; en 2015 aparecería su postrera creación artística, llamada, por contraposición, serie Santas… Entre noviembre de 2015 y abril de 2016 se desarrollaría una gran antológica en la República Popular China, específicamente entre  el Museo Nacional de China en Pekín y el China Art Museum en Shangái; mientras simultáneamente ​ se exponían otras de sus obras, incluyendo el Boterosutra, en el Musée Würth de Erstein (Francia)... Por otra parte, sus rotundas esculturas pueblan avenidas y plazas de todo el mundo, desde los Campos Eliseos parisinos a la Gran Avenida neoyorkina,  de  la barcelonesa Rambal del Raval al frente del Palacio de Bellas Artes en Ciudad de México, de la Plaza de la Señoría en Florencia a la Plaza del Comercio lisboeta o el mismísimo frontal de las Pirámides de Giza; también en España como la Plaza de la Escandalera de Oviedo, el Aeropuerto de Barajas, la calle Génova y la Avenida de la Castellana en Madrid; las escaleras de acceso al Domus en La Coruña; el Aeropuerto del Prat en Barcelona, o el Aeropuerto de Son San Joan en Palma de Mallorca.

Reparto universal, en fin, de esa exaltación de los volúmenes rotundos y los colores vibrantes, tan propios de la visión del mundo de sus orígenes que constituyeron, sin duda, la impronta más reconocible en un artista plástico en el último medio siglo, porque, abandonados sus estudios en Nueva York y París, él  no soltó su pincel ni sus moldes hasta sus últimos días no sólo en Montecarlo, sino también en Pietra Santa (Italia) o, incluso, su finca en Rionegro (Antioquia)..

Así se ve en el documental Botero. Una mirada íntima a la vida y obra del maestro2019,dirigido por el canadiense Don Millar (con la colaboración de sus hijos, sobre todo Lina, productora ejecutiva y consultora)que condensa, en 80 minutos, sus 70 años de carrera a través de una selección de sus obras (305 piezas, entre esculturas, bocetos, dibujos y pinturas) y relatos suyos, de la familia y expertos. Verlo es un buen homenaje al artista y merece la pena. Más allá de cualquier tentación interpretativa.

         DdA, XIX/5.452          

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