domingo, 6 de agosto de 2023

ESA SANIDAD DE LAS MUCHACHAS INVISIBLES SALVO PARA LA LENGUA


Valentín Martín

LA CASA DE LA PRADERA
No se había muerto Franco y aquella casa televisiva estaba llena de gente bondadosa y cristiana, como él quería en su testamento. Esta por donde desfilan amigos cargados de amor y escepticismo bíblico es pequeña, solariega, nocturna, abierta y con solera. Por aquí han desfilado algunas historias de amor y todas las estudiantes cachondas de la Facultad de Ciencias de la Información. Algo se habrá pegado.
Se llama Paz y no es moco de pavo en un territorio donde mandan los restos del catolicismo y de la victoria.
No hay pradera sino posío tras los alambres.
Igual que los presidentes de Estados Unidos van a Granada para ver atardeceres en La Alhambra, aquí acuden chicas de Azuqueca a mirar los cielos estrellados. Pocos tan hermosos como estos.
Los amigos vienen a casa por el vicio de estar bien, comer bien, dormir bien. Hablar bien de los vecinos no porque no hay vecinos, la soledad es compañera.
Al otro lado del patio están las encinas castas de Machado. Y un día también hubo sueños. De chico yo quería ser cronista del "Ama" y, sin saberlo, protagonista de esa soleá de mi amigo Manuel:
Mira qué cosa tan rara
pasé la noche contigo
estando solo en la cama.
Ya nunca veré el mar. Por eso mi primogénito ha tomado el relevo de sus primos los arcángeles peregrinitos y me ha traído de la rocosa y cálida Peñíscola una botella de arena. Allí duerme el Papa Luna, un bendito al que la borrascosa iglesia católica intentó matar varias veces para poner cada uno al suyo. Como había exceso de palomas se juntaron entonces tres Papas. Un lío del que el nuestro salió de milagro hasta los 94 años. Será porque era aragonés o porque tenía un médico judío.
Aquí han tomado hoy posesión de su turno Javier Batanero y Víctor Claudín, dos hombres con pasado, presente y futuro. Saben beber. Y saben lo que se dice al hablar. No les ha sentado mal nada porque ellos eligieron hace tiempo un pueblo para vivir. Así que supongo que 200 kilómetros al oeste no les habrá cambiado el ritmo intestinal.
Con ellos han venido la historia, la cultura, la literatura, la música, el cine, y sobre todo el amor por el hombre que aquí sigue decreciendo inevitablemente.
Hemos desgranando al país entero. De la imposible noche de bodas de la estrella de la televisión. De la necesidad de más vocaciones para médicos y maestros. De los fuegos de campamento. De los pichones del cura. De los verdugos sinfónicos. De la brutalidad de las gaviotas. Y como nada nos es ajeno, seguimos con preocupación. Por todo y por todos. Incluso el porvenir tan incierto de Jordi Hurtado no nos es indiferente. Será culpa de Haro y su rioja, o el vicio que no cesa.
Ahora que se han marchado echo en falta la costumbre de hablar de picardías como cuando éramos jóvenes. Habrá que volver sobre nuestros pasos y recuperar esa sanidad de las muchachas imposibles salvo para la lengua.
Otro día quedamos.

DdA, XIX/5.412

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