viernes, 4 de agosto de 2023

EL RECRECIMIENTO DE LA BARBARIE URBANÍSTICA EN GIJÓN

El edificio Perales, antigua panadería construida en 1920 por Miguel García de la Cruz y, en la actualidad, y claro exponente de los ‘recrecidos’ locales.

Me comenta mi amigo Goti del Sol que él vivió hasta su primera mocedad en frente del viejo Garaje Asturias, aún en pie a la izquierda de la imagen, y que en la parte baja del edificio ignominiosamente recrecido que denuncia en su artículo David Alonso Alonso estuvo el obrador y la expendeduría de la panadería Perales, un clásico de la época. Su comentario ante la imagen no admite discusión: de bombardeo directo. Como dice Alonso, se trata de robar la esencia del edificio que colonizan. Y este Lazarillo añade: al que se degrada y desprecia, como a la propia memoria histórica de la ciudad.

David Alonso

Dejemos la política descansar al menos una semana, que nos lo tenemos merecido, además ya estamos en agosto, y centrémonos en cuestiones quizá más banales o quizá precisamente cosas que en nuestros periodos vacacionales, aquellos que podáis disfrutar de ellos, nos fijamos más. Vamos a hablar hoy de un temazo: los edificios feos de Gijón. Vaya por delante que el criterio es el del que escribe estas líneas; es decir, vale lo que vale y vaya por delante también que estoy hablando de lo que se ve, no de lo que no se ve, no del interior. Vamos a valorar lo que se ve en una ciudad en donde lo que se ve es importante. Hemos visto el carbón llegar a la playa, la contaminación en nuestro cielo o las aguas del Piles ser de todo menos cristalinas. Quizá estáis esperando por un listado de edificios, pero no es la idea. La idea es poner el punto de mira en algo que es un poco más profundo y que ha transformado nuestra ciudad. A peor.

Los recrecidos son esas alturas que se dan sobre edificios existentes que, generalmente, gozan de un nivel de protección urbanístico establecido por la normativa municipal y que exige al promotor y al constructor de la obra mantener una serie de parámetros estéticos que preserven la esencia, la belleza, el estilo y la historia del edificio. Pues bien, mientras eso se hace, con mayor o menor acierto, sobre el edificio existente, encima de él se construyen, a mayor gloria de la edificabilidad y rentabilidad del suelo, el mayor número de viviendas posibles y donde el estilo arquitectónico ya es ‘libre’.

Este proceso, del que hay pocas ciudades en España con más ejemplos que Gijón, trae como resultado final ejemplos como el ilustrado en nuestra imagen y que todos podéis ver si os acercáis a la esquina de la calle Dindurra con Santa Doradía, muy cerca de la Plazuela de San Miguel, adyacente al garaje Asturias y donde los más clásicos recordaréis que estaba Perales (el cantante no, la panadería). De ese resultado final estamos hablando. Estoy seguro que, a poco que levantéis la cabeza en cualquiera de vuestros paseos por la ciudad, encontraréis numerosos ejemplos de esto que os digo. Son ejemplos que acaban cercenando lo poco que queda de lo que un día aspiró a ser una ciudad dotada de cierta elegancia en sus edificios, en sus formas, reflejando ese carácter de sus habitantes: obrero, burgués y comercial. Nada de eso queda ya.

El origen de la barbarie urbanística arranca en los años cuarenta del siglo pasado y dura hasta prácticamente los años setenta. Durante este periodo, al son de la dictadura imperante en el país, se perpetraron atrocidades de alturas imposibles y densidades de viviendas en edificios hoy intolerables. De ese proceso salieron cientos de manzanas donde convivían edificios clásicos con nuevos edificios adyacentes de cinco, siete o hasta diez alturas más, con un resultado final que propiciaba esos murallones ciegos que se veían, y se ven, en casi todas las calles de la ciudad.

Posteriormente, con la ordenación urbanística de la democracia, especialmente con el primer plan urbanístico riguroso de la ciudad, el Plan Rañada, de 1986, (debe su nombre a Ramón Rañada, el arquitecto que dirigió el equipo que trajo la cordura al urbanismo gijonés) se pone freno a mucho de todo esto. Aunque con el ‘boom’ de la construcción en la primera década del siglo XXI el asunto se volvió a desmadrar un poco, pero nunca como antes, puesto que la legislación del momento hacía de cierto freno.

Después de todo esto os preguntaréis: ¿pero entonces, todos estos recrecidos son legales? Evidentemente sí, pero lo son, y de ahí mi pequeña disertación sobre la historia del urbanismo gijonés, porque derivado del aprovechamiento (el número de viviendas) que se ha dado en esas manzanas durante décadas de expolio, aun a día de hoy es jurídicamente muy complejo que en una manzana donde hay un edificio de trece plantas al lado de otro de cuatro, no se permita al de cuatro el famoso ‘recrecido’.

Y así estamos, en el año 2023, viendo en Gijón como los pocos edificios que han resistido durante décadas a que les coloquen un sombrero horrible de plástico y hormigón, han de sufrir, hasta el fin de su existencia, la presión urbanística. Seguro que a todos se os ocurren ejemplos de este tipo, unos mejor resueltos que otros, pero todos robando la esencia del edificio que colonizan. Sin un urbanismo sostenible es difícil que podamos vivir en una ciudad sostenible.

No hubiera podido escribir estas líneas sin la colaboración de Román, Sara y Dani, a quienes agradezco profundamente su interés en este asunto y el abastecimiento de numerosos ejemplos de recrecidos de edificios que asolan nuestra ciudad.

DdA, XIX/5.411


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