En mi insignificante opinión, el monotema Rubiales tiene muy mala pinta. Y no estaría mal, para separar nueces y ruido, que se callaran durante un rato aquellos cuya única aportación consiste en insultar al individuo, o al menos hacerlo con una pizca de ingenio. El problema de fondo consiste en desmontar el entramado de una institución –la Real Federación Española de Fútbol- cuyas actividades tienen una influencia muy importante en los comportamientos sociales e ideológicos de millones de personas, pero vive al margen del ordenamiento control democrático del estado de derecho en cuyo seno actúa. Ahora, para avivar el folletín, se incorpora la madre del artista, una figura que creíamos en decadencia después de la Pantoja y que, para más inri, se declara huelguista abstinente. Pero no nos entretengamos. Si la política no actúa y lo deja todo en manos de los mismos que han apoyado hasta ahora con entusiasmo al primate Rubiales, no habremos avanzado mucho. A ese grupo gerontocrático formado por los presidentes regionales de la RFEF, que tanto recuerda al Tribunal de las Aguas, se le está pidiendo que se haga el hara-kiri, algo parecido a lo ocurrido con los procuradores franquistas durante la transición y que daría un resultado igual al de entonces: reaparecerían cuando se calmaran las aguas, reconvertidos en adalides del nuevo orden. Seamos serios. Estamos ante un episodio de la única revolución en marcha, la lucha por la igualdad entre los seres humanos independientemente del género en que elijan alinearse, y sus enemigos son el machismo y el patriarcado, que es el sistema de dominio asumido por las instituciones. La presión de las mujeres y el apoyo de los hombres que asuman este diagnóstico, valiéndose de todos los resortes políticos y sociales posibles, son las herramientas de que disponemos para dar fin de un modo radical a esta vergüenza colectiva. Aunque mientras tanto, vayamos encontrando también motivos para la risa.
DdA, XIX/5.431
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