viernes, 21 de julio de 2023

HABRÁ UN NUEVO GOBIERNO DE COALICIÓN PROGRESISTA


 Contra casi todo pronóstico de los que han diagnosticado las encuestas, salvo la del CIS, la articulista de CTXT, que dice ser especialista en ganar porras se atreve en este texto a afirmar que habrá en España un nuevo gobierno de coalición, porque, entre otras cosas, el candidato del Partido Popular empezó a perder las próximas elecciones generales a partir del debate a dos, del que no pocos de información lo dieron ganador, a pesar de haber usado la técnica de mentiras en cadena que en inglés se dice de otro modo por se una invención de la ultraderecha USA. Con esa metodología, entiende Vanesa Jiménez que mató el marco del sanchismo/mentira e inauguró el de la mentira propia que a partir de entonces ha determinado la campaña electoral. Aquella noche, el Partido Popular de Feijóo se entregó hasta el fondo al trumpismo, según hemos podido comprobar, y entiende la autora del artículo que lo va a pagar en las urnas: "Miren, mis tripas dicen que Pedro Sánchez -escribe Jiménez-, el hombre que consiguió quitarle la careta a Felipe González, y sigue sacando de quicio al millonario fundador de El País, y al peor director que nunca tendrá ese periódico, es capaz de impedir un gobierno ultra. Los porqués están en Matrix". Este Lazarillo, también, porque lo que pienso se acerca bastante a lo que expone la autora de este revelador artículo a contra corriente.


Vanesa Jiménez

Desde hace ya muchos días, vivo con un pálpito. No ni ná. Uno bueno, que se resume en que el PP trumpista y sus aliados de la ultraderecha no pueden formar gobierno. No ni ná. Como buen presentimiento, sale de lugares alejados del raciocinio, fundamentalmente de las tripas, pero como no soy del todo necia, incorporo a este sentimiento el análisis de la campaña y las muchas coberturas electorales acumuladas en mi cerebro. En mi contra tengo que no sé nada de ciencia demoscópica, ni de comunicación política, ni de opinión pública, ni de nada que me permita apoyar mi tesis en argumentos que aparenten solvencia. A mi favor, les diré que me precede una gran reputación como ganadora de porras, algunas inolvidables, como aquella de El País en la que gracias a Ratzinger me compré unos zapatos preciosos. 

Con estos mimbres, me dispongo a argumentar por qué creo que habrá un nuevo gobierno de coalición. Si esta columna tiene que autodestruirse la noche del domingo, recuerden que, como mucho, he escrito inexactitudes. 

Feijóo perdió el gobierno la noche del cara a cara con Sánchez en Atresmedia. Entonces no lo supimos. Y asumimos que perdió el candidato del PSOE y también el periodismo, con dos moderadores que no hicieron su trabajo como periodistas. Entonces vimos a un presidente que ni supo ni pudo responder a las mentiras de su adversario. Pero pocas horas después, el líder del PP empezó a perder. En diferido. Feijóo había usado la técnica del Gish gallop –“una invención y dinámica de los integristas y creacionistas USA”, como explica Guillem Martínez– para bombardear a su rival con tal cantidad de datos falsos que era imposible refutarlos a la vez. Y ganó Feijóo, sí, pero para lograr esa victoria, el propio candidato mató el marco del sanchismo/mentira e inauguró el de la mentira propia que a partir de entonces ha determinado la campaña electoral. Aquella noche, el PP de Feijóo se entregó hasta el fondo al trumpismo.

Como argumentaba con gran acierto Ignacio Sánchez-Cuenca en esta columna, “no queda más remedio que concluir lo inevitable, que el candidato del PP es un sanchista. Recuerden lo que le dijo a Alsina: ‘A mí me importa mucho que no se me diga que miento, porque si miento lo único que estoy haciendo es ser un sanchista más, y he venido para derogar el sanchismo’”.

El bombardeo de Feijóo tuvo un efecto colateral sobre él mismo: actuó como una autobomba de racimo, una de esas que libera cientos de pequeños proyectiles al abrirse –pueden afearme el símil, pero quería aprovecharlo para denunciar que Estados Unidos ha enviado a Ucrania este tipo de armamento, prohibido en más de cien países–, y, desde entonces, algunos de esos fragmentos de la bomba siguen explotando. La revalorización de las pensiones. BOOM. El caso Pegasus. BOOM. El presunto teletipo sobre el caso Pegasus. BOOM. BOOM. Su amistad con el narco Marcial Dorado. BOOM. BOOM. BOOM. Su desconocimiento de la actividad delictiva del narco al que todos en Galicia conocían, pero él no, porque entonces no había internet ni Google. BOOOOOOOOOOOOM. Cuerpo a tierra. Ay, el lumbago. 

Las mentiras de Feijóo han introducido en la campaña el contexto de excepcionalidad

Las mentiras de Feijóo han introducido en la campaña el contexto de excepcionalidad. Aunque nos pese, la posible entrada de la ultraderecha en el gobierno, sus discursos de odio, sus ataques contra nuestros derechos, no lo habían conseguido. Ni siquiera imaginar al líder de Vox como vicepresidente del gobierno, ni que en sus manos estuvieran también ministerios como el de Cultura, Educación, Interior o Defensa, había logrado movilizar al electorado demócrata. El miedo, ya lo hemos visto, no es un motor suficiente en este país. Tampoco lo fue nunca la corrupción. Pero la mentira repetida como arma electoral es otra cosa. En marzo de hace 19 años se votó contra una gran mentira. Conocen de sobra lo que pasó.

Dos días después de aquel cara a cara, el candidato antaño moderado y ahora abrazado al trumpismo tiró de manual ultra para cuestionar el voto por correo como hiciera con escaso éxito Donald Trump en las presidenciales de 2020 –¿recuerdan aquel tuit mítico: “I WON THIS ELECTION, BY A LOT!?”– , y como hiciera también su socio necesario, el líder de Vox, cada vez que ha tenido ocasión. Feijóo no solo pidió a los carteros que “con independencia de sus jefes, repartan todos los votos antes de que venza el plazo, para que los españoles podamos votar”, también se comprometió “a que si no les pagan las horas extra, en el primer Consejo de Ministros les pagaré todas las horas extras”. Mientras el candidato del PP se pasaba por el forro de la chaqueta el Estatuto de los Trabajadores y esparcía trumpismo con la inestimable ayuda de, entre otros muchos, Ana Rosa Quintana, el flamante nuevo Gobierno de Baleares, fruto de un acuerdo entre PP y Vox, suprimía las consejerías de Medio Ambiente e Igualdad. Mientras escribo esto, la presidenta de la Junta de Extremadura, la popular (en todos los sentidos) María Guardiola, ha eliminado Igualdad después de su pacto de Gobierno con Vox.

Mis tripas, que son las que aquí hablan, dicen que hay algo diferente, que hay enfado e indignación como pocas veces

Dentro de este contexto de excepcionalidad provocado por las mentiras del candidato Feijóo, y también por sus pactos con los ultras, hay otro componente que añade cierta singularidad a esta campaña electoral y son las redes sociales. Con los filtros burbuja, las gentes de esta revista somos muy cautas. Nos enseñó a serlo la profesora Natalie Fenton, en 2015, en una entrevista –una de las piezas más leídas en la historia de CTXT– en la que explicaba que “internet crea guetos políticos entre quienes ya están bien informados”. Pero más allá de guetos individuales, mis tripas, que son las que aquí hablan, dicen que hay algo diferente, que hay enfado e indignación como pocas veces antes; que hay refutaciones constantes, desmentidos, hemerotecas; que personas no activistas en redes se están movilizando; que muchos periodistas se han quitado el corsé de la presunta independencia para hacer su trabajo, también en redes sociales; que, de nuevo, no podemos soportar que nos mientan.

Estos días recuerdo un análisis que firmó Bernardo Gutiérrez sobre la guerra sucia digital en la campaña de la segunda vuelta de las elecciones de Brasil. Lula había contratado a Felipe Neto, un influencer con (entonces) 44,6 millones de seguidores en YouTube, 16,7 millones en Instagram y 15,2 en Twitter, para contrarrestar las mentiras contra el expresidente, que desde la primera vuelta habían aumentado un 238%. No sé decirles qué impacto tuvo aquella estrategia en la victoria de Lula. Tampoco sé cómo valorar la masiva movilización espontánea contra los bulos en esta campaña electoral española. Lo que sí hemos visto todas es cómo #FeijooMentiroso era la principal tendencia en Twitter durante varios días con decenas de miles de mensajes. 

Por último, les hablaré del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, un factor determinante en mi pálpito. Sánchez llama a su excepcionalidad “contra todo pronóstico” –“Ganamos unas primarias en dos ocasiones contra todo pronóstico”; “Ganamos una moción de censura para expulsar la corrupción del gobierno contra todo pronóstico”; “Ganamos dos elecciones en 2019 contra todo pronóstico”. Yo le llamo fallo en Matrix. En mayo de 2017, le vi cerrar la campaña de las primarias en el madrileño parque de Berlín. Hasta la bandera. Estaba hasta Borrell. Al día siguiente, y sin que nadie diera un duro, ni quisiera darlo, Sánchez ganó las primarias del PSOE con una participación récord y una gran diferencia sobre Susana Díaz. Un fallo en el código de Matrix había permitido que el candidato que se presentaba contra el aparato, federal y regional, y contra la mayoría de los presidentes autonómicos y secretarios provinciales, se convirtiera en el secretario general del partido. Miren, mis tripas dicen que Pedro Sánchez, el hombre que consiguió quitarle la careta a Felipe González, y sigue sacando de quicio al millonario fundador de El País, y al peor director que nunca tendrá ese periódico, es capaz de impedir un gobierno ultra. Los porqués están en Matrix.

Soy una periodista de izquierdas. Porque aunque algunos colegas –casi todos conservadores, como poco– se empeñen en sostener, en un complejo juego de cintura, que los periodistas debemos ser puros, independientes, limpios… todos y cada uno de nosotros miramos el mundo de una forma. A mí me enseñó a mirarlo mi padre, obrero de Astilleros, sindicalista, trabajador incansable del movimiento vecinal de Cádiz y socialista viejo desde que era joven. Cuando yo era chica, la vida la hacíamos en un pequeño cuarto al que llamábamos la salita porque el salón, a última hora de la tarde, estaba reservado a mi padre y a las personas del barrio que venían a pedir algún tipo de ayuda. Yo crecí yendo a manifestaciones en la que se pedían cosas. Y crecí también sabiendo que siempre habría alguna familia que necesitaría algo, como nosotros también lo necesitamos en algunos momentos.

El domingo votaré como siempre he hecho. Con dignidad –la ilusión la reservo a los bares, las fiestas, el teatro, la familia, las amigas, la comida, los zapatos… – y con esperanza. Este Gobierno ha sido un gobierno bastante decente. Y este país puede ser muchísimo peor. Me sirven las papeletas de Sánchez y de Díaz. Si en Madrid mi voto no resta a ninguna, me inclino a votar por primera vez al candidato del PSOE. Qué quieren que les diga, a mí los fallos en Matrix me motivan. 

Por cierto, mis tripas igual no le ofrecen demasiada solvencia, pero Narciso Michavila, presidente de la consultora GAD3 y autor de la frase “Va a haber un tsunami azul”, dijo ayer jueves, 20 de julio, que “hay que reconocer que hay varios millones de españoles que están votando para que Sánchez siga en el poder”. “No desvelo nada, pero el partido, hasta que no se cuenta el último voto, no está decidido”.

Si votas, gana mi pálpito y ganamos todas. Si votas, a partir del lunes tendremos que salir a la calle a pedir más derechos, no a defender los que ya tenemos.

No seas carajota, ¡y vota! No ni ná.

CTXT  DdA, XIX/5.400

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