lunes, 10 de julio de 2023

¿ALGUNA VEZ QUISO SER SALAMANCA CAPITAL CULTURAL DE LA MESETA?



Valentín Martín

En esa arquería, bajo las banderas municipales y los privilegios de los pregoneros adictos al régimen, estaba la costumbre de no pisar territorio prohibido. Allí voceaba su poder la clase de los ganaderos de reses bravas en el café donde los chiquillos de Osuna querían ser toreros y enamorar a una señora millonaria y salmantina. Pena, penita, pena corría como un dolor verlos arrecíos en el duro invierno esperando a la puerta por si tocaba misericordia y uno de los señorones les ofrecía un tentadero, primer paso hacia el Mercedes, la gloria y la dehesa, su propia dehesa.
¿Adónde van los poemas que no se cumplen? Nadie sabe, nadie supo. Nunca.
Tras eludir el siguiente café, la chica del abrigo rojo que dejó arrumbado medio siglo atrás, entra y se sienta en el Novelty, está vez sí, con Y griega. Enfrente está la ausencia de la noria de los estudiantes, exterminada por las despedidas de solteros que vienen de fuera para celebrarse como si fuera una ciudad de pachanga y alcohol. Se difuminó la posibilidad de convertir la ciudad en la capital cultural de La Meseta. ¿Alguna vez lo quiso?
Ella, la que selló con el arranque de un beso ese no me dejes que aún resuena en los viejos y turbios oídos del revolucionario, con el estruendo del yo quiero vivir, ha dejado atrás también la mansedumbre y hace mucho que lleva instalada en la hora de la vida.
Lejos quedan los paseos por las otras tres arquerías, bajo su avanzadilla paseaban la palabra, los gestos, la prudente proclamación al margen de bullicio y a la sombra de los pasos adelante.
Y aquí está, donde el retrato y el rastro de Unamuno asesinado, la estatura en bronce de Torrente Ballester, el silencio oficial y eclesiástico de Martín Vigil, el falangista alférez jesuita que inundó los corazones de millones de jóvenes católicos predicando la pureza elitista y marinera en su "La vida sale al encuentro " en 1961 mientras el obispo ocultaba las acusaciones de pederastia contra él en 1957 y 1958. Todo lo borraba La Clerecía.
La chica del abrigo rojo sabe que un día fue y ocurrió. Y por la noche se asoma a la Torre del Aire coronada de luz, sonríe a la nostalgia y sigue su camino. Pero antes ha venido a recordar aquí un gracias a la vida, la que fue tan esquiva con el viejo escritor.

DdA, XIX/5.390

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