Víctor Guillot
A escasos metros de la calle Francisco
Tomás y Valiente, donde se celebraba una concentración feminista contra “el
pacto de la vergüenza”, tenía lugar el último mitin de Santiago Abascal.
Alrededor de 1500 personas se congregaron en la plaza del Náutico para escuchar
una historia de Asturias muy particular, teñida de fracasos, humillaciones y
nostalgia. Era curioso comprobar cómo el discurso de los neofascitas, plagado
de invocaciones hacia una España idílica y bucólica, desembocaba hacia la
derrotista sensación de que en Asturias no había país desde la transición, tan
sólo saqueo, vagos y maleantes (socialistas).
Quien trate de creer que Gijón es una
ciudad de izquierdas o tradicionalmente de izquierdas, debe acudir al
escrutinio de las últimas locales para no caer en un pensamiento metafísico que
lo lleve a concluir que vive en un anomalía espacio-temporal. ¿Significa eso
que Gijón es de derechas? Tampoco. Tan sólo que tres partidos, Foro, PP y Vox,
alcanzaron un acuerdo que representaba a 70.000 votantes de alguno de los tres
partidos del bloque de la derecha. Foro pudo haber alcanzado otros acuerdos con
otras formaciones y hoy estaríamos hablando de otro Gijón distinto. Ni siquiera
intentó iniciar un proceso de diálogo con el PSOE. Decidió interpretar la lectura
de los resultados como una demanda de políticas de corte neoliberal y
neotrumpista sin atender al programa político que aprobó en su propio congreso,
unos meses antes. El acuerdo de las tres formaciones ofrece un resultado que
barre cualquier consideración sobre la naturaleza política de la ciudad y nos
habla, al mismo tiempo, de una parte de la sociedad que ha perdido el pudor a
decir que es de extrema derecha, participando de los hábitos culturales de la
izquierda.
En el mitin de ayer, no era difícil
observar al titán de la extrema derecha como un Polifemo perdido y disperso
rodeado de gente que tenía mucha pasta, estaba loca o no tenía donde caerse
muerta. El discurso de Vox ha permeado en la sociedad a través de los medios de
comunicación, lentamente, gota a gota, hasta llegar a lo que es hoy, 57
diputados en la Corte de los Leones, con un discurso que les permite blanquear
cualquier connotación fascista. El argumentario diseñado les invita a afirmar
que militar en Vox no es de fachas, sino de auténticos conservadores, que votar
a Vox no es estar en contra de los homosexuales, pero sí posicionarse contra
las leyes que desnaturalizan la familia. Gracias a los medios de comunicación,
votar a Vox les impele a decir que no están en contra de los derechos de los
animales, como tampoco lo están de los valores y tradiciones que construyen una
identidad nacional y, del mismo modo, ese argumentario les anima a publicar que
no están en contra de los inmigrantes, pero sí de los delincuentes. Y lo mismo
podemos decir del medio ambiente, siempre que no afecte a la industria o al
trabajo de los ganaderos. La falacia es sencilla. Nunca estarán en contra del
objeto, tan sólo contra las leyes que lo regulen. Recuerden lo que decía Feijóo
esta semana “Por cada reglamento que apruebe, derogaré tres”.
Y de eso, en gran parte, fueron las
elecciones del 28 de mayo en Gijón, en las que una parte de la ciudad percibió
amenazados sus derechos y salió el domingo a votar ante otra que prefirió
quedarse en casa. Vicente Álvarez Areces nunca dejó de decir,
durante las horas muertas de su última campaña electoral al Senado, que Gijón
no era una ciudad de izquierdas ni tampoco de derechas. Era una municipio que
votaba proyectos políticos de izquierdas porque eran mejores para los intereses
de los vecinos que los que presentaba entonces la derecha. Dicho de otra
manera, la derecha no ofrecía nada frente al programa de la izquierda.
Cuando Moriyón llegó por primera vez a la Alcaldía de Gijón,
lo hacía en gran medida porque el PSOE e IU habían llegado a las elecciones de
2011 políticamente agotados, tras 32 años ininterrumpidos de gestión política.
Finalizaba un ciclo de socialismo local y autonómico que abría paso a otro caracterizado
por el inmovilismo político.
Mientras Abascal atendía
a los medios, alrededor de cincuenta ciudadanos gritaban contra el fascismo y
los fascistas. La ciudad está tan polarizada como lo está el resto del país.
Una prueba mas de que Gijón es bipolar y no es tan diferente de lo que sucede
en otras ciudades es la plasmación de la escena que vivimos ayer, una imagen
inédita que refleja la quiebra social del municipio. ¿Acaso no venía Foro a
recoser la convivencia ciudadana? Puede que esa sea otra mentira. El pacto
trifachito sólo ha conseguido convulsionarla más. Y Carmen Moriyón sí debería
tener en cuenta algo. En política, las anomalías institucionales suelen ser
políticamente corrosivas para las formaciones políticas. Gijón no es de
izquierdas ni de derechas, pero las elecciones las ganó el PSOE y ese es un
factor realmente importante.
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