José
Ignacio Fernández del Castro
«La venganza es como el fuego. Cuanto más devora, más hambre tiene.» John Maxwell COETZEE (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 9 de febrero de 1940): Disgrace, 1999 (Desgracia, 2000).
El fuego es principio de vida y de muerte, espectáculo subyugante y terrible drama… Ya lo decía Heráclito de Éfeso, para el que era el ambivalente logos del mundo. Pero ese fuego que nos hizo humanos, logrando que unos seres desnudos y débiles lográsemos calentarnos, defendernos, alimentarnos y hasta fabricar utensilios e instrumentos que multiplican nuestras capacidades, también arrasa nuestro hábitat… Y nos mata.
El principio de cada primavera, entre marzo y abril, suele traer periodos de tiempo seco que, con la proliferación invernal del follaje, crean la situación propicia a los incendios… Y se dice, con frecuencia, que la desidia o la escasez de recursos materiales y humanos empleados en la limpieza invernal de los montes es causa de las oleadas de incendios que saludan con crepitante y desoladora contumacia cada primavera. Pero, por una parte, como se ha comprobado a lo largo de los años, sabemos que más de ocho de cada diez de esos incendios son provocados, ya sea por descuido o por voluntad; y, por otro, la solución de que el bosque se queme no puede ser eliminar el bosque como factor clave de biodiversidad, porque, digámoslo ya, esa petición de limpieza radical del follaje y el monte bajo constituye una verdadera demonización de una parte esencial de la biodiversidad del bosque, tachándola de “suciedad”… Así que ese “desbroce radical” (“pelar el monte”, por ejemplo, para llevar biomasa a incinerar a una planta eléctrica) que se reclama, es un desastre ecológico que apenas difiere en grado con el propio incendio.
Cierto es, en cualquier caso, que no se puede acusar a ningún colectivo concreto (excursionista, agroganadero, etc.) de estar detrás de esos ardientes despertares de cada primavera; pero no menos cierto es que, por ejemplo, desde que el parlamento asturiano quitó los acotamientos en la Ley de Montes asturiana de 2017, las hectáreas quemadas cada año vienen creciendo sistemáticamente; así cabe sospechar que alguien saca beneficio (en forma de pastos casi inmediatos) de esos incendios… Y, evidentemente, esos “beneficios surgidos de las llamas” es algo que, si realmente se quiere combatir la ola primaveral de incendios, se debe evitar.
Más difícil de controlar puede ser, desde luego, esa conducta incendiaria que, por ejemplo se evidenció en la elevadísima incidencia, más de ciento veinte en más de dos docenas de concejos, de los incendios mayores en el tránsito de marzo a abril asturiano, como el que fue pasando del concejo de Tineo al de Valdés con cinco focos casi simultáneos… Ahí, como bien señalaba la psicóloga Beatriz Cuervo resulta de lo más inapropiado hablar de pirómanos, pues la prevalencia de la piromanía en la población apenas alcanza el 1%, y tal proliferación incendiaria sería más explicable desde la “psicología de grupo”, donde, gregariamente, individuos sitúan sus intereses particulares (sean económicos o de simple notoriedad disruptiva) por encima de los comunes, haciendo lo que sea para ponerlos en juego. Ahí, desde luego, sólo cabe la respuesta, por una parte, de los servicios de extinción y, paralelamente, las pesquisas policiales que puedan poner las personas implicadas ante los tribunales para que apliquen las “medidas disuasorias” pertinentes de cárcel y/o multa onerosa… Sin caer, por supuesto, en ánimo alguno de venganza… Porque una sociedad que afronta los problemas con ánimo de venganza sólo puede acrecentar ésta hasta devorarse a sí misma.
DdA, XIX/5.342
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