sábado, 22 de abril de 2023

PROHIBEN UN LIBRO DE CARLOS TAIBO EN UN INSTITUTO DE MADRID

Carlos Taibo

Hagan el favor de tomar buena nota de lo que sigue. Me entero por Twitter de que en un instituto de San Sebastián de los Reyes, en Madrid, un profesor utilizaba en el aula, con el propósito de alimentar el pensamiento crítico, mi libro "Colapso". Por lo que parece, el padre de uno de los alumnos, que estimaba que la lectura en cuestión era 'adoctrinadora', pidió su retirada. Y la inspección adoctrinadora -educativa, quiero decir- le dio la razón.

Pues bien. Lo primero que debo hacer es mostrar mi solidaridad incondicional con ese buen padre. Debe estar agotado en esa lucha tenaz contra el adoctrinamiento. No puedo sino admirar a este titán contemporáneo enfrentado a periódicos, radios, televisiones y redes sociales, e inmerso a buen seguro en una contestación radical de la publicidad y de sus reglas. Me quito el sombrero.

Por si lo anterior fuera poco, y en un segundo escalón, está más que justificado que mi libro desagradase a este luchador. Certifico que es una obra superficial y disolvente -cómo me gusta este adjetivo-, llena de improperios y anacolutos, a diferencia de lo que nos ofrecen esos pulidos tertulianos de los que tanto tenemos que aprender. Todos los días debería abrirse en el aula un espacio para proyectar una tertulia. Ahí sí que maduran las mentes.

Solo se me ocurre enunciar, aun así, una queja. No entiendo, en el fondo, a qué viene toda esa historia del adoctrinamiento. ¡Con lo fácil que hubiera sido pedir la retirada de mi libro por lo aburrido que es! Doy fe de que sé de qué estoy hablando. He tenido que leerlo una docena de veces para preparar sucesivas reediciones, versiones latinoamericanas y traducciones a otras lenguas; por ahí adelante hay mucho depravado inmerso en la droga del adoctrinamiento. Seguro que eso -la sordidez de la obra- es, al cabo, lo que ha apreciado la inspección educativa en el paraíso de la libertad ayusiana. Ya lo decía mi hija, cargada de razón, un par de décadas atrás: mi padre es un aburrimiento.

PS. Vuelvo un momento a la carga con esa historia que difundí ayer: la que cuenta que en un instituto de secundaria madrileño, a instancias del padre de un alumno que estimaba que la obra tiene un carácter 'adoctrinador', inspección educativa aceptó retirar un libro mío que al parecer era lectura obligatoria. Dejaré claro que no me gustan las lecturas obligatorias y que, a la postre, todo el sistema educativo es inequívocamente adoctrinador. En el buen entendido de que no es la misma la conducta de quien alienta una discusión crítica sobre unos u otros materiales y la de quien, como es harto común, la proscribe.

Pregunta una persona, seguro que bien intencionada, si en un escenario como el de ese instituto no sería saludable que, junto a mi libro, se obligase al alumnado a leer otro de signo contrario. Voy a dejar de lado lo que pueda significar la tarea, risiblemente maniquea, de determinar qué es eso de un texto 'de signo contrario'.

Mayor relieve tiene el hecho de que la pregunta ignora lamentablemente el lugar en el que estamos. Me voy a arriesgar a afirmar que el 99% de los contenidos, y de los materiales escritos, que en el terreno de la economía se emplean en los diferentes estamentos del sistema educativo español obedece a la vulgata neoliberal o a la liberal (en la que incluyo, qué le voy a hacer, a la socialdemócrata).

A quien formula la pregunta que ahora me ocupa, ¿se le habrá ocurrido plantear en algún momento que convendría que, frente al discurso aberrantemente dominante -el de esas vulgatas-, que sorprendentemente muchos intuyen nada tiene de adoctrinador, se sugiriese la presencia de materiales 'de signo contrario'? ¿Por qué este mezquino debate solo surge cuando el escenario es el que propone el 1% disidente, y no cuando lo aporta lo que impone el 99% avasallador?

DdA, XIX/5.431

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