Vicente Bernaldo de Quirós
Hay una especie de semifanatismo demográfico por el que se les reprocha a muchas parejas que no quieren tener descendencia lo que los partidarios de la natalidad a toda costa no aceptan porque piensan que el hombre y la mujer están obligados a traer hijos al mundo para evitar que se pierda población y se ponga punto final, o, al menos, punto y aparte, a la España vaciada.
Y yo no digo que no sea recomendable crecer y multiplicarse, como dice el proverbio bíblico, pero tampoco hay que avasallar y hostigar a los nuevos matrimonios con filípicas de toda índole porque traer hijos al mundo no es una tarea que se deba tomar con demasiada frivolidad, porque hay que amamantarlos, educarlos y darles un futuro más o menos estable, lo que bastantes parejas, desgraciadamente no pueden llevar a efecto, salvo que se contagien de ,la irresponsabilidad total.
Algunas parejas optan por hacerse con una mascota, ya sea perro o gato, porque les compensa económicamente, no tienen que alimentarles con la comida más cara y más sana ni tienen la necesidad de pedir reserva en un colegio concertado. Y el afecto que les darían a sus hijos, lo traspasan a esos benditos animalitos. No es que sea muy partidario de esa disyuntiva, pero si puedo llegar a entender las razones de los matrimonios estériles, por conveniencias o por necesidad.
Sin embargo, los amantes de la familia tradicional cargan su furia contra estas parejas, sobre todo con las mujeres a las que les recuerdan frecuentemente la cita tan cruel de 'parirás con dolor' y les tildan de todo tipo de reproches acerca de su insensibilidad, porque no suple en ningún momento la obligación de ser padres por la convicción de ser dueños, que son cuestiones muy diferentes, pese a que en determinados sectores uno se cree que los hijos son propiedad de sus padres y hasta tratan de imponer en sus centros de enseñanza el llamado pin parental.
Pero, bueno, a lo que iba. El auge de la crianza de perros y gatos está generando un conflicto de intereses entre los ideólogos de la natalidad a toda costa y los dueños de las mascotas, y no entiendo porque no se puede preferir acariciar a un chucho que dar el biberón a una criatura humana. Yo no elegiría ese modo de familia, pero soy muy permisivo con los que buscan esa forma de vida.
Afortunadamente, además, la sociedad española ha evolucionado considerablemente en lo que se refiere al respeto a otros animales, aunque no sean racionales. Hemos pasado de subirnos a los árboles y destruir los nidos de los pájaros a fomentar las sociedades protectoras y criticar las prácticas inhumanas con los animales domésticos y con los que nos pueden servir de alimento.
Los que maldicen a los partidarios de las mascotas como compañías aprovechan para hacerle una enmienda a la totalidad al mejor trato a esos animales y ponen como chupa de dómine la ley de Bienestar Animal, utilizando criterios más de odio de clase que de sentido común teniendo en cuenta que esa legislación fue promulgada por la izquierda y, especialmente, por Unidas Podemos. Mucho me temo que si la demografía sigue reduciéndose porque los padres no tienen ni viviendas que puedan pagar holgadamente, ni salarios que les permitan vivir con dinero para llegar a fin de mes, sin demasiados sobresaltos, los que quieren volver a las familias numerosísimas del siglo XIX, van a mostrar su opinión favorable a que volvamos a asaltar los nidos de las aves del campo. Hay indicios preocupantes.
DdA, XIX/5.425
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