Hace referencia en este artículo el analista político de Mundiario a Santiago Carrillo en varias ocasiones. Una de ellas es con ocasión del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, cuando dice que don Santiago llegó a insinuar que Tamames estuvo al tanto de aquella intentona cívico-militar. Es algo que llegó a escuchar del propio Carrillo un jovencísimo reportero llamado Pablo Iglesias Turrión, en una entrevista realizada al anciano líder del Partido Comunista de España, cuando posiblemente ni el propio Iglesias sabía por entonces que su trayectoria biográfica iba a desembocar en el mundo de la comunicación. Pudimos ver ese fragmento de la interviú en la primera emisión del informativo de Canal Red Noticias Básicas. Martín Palacín recuerda en este artículo otra anécdota relativa a Ramón Tamames que nos ha servido como titular de su artículo Ramón Tamames (y otros) como mercenario de sí mismo:
José Luis Martín Palacín
Cuando en 1977 el viejo Lara le
encargó que escribiera una novela para que quedara finalista del premio
Planeta, Ramón Tamames aprovechó para proclamarse a sí
mismo (utilizando una parábola demasiado obvia) prócer de la democracia
naciente. Actuó de mercenario de Lara -que veía un buen
negocio en el morbo de publicar algo de un miembro de la izquierda-, pero,
además de llevarse la paga del finalista, aprovechó para endiosar su
imagen como un héroe -casi “el héroe”- del nuevo sistema
político.
Tal vez es lo que ha hecho siempre en su
carrera pública: “laborare pro domo sua” (barrer para adentro,
en una expresión castiza), al margen de quién contratara sus servicios.
En 1978 todos los asistentes al mitin público del Partido Comunista en
Vistalegre, con motivo del IX Congreso del Partido Comunista de España (ya
en la legalidad), quedamos sorprendidos con la proclamación hecha por
Santiago Carrillo de Ramón Tamames como candidato a la alcaldía de Madrid.
Pero tenía cierto sentido: Carrillo
buscaba en ese momento el cartel de alguien que se ubicaba en la izquierda, y
que había pasado incluso por la cárcel, pero que era reconocido por un sector
de la burguesía madrileña (clases medias e incluso clases altas) como uno de
los suyos. E hizo de él un mercenario para obtener votos en
sectores donde el PCE difícilmente los conseguiría. Ese papel Tamames lo
asimiló rápidamente con la vanidad del culto a la propia personalidad.
Es decir: sacando partido propio de aquella nominación. Quienes hicimos aquel
camino a su lado, y quienes convivimos con él en el grupo municipal comunista
del ayuntamiento de Madrid, tuvimos que pelear con aquella vanidad, y
con no pocas pretensiones de alternativas que en nada tenían que ver con un
programa municipal comunista, muy concienzudamente elaborado, con el título
de Cambiar Madrid. Él no hacía comunidad: trabajaba para sí
mismo.
Todo esto no trata de quitarle ni un
milímetro a su talla intelectual, ni como economista. Sino de
definir a alguien comprometido exclusivamente con una batalla
personalista, muy difícilmente combinable con una labor comunitaria y
coordinada que siempre ha distinguido la labor de las izquierdas, poniendo
siempre por delante los intereses de la comunidad.
Se ha especulado -el propio Carrillo lo insinuó-
sobre si Tamames estaba, por su cuenta, al tanto de las maniobras de
Armada para el golpe de Estado. No lo sé. Lo que sí sé es que el
día de la dimisión de Suárez me llamaron del gabinete de prensa del
Ayuntamiento (que estaba a 20 metros de mi despacho) para avisarme del teletipo
de la dimisión que acababa de llegar. Yo estaba prácticamente solo en el
Ayuntamiento a esas horas, y poco a poco fueron llegando al gabinete de prensa
otros concejales, empezando por Álvarez de Manzano, a quien avisé yo
mismo. Tamames volvía con otros de una comida, y me
chocó que su reacción fuera repetir insistentemente: “viva el gobierno de
concentración”, de una manera que me pareció extraña y frívola.
Cuando personalmente no veía en la noticia más que una gravedad de
fondo, poco de celebrar.
Posteriormente, cuando abandonó
el PCE, no fue una salida comprensible a simple vista: ¿hubo alguna
indicación desde el comité ejecutivo a cuenta de esa presunta colusión con
Armada?. Más tarde -después de ingresar en Izquierda Unida- apoyaría la
moción de censura contra el PSOE de Juan Barranco, en una sonada actuación
de tránsfuga, en contra del criterio de la gente de su grupo. Otra
vez mercenario, en este caso por cuenta del CDS.
No me ha interesado su carrera posterior, porque sus actitudes han sido permanentemente
repetitivas, y han devaluado su propia valía profesional e intelectual.
Digamos que de tanto venderse ha vivido por debajo de sus propias
facultades.
Y ahora da la campanada final,
apareciendo nuevamente como mercenario, en este caso a ¡favor
de la extrema derecha!. Por más que intenta, una vez más, ser
mercenario de sí mismo, con un discurso que no cumple las expectativas de
quienes le contratan. Por más esfuerzos que haga en diferenciar tímidamente
algunas de sus posiciones con las opciones clásicas de Vox, a Vox en realidad
ni le inquieta, porque no le quiere para marcar doctrina, sino para
marcar territorio, y para intentar su escalada frente al PP.
Es triste ver a alguien con
quien has compartido campaña y escaño, superar su propia marca de patetismo,
reivindicándose a sí mismo de la mano de lo más abominable del arco
político (que no democrático) español.
Pero hablando de patetismo y de
mercenarios, nos encontramos con un espectáculo, más triste si cabe,
de la mano de otro personaje al que también podríamos calificar como
mercenario de sí mismo: Alberto Núñez Feijóo. Mientras su antecesor, Pablo
Casado, tuvo la valentía de desmarcarse con claridad de la extrema derecha en
la otra moción de censura, y hasta realizó una excelente intervención
parlamentaria, que le dio una talla política inusitada, Feijóo afronta este
burdo teatrillo de la manera más mediocre y más oportunista posible.
No se va a oponer. Ni siquiera va a nadar, sino que va a dejar que lo
haga la señora Gamarra, quedándose él guardando la ropa, porque no las
tiene todas consigo (a pesar de determinadas encuestas), y quiere dejar
el camino abierto para contar con Vox. Para legitimar, una vez más
a la extrema derecha, mientras intenta deslegitimar al Gobierno, y mientras
incumple la Constitución, de la que presume sin motivos, con su recalcitrante
negativa a renovar el caducado poder judicial.
Podríamos
decir ante el espectáculo aquello de “vaya dos patas para un banco”.
Y podríamos lamentar que las derechas, con Tamames y Feijóo intenten
asfixiar la democracia y la vida política, a base de mercenarios y de
cálculos electoralistas cargados de un estrafalario oportunismo.
MUNDIARIO DdA, XIX/5.404
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