miércoles, 22 de marzo de 2023

TAMAMES Y EL 23 F: VIVA EL GOBIERNO DE CONCENTRACIÓN

Hace referencia en este artículo el analista político de Mundiario a Santiago Carrillo en varias ocasiones. Una de ellas es con ocasión del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, cuando dice que don Santiago llegó a insinuar que Tamames estuvo al tanto de aquella intentona cívico-militar. Es algo que llegó a escuchar del propio Carrillo un jovencísimo reportero llamado Pablo Iglesias Turrión, en una entrevista realizada al anciano líder del Partido Comunista de España, cuando posiblemente ni el propio Iglesias sabía por entonces que su trayectoria biográfica iba a desembocar en el mundo de la comunicación. Pudimos ver ese fragmento de la interviú en la primera emisión del informativo de Canal Red Noticias Básicas. Martín Palacín recuerda en este artículo otra anécdota relativa a Ramón Tamames que nos ha servido como titular de su artículo Ramón Tamames (y otros) como mercenario de sí mismo:

 

José Luis Martín Palacín

Cuando en 1977 el viejo Lara le encargó que escribiera una novela para que quedara finalista del premio PlanetaRamón Tamames aprovechó para proclamarse a sí mismo (utilizando una parábola demasiado obvia) prócer de la democracia naciente. Actuó de mercenario de Lara -que veía un buen negocio en el morbo de publicar algo de un miembro de la izquierda-, pero, además de llevarse la paga del finalista, aprovechó para endiosar su imagen como un héroe -casi “el héroe”- del nuevo sistema político.

Tal vez es lo que ha hecho siempre en su carrera pública: “laborare pro domo sua” (barrer para adentro, en una expresión castiza), al margen de quién contratara sus servicios. En 1978 todos los asistentes al mitin público del Partido Comunista en Vistalegre, con motivo del IX Congreso del Partido Comunista de España (ya en la legalidad), quedamos sorprendidos con la proclamación hecha por Santiago Carrillo de Ramón Tamames como candidato a la alcaldía de Madrid.

Pero tenía cierto sentidoCarrillo buscaba en ese momento el cartel de alguien que se ubicaba en la izquierda, y que había pasado incluso por la cárcel, pero que era reconocido por un sector de la burguesía madrileña (clases medias e incluso clases altas) como uno de los suyos. E hizo de él un mercenario para obtener votos en sectores donde el PCE difícilmente los conseguiría. Ese papel Tamames lo asimiló rápidamente con la vanidad del culto a la propia personalidad. Es decir: sacando partido propio de aquella nominación. Quienes hicimos aquel camino a su lado, y quienes convivimos con él en el grupo municipal comunista del ayuntamiento de Madrid, tuvimos que pelear con aquella vanidad, y con no pocas pretensiones de alternativas que en nada tenían que ver con un programa municipal comunista, muy concienzudamente elaborado, con el título de Cambiar Madrid. Él no hacía comunidad: trabajaba para sí mismo.

Todo esto no trata de quitarle ni un milímetro a su talla intelectual, ni como economista. Sino de definir a alguien comprometido exclusivamente con una batalla personalista, muy difícilmente combinable con una labor comunitaria y coordinada que siempre ha distinguido la labor de las izquierdas, poniendo siempre por delante los intereses de la comunidad.

Se ha especulado -el propio Carrillo lo insinuó- sobre si Tamames estaba, por su cuenta, al tanto de las maniobras de Armada para el golpe de Estado. No lo sé. Lo que sí sé es que el día de la dimisión de Suárez me llamaron del gabinete de prensa del Ayuntamiento (que estaba a 20 metros de mi despacho) para avisarme del teletipo de la dimisión que acababa de llegar. Yo estaba prácticamente solo en el Ayuntamiento a esas horas, y poco a poco fueron llegando al gabinete de prensa otros concejales, empezando por Álvarez de Manzano, a quien avisé yo mismo. Tamames volvía con otros de una comida, y me chocó que su reacción fuera repetir insistentemente: “viva el gobierno de concentración”, de una manera que me pareció extraña y frívola. Cuando personalmente no veía en la noticia más que una gravedad de fondo, poco de celebrar.

Posteriormente, cuando abandonó el PCE, no fue una salida comprensible a simple vista: ¿hubo alguna indicación desde el comité ejecutivo a cuenta de esa presunta colusión con Armada?. Más tarde -después de ingresar en Izquierda Unida- apoyaría la moción de censura contra el PSOE de Juan Barranco, en una sonada actuación de tránsfuga, en contra del criterio de la gente de su grupo. Otra vez mercenario, en este caso por cuenta del CDS.

No me ha interesado su carrera posterior, porque sus actitudes han sido permanentemente repetitivas, y han devaluado su propia valía profesional e intelectual. Digamos que de tanto venderse ha vivido por debajo de sus propias facultades.

Y ahora da la campanada final, apareciendo nuevamente como mercenario, en este caso a ¡favor de la extrema derecha!. Por más que intenta, una vez más, ser mercenario de sí mismo, con un discurso que no cumple las expectativas de quienes le contratan. Por más esfuerzos que haga en diferenciar tímidamente algunas de sus posiciones con las opciones clásicas de Vox, a Vox en realidad ni le inquieta, porque no le quiere para marcar doctrina, sino para marcar territorio, y para intentar su escalada frente al PP.

Es triste ver a alguien con quien has compartido campaña y escaño, superar su propia marca de patetismo, reivindicándose a sí mismo de la mano de lo más abominable del arco político (que no democrático) español.

Pero hablando de patetismo y de mercenarios, nos encontramos con un espectáculo, más triste si cabe, de la mano de otro personaje al que también podríamos calificar como mercenario de sí mismo: Alberto Núñez Feijóo. Mientras su antecesor, Pablo Casado, tuvo la valentía de desmarcarse con claridad de la extrema derecha en la otra moción de censura, y hasta realizó una excelente intervención parlamentaria, que le dio una talla política inusitada, Feijóo afronta este burdo teatrillo de la manera más mediocre y más oportunista posible. No se va a oponer. Ni siquiera va a nadar, sino que va a dejar que lo haga la señora Gamarra, quedándose él guardando la ropa, porque no las tiene todas consigo (a pesar de determinadas encuestas), y quiere dejar el camino abierto para contar con Vox. Para legitimar, una vez más a la extrema derecha, mientras intenta deslegitimar al Gobierno, y mientras incumple la Constitución, de la que presume sin motivos, con su recalcitrante negativa a renovar el caducado poder judicial.

Podríamos decir ante el espectáculo aquello de “vaya dos patas para un banco”. Y podríamos lamentar que las derechas, con Tamames y Feijóo intenten asfixiar la democracia y la vida política, a base de mercenarios y de cálculos electoralistas cargados de un estrafalario oportunismo.

MUNDIARIO  DdA, XIX/5.404

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