viernes, 31 de marzo de 2023

LA TARDE DE "LA CAZA" EN EL JOVELLANOS, DICIEMBRE DE 1967


Félix Población

Por aquel año ya se había hecho mi mirada al buen cine, fruto de mi amistad con Antonio Torres Gil, al que yo apellidaba de segundo Heredia por llamarlo como al protagonista del romancero de García Lorca, cuyos versos aprendí a interpretar precisamente gracias también a los análisis de este amigo, algunos años mayor que yo, que no estudiaba Letras sino ingeniería técnica. 

Él era ya mozo y yo andaba por la adolescencia cuando me llevó a las primeras sesiones de cine-club en el María Cristina, una de las dos salas que tenía la villa en la calle Corrida, no muy distante de la del viejo cine Robledo, en la que vería con mi madre por primera vez "Doctor Zhivago". En el María Cristina había visto varias pelis de Bergman que me impresionaron mucho, entre las que recuerdo Sueños y puede que también El manantial de la doncella, aun sin tener edad para acceder a la sala. Cuando visioné La caza, en el teatro Jovellanos, Antonio ya había acabado sus estudios y había pasado a residir en Madrid, donde nos reencontramos años después, cuando ambos vivíamos en el barrio de Vallecas. 

En 1967 era yo especialmente cinéfilo porque, a falta de teatro, que solo era posible en el inolvidable Estudio 1 de TVE y en verano en el propio Jovellanos -llamado antes de la guerra Dindurra- con obras no demasiado atrayentes, paliaba mi afición por la interpretación actoral con las películas. Por entonces formaba parte del pequeño grupo juvenil de teatro La Máscara, radicado en el Ateneo Jovellanos, y del que fui uno de sus iniciales promotores, antes de que Joaquín Fuertes, crítico de cine y teatro en el diario El Comercio, decidiera dirigirnos, hasta que lo sustituyó Jesús Urrutia.

La película de Carlos Saura, recientemente fallecido después de haber llevado adelante una muy activa y notable trayectoria como cineasta, me impactó de modo muy especial, hasta el punto de que muchos años después, hablando en Madrid con Emilio Gutiérrez Caba en la cafetería del hotel Suecia -era el más joven de los actores del elenco-,  le detallé los efectos psicológicos que me causó el film, entonces más recordables que ahora, y que, como en otras ocasiones con otras buenas películas, perturbaron mis sueños con algunas pesadillas durante varias noches, creyéndome en este caso un conejo a tiro de escopeta. 

A Emilio le hizo gracia que le dijera a bote pronto, mientras hablábamos de la obra de teatro que representaba entonces en el vecino teatro Bellas Artes, que de adolescente había soñado con él. La confidencia sirvió para que me contara detalles curiosos del rodaje y de sus compañeros, así como de la personalidad del director, a quien lamento no haber conocido. Saura fue sin duda alguna uno de nuestros más importantes creadores, capaz siendo ya nonagenario de proyectar nuevas empresas por las que se desvivía como si no le pesara para nada su avanzada edad.

 "Cuatro hombres rencorosos y armados, con una sola obsesión: matar. Pasiones y rencores que desembocan fatalmente en la caza del hombre", podía leerse en el cartel que anunciaba el film, en efecto. No cabía otra interpretación, en aquel escenario reseco y canicular en el que se desarrollaba la película, que la de comparar su tragedia con la de de una guerra que trajo consigo la dictadura que aún soportábamos y de la que los jóvenes sólo conocíamos la versión oficial de los vencedores, según el programa establecido desde su victoria. 

No recuerdo si fue con mi amigo Eladio de Pablo López, compañero  entonces en el incipiente grupo teatral en el que ensayábamos una obra de Eugene O'Neill y un esperpento de Valle-Inclán, con quien tuve una intensa y prolongada charla sobre la peli, paseando por El Muelle -el puerto interior, hoy deportivo- a los pocos días de verla. ¡Con qué inevitable nostalgia recuerdo a veces el ímpetu dialéctico de aquellos años, cuando andábamos desprovistos aún de la formación requerida para debatir sobre la mayoría de los asuntos pero nos sobraba pasión para encararlos, propia de la energía nuestro mocerío y ansias de libertad!

Una vez le planteé a Eladio, hace unos pocos años y teniendo en cuenta su laboriosa trayectoria profesional ligada a las artes escénicas, la posibilidad de reunir a los integrantes de aquel grupo de aprendices de actor para que escenificaran lo que significó aquella experiencia a lo largo de sus vidas. En mi caso fue muy importante, pues durante un tiempo ejercí el periodismo como crítico teatral y fui jefe de prensa del Instituto Nacional de las Artes Escénicas. Eso me permitió conocer en el teatro a la que es mi compañera de vida y madre de mi estupenda hija y también vivir como espectador momentos inolvidables ante funciones sobresalientes, dentro y fuera de nuestro país.

     DdA, XIX/5.413     

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