Félix Población
Por
aquel año ya se había hecho mi mirada al buen cine, fruto de mi amistad con
Antonio Torres Gil, al que yo apellidaba de segundo Heredia por llamarlo como
al protagonista del romancero de García Lorca, cuyos versos aprendí a
interpretar precisamente gracias también a los análisis de este amigo, algunos
años mayor que yo, que no estudiaba Letras sino ingeniería técnica.
Él
era ya mozo y yo andaba por la adolescencia cuando me llevó a las primeras
sesiones de cine-club en el María Cristina, una de las dos salas que tenía la
villa en la calle Corrida, no muy distante de la del viejo cine Robledo, en la
que vería con mi madre por primera vez "Doctor Zhivago". En el María
Cristina había visto varias pelis de Bergman que me impresionaron mucho, entre las
que recuerdo Sueños y puede que también El manantial
de la doncella, aun sin tener edad para acceder a la sala. Cuando
visioné La caza, en el teatro Jovellanos, Antonio ya había acabado
sus estudios y había pasado a residir en Madrid, donde nos reencontramos años después,
cuando ambos vivíamos en el barrio de Vallecas.
En
1967 era yo especialmente cinéfilo porque, a falta de teatro, que solo era
posible en el inolvidable Estudio 1 de TVE y en verano en el propio Jovellanos
-llamado antes de la guerra Dindurra- con obras no demasiado atrayentes,
paliaba mi afición por la interpretación actoral con las películas. Por
entonces formaba parte del pequeño grupo juvenil de teatro La Máscara, radicado
en el Ateneo Jovellanos, y del que fui uno de sus iniciales promotores, antes
de que Joaquín Fuertes, crítico de cine y teatro en el diario El Comercio,
decidiera dirigirnos, hasta que lo sustituyó Jesús Urrutia.
La
película de Carlos Saura, recientemente fallecido después de haber llevado
adelante una muy activa y notable trayectoria como cineasta, me impactó de modo
muy especial, hasta el punto de que muchos años después, hablando en Madrid con
Emilio Gutiérrez Caba en la cafetería del hotel Suecia -era el más joven de los
actores del elenco-, le detallé los efectos psicológicos que me causó el
film, entonces más recordables que ahora, y que, como en otras ocasiones con
otras buenas películas, perturbaron mis sueños con algunas pesadillas durante
varias noches, creyéndome en este caso un conejo a tiro de escopeta.
A
Emilio le hizo gracia que le dijera a bote pronto, mientras hablábamos de la
obra de teatro que representaba entonces en el vecino teatro Bellas Artes, que
de adolescente había soñado con él. La confidencia sirvió para que me contara
detalles curiosos del rodaje y de sus compañeros, así como de la personalidad
del director, a quien lamento no haber conocido. Saura fue sin duda alguna uno
de nuestros más importantes creadores, capaz siendo ya nonagenario de proyectar
nuevas empresas por las que se desvivía como si no le pesara para nada su
avanzada edad.
"Cuatro
hombres rencorosos y armados, con una sola obsesión: matar. Pasiones y rencores
que desembocan fatalmente en la caza del hombre", podía leerse en el
cartel que anunciaba el film, en efecto. No cabía otra interpretación, en aquel
escenario reseco y canicular en el que se desarrollaba la película, que la de
comparar su tragedia con la de de una guerra que trajo consigo la dictadura que
aún soportábamos y de la que los jóvenes sólo conocíamos la versión oficial de
los vencedores, según el programa establecido desde su victoria.
No
recuerdo si fue con mi amigo Eladio de Pablo López, compañero entonces en
el incipiente grupo teatral en el que ensayábamos una obra de Eugene O'Neill y
un esperpento de Valle-Inclán, con quien tuve una intensa y prolongada charla
sobre la peli, paseando por El Muelle -el puerto interior, hoy deportivo- a los
pocos días de verla. ¡Con qué inevitable nostalgia recuerdo a veces el ímpetu
dialéctico de aquellos años, cuando andábamos desprovistos aún de la formación
requerida para debatir sobre la mayoría de los asuntos pero nos sobraba pasión
para encararlos, propia de la energía nuestro mocerío y ansias de libertad!
Una
vez le planteé a Eladio, hace unos pocos años y teniendo en cuenta su laboriosa
trayectoria profesional ligada a las artes escénicas, la posibilidad de reunir
a los integrantes de aquel grupo de aprendices de actor para que escenificaran
lo que significó aquella experiencia a lo largo de sus vidas. En mi caso fue
muy importante, pues durante un tiempo ejercí el periodismo como crítico teatral y fui jefe de prensa del Instituto Nacional de las Artes Escénicas. Eso me permitió conocer en el teatro a la que es mi compañera de vida
y madre de mi estupenda hija y también vivir como espectador momentos
inolvidables ante funciones sobresalientes, dentro y fuera de nuestro país.
DdA, XIX/5.413
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