Jaime Richart
Todo empezó con una pandemia que en muchísima gente del mundo despertó sospechas por la forma de implantarse como verdad una contingencia, y por la rara coincidencia de todos los gobiernos, al menos los occidentales, en asumir sin rechistar, el 14 de marzo de 2019, una sospechosa declaración de la OMS; una organización financiada a través de contribuciones de los estados miembros, pero también a través de donantes particulares, como la Fundación Bill y Melinda Gates que es el mayor donante, y de donaciones de grandes farmacéuticas a su vez los principales fabricantes de vacunas... y de armas.
Hasta entonces ya había señales, apuntes por parte de toda clase de observadores acerca del advenimiento de una nueva Era, una etapa diferente o muy diferente de la que había vivido el mundo hasta ahora. Pero hasta la robotización que se percibía como progresiva e imparable, se veía casi como anécdota, no como una amenaza para gran parte de la población mundial. Amenaza que poco a poco se iba y se va concretando en la exclusión principalmente de la población de los mayores, ya abocados por la inercia de otros aspectos de la sociedad, como por ejemplo la ruptura de la familia tradicional, a la soledad crónica, una enfermedad silenciosa que recorre el mundo.
Pues bien, poco después de cerrada la etapa de las funestas consecuencias de un rara pandemia a escala mundial, en todos los órdenes y no sólo el sanitario sino también o principalmente el económico y el laboral, estalla un conflicto que, al parecer, ya venía gestándose desde 2004 año en que el gobierno ucraniano y escuadrones militarizados o paramilitares empiezan a hostigar a dos repúblicas populares ruso parlantes, Donesk y Lungask, de una manera atroz. Rusia entra en Ucrania en defensa de esos territorios y con la intención de blindar su posesión de Crimea. A partir de este momento, a la gravísima alarma que acompañó a aquella declaración de la pandemia, sobre los sueros improvisados que llamaron vacunas y la división entre la población y entre no pocos médicos, biólogos y científicos en general acerca de tan alarmante evento, sucede otra alarma más grave todavía: la amenaza nuclear. Aun siendo improbable la deflagración a escala planetaria, precisamente por la certeza de que a una detonación seguirían muchas otras, la simple amenaza unida a la robotización de la sociedad, el desmantelamiento paulatino del orden económico y el desaliento de gran parte de la población en occidente, ese nuevo orden articulado en la llamada Agenda 30-50 es un nuevo tiro de gracia para los rezagados que ni son jóvenes ni son ni van a ser pensionistas. Ello pese a que los objetivos de dicha Agenda sean ilusionantes: perseguir la igualdad entre las personas, proteger el planeta y asegurar la prosperidad con una nueva agenda de desarrollo sostenible. Un nuevo y extenso contrato social en todo el globo terráqueo, que no deje a nadie aislado o atrás…
Sin embargo, una cosa es el propósito y otra la posibilidad de plasmar en realidad lo que hoy por hoy es utopía, otra utopía más de las muchas que circulan por la Historia del humano. Así es que entre unas cosas y otras, entre la intención de poner firme a la población de todas las naciones para realizar los planes, la amenaza gravísima del cambio climático, la no menos gravísima de despidos en masa, la no menos gravísima de una guerra nuclear que no dejaría piedra sobre piedra en el planeta, y el exceso de confianza en la robótica y la informática, la sensación de desconcierto que aprecio en los gobernantes y por supuesto en los gobernados en general, es flagrante y espantosa. Mientras ellos, los gobernantes y los políticos, y la gente común se desenvuelven en la vida pública, todo transcurre como si no pasase nada. Pero a solas, os aseguro que todos tiemblan de perplejidad pues, por otro lado, saben que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha declarado que la vida de la tierra finalizará aproximadamente en el 2050, es decir le quedan 30 años. Y para entonces se habrá extinguido la capa de hielo del Ártico, los desiertos serán aún más amplios y la calidad del aire ocasionará que las muertes sean incontrolables. De modo que ya se me dirá cómo se casan esos planes idílicos de la Agenda 2030-50 con semejante declaración-augurio de la ONU…
DdA, XIX/5.395
No hay comentarios:
Publicar un comentario