Alicia Población Brel
El pasado 5 de marzo, la sala de cámara del Auditorio Nacional acogió una vez más a la Orquesta y Coro Nacionales de España para finalizar el ciclo “Descubre… Conozcamos los nombres” de esta temporada. En esta ocasión, la orquesta seguía las manos de François López-Ferrer, director invitado, quien ha dirigido orquestas como la del Festival de Verbier, la Sinfónica de Hamburgo, la Orquesta de RTVE o la del Festival de Gstaad entre otras. La solista invitada era la soprano Sabina Puértolas, una de las cantantes españolas más internacionales reconocidas por su talento y entrega en la interpretación.
A la cabeza de las presentaciones que siempre acompañan este ciclo, de nuevo disfrutamos de la compañía de la doctora Sofía Martínez Villar, quien destacó, una vez más, por sus esclarecedoras explicaciones previas a la escucha completa de las dos obras que nos ocupaban: el Nocturno sinfónico de Marcos Fernández-Barrero y el Stabat Mater de Francis Poulenc. Ambas obras pretendían, tal y como nos contaba Martínez Villar, mostrar sensaciones para las que es difícil poner palabras. Y qué mejor manera de entenderlas que a través de la música…
El compositor Fernández Barrero
ganó la novena edición del premio de composición AEOS-BBVA en 2017 con el Nocturno sinfónico, una obra
que, al tiempo que hace referencia a la placidez e incertidumbre de la noche,
se zambulle en el complejo mundo de los sueños. A través de dos movimientos,
somnolencia y pesadilla, el compositor ha sabido plasmar en la obra las
sensaciones que cualquiera ha podido experimentar cuando el sueño le acoge en su seno.
La cuerda jugaba con la oscilación del intervalo de quinta justa que se iba ralentizando de la misma manera en que lo hace la respiración cuando empezamos a sentir la somnolencia. Al mismo tiempo, los numerosos glissandos en las diferentes secciones ponían de manifiesto la naturaleza inconfundible del bostezo. Las miclonías, nombre que hace referencia a los espasmos musculares que pueden percibir algunas personas cuando rozan el sueño, también aparecían, como pequeños gestos en el tutti orquestal, marcando su particular carácter nervioso. Una melodía se entretejía aquí y allá, sobrevolando titubeante, a veces incompleta, el viento madera, las violas o la percusión laminada, para mecerse luego entera e íntegra de una a otra sección. La orquesta logró expresar lo que Martínez Villar nos había explicado previamente con palabras: la somnolencia plácida y tranquila en contraste con la pesadilla del sueño profundo.
Durante la segunda parte
escuchamos el Stabat Mater que
Francis Poulenc le dedicó a un buen amigo suyo, el diseñador, escenógrafo y
pintor, Christian Bérard, quien, además de compartir amistad con
Poulenc, también era víctima de las inquietudes que suponía vivir con libertad
la homosexualidad. A la muerte de Bérard, Poulenc, que tenía unas profundas
convicciones católicas en permanente conflicto con su orientación sexual,
escribió el Stabat Mater obra
que, entre otras muchas composiciones sacras, es ahora todo un referente de
este género musical.
En
la obra se puede percibir la influencia de Pergolesi y la Teoría de los
Afectos, expresada, por ejemplo, en esas bajadas descendentes que caracterizan
el sollozo en la música y, en este caso, el de la virgen, dolorosa, ante la
cruz. En los doce movimientos en los que se estructura la obra podemos escuchar
el llanto en multitud de formas, como en la vida misma; bien en bajadas
cromáticas, frágiles y delicadas, rebosantes de la tristeza más pura, bien en
movimientos más rabiosos que expresan la cólera ante la pérdida del ser amado.
Hacia el final de la obra podemos sorprendernos al escuchar el tono liviano de
los últimos movimientos. Sin embargo, el “Descubre… conozcamos los nombres”
sirve para poder comprender estos inusitados giros compositivos, y es que, como
bien nos explicó Martínez Villar, el tono desenfadado del final de la obra hace referencia a la confianza en que, más allá de la muerte, existe otra vida.
Aferrarse a esta idea da rienda suelta a la esperanza que, en contraste
absoluto con la honda tristeza inevitable, nos devuelve, de alguna manera, una
frágil alegría con ansias de desenvolverse.
Con
ese sabor de boca nos dejó el pasado concierto del día 5, nutridos de la
interesante exposición de la doctora Martínez sobre el poder de la música a la
hora de explicar lo inexplicable y con una interpretación por parte de la
orquesta y el coro empastada y segura su mayoría. Sabina Puértolas intervino
brevemente, pero en los momentos en los que se escuchaba su voz era como
percibir los haces de luces entre el maremágnum de la masa sonora.
Quedamos
a la espera del próximo ciclo de “Descubre… conozcamos los nombres”, con las
ganas y la esperanza de que puedan ser más de tres de aquí en adelante.
Ritmo DdA, XIX/5.393
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