viernes, 24 de febrero de 2023

¿QUIÉN ENCUBRE AL SUJETO QUE DEJÓ PARAPLÉJICA A RAQUEL DÍAZ?

 

«Dime si estás viva, Raquel»














«Dime si estás viva, Raquel»

La justicia parece haberse olvidado de esta abogada leonesa casi tres años después de la presunta agresión que la dejó parapléjica en Toreno, así que ya no queda más remedio que confiar en lo de que «el mal sólo triunfa cuando los hombres buenos no hacen nada». Raquel Díaz todavía cree en los hombres buenos y sigue esperando la fecha del juicio que sentará en el banquillo a su exmarido

Susana Martín
SUSANA MARTÍN

Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan. Se lo leí a Leila Guerriero hace unos días y esta semana no dejo de pensar en esa frase de Madeleine Allbright…

Confieso que llegar hasta Raquel Díaz fue infinitamente más difícil que acceder a una cárcel a escondidas para entrevistar a dos condenadas por asesinato. En aquel caso (2014), les escribí una carta al día siguiente del crimen, insistí durante dos años. Cartas, llamadas, mensajes, y así hasta que se cansaron de que nadie quisiera escucharlas y metieron mi nombre en la lista de visitas. Entré en prisión seis domingos, pregunté a Triana y Montserrat todo lo que quise sobre el crimen de Carrasco, y ellas contestaron -poco- a lo que les apeteció. Contaron mucho, no todo publicable.

No me impresionó tanto entrar a la cárcel como al refugio de Raquel. Esta vez, casi tres años después de que ocurriera lo que fuera que ocurrió en Toreno que dejó a Raquel postrada en silla de ruedas y con daños cerebrales severos, las sensaciones son escalofriantes. Es extraño visitar a una víctima de malos tratos más escondida que un delincuente. Al pasar los controles, al atravesar los pasillos, al encontrarse mis ojos con tantas miradas perdidas, con los saludos a gritos de los internos, al llamar al timbre para que me dejaran salir.

Si alguien se pregunta qué ha hecho Raquel para estar custodiada así, yo no sabría explicarle los motivos, más allá de aquello de la seguridad, la protección, la custodia de las víctimas. Nadie cabal lo comprendería si contamos que Raquel, ya muy recuperada de un descalabro salvaje, aguarda en este lugar un tanto lúgubre a que llegue la fecha de un juicio que sentará en el banquillo de los acusados al hombre que por unos años fue su amor. Pero así es: allí desespera por una justicia que parece haberla aparcado sine die.

No habrá tampoco quién sepa explicar que ella, que quedó parapléjica y con el cuerpo literalmente reventado a palos tras un episodio de terror en la finca familiar de Toreno (Bierzo, León) y otros anteriores, sea quien aguarde encerrada un procedimiento judicial que no termina de llegar, mientras el hombre al que la propia Fiscalía acusa de tentativa de homicidio y malos tratos habituales campa a sus anchas por donde quiere, con quien quiere, sin más explicaciones al mundo que pasarse de vez en cuando por el juzgado o portar en el tobillo un dispositivo de localización que cada dos por tres pierde la señal.

Prefiero mil veces oír las películas imposibles de dos mujeres que se obsesionaron con deshacerse de otra que tener que aguantarme las lágrimas porque no soy capaz de soportar el relato de una mujer que ha perdido a hostias la vida que tenía y que no alcanza a comprender qué ha hecho ella para estar así: postrada, encerrada, aislada, ignorada por tantos, olvidada por una justicia que castiga en tiempos a quienes más la necesitan.

«Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan», pero ¿qué puede hacer una para calmar el dolor de Raquel? «Cuenta mi historia, no dejes que me olviden, no me dejéis sola». En ello estamos.

Pero, ¿qué se le dice a Raquel cuando relata su calvario, cuando tiembla porque vuelve a sonar el timbre agudo del dispositivo que porta para su protección, cuando pregunta qué fue de quienes un día eran sus amigas del alma, cuando te cuenta que ha vuelto a tener la misma pesadilla recurrente, que tiene miedo de que él vuelva a acercarse? ¿Cómo se traga tanta saliva cuando ella te aprieta la mano y detalla qué ocurrió aquella «tarde maldita» en Toreno y te cuestiona cómo es posible que ese hombre este libre con esos informes forenses, con esas pruebas irrefutables, con tantas versiones a todas luces imposibles?

Estremece ver la fortaleza de una mujer que ha perdido tanto pero sigue peleando por sobreponerse al terremoto de violencia que arrasó con sus restos. «¿Estás viva? Dime si estás viva, Raquel», le preguntaba él «tras cogerme del cuello, tirarme desde el corredor de la casa, apalearme, arrastrarme al interior, cambiarme de ropa».

Veo a mujer destrozada, con la vida partida en dos, que saca fuerzas de no sé dónde para sobreponerse a un horror que llevaba soportando años y seguir adelante para afrontar un juicio que no termina de llegar («¡cómo puede ser que no haya ni fecha!»). Y esa espera se produce ahora en un ambiente que no es el más mullido para sanar sus heridas: rodeada de ancianos, de enfermos psiquiátricos, de historias tristísimas de soledades.

No sé ni dónde mirar cuando Raquel pregunta por qué es a ella a la que se castiga con un encierro, por qué no puede llevar una vida normal en Ponferrada, en un entorno normal, rodeada de su gente, su familia, sus amigos.

Tampoco encuentro palabras cuando Raquel quiere saber cómo puede ser que, habiendo advertido los médicos de que todo apuntaba a un episodio de violencia de género, él podía seguir yendo a verla al hospital, y entrar y salir a una casa y a la otra. O cómo pudieron varias personas acceder alegremente a esas viviendas que compartieron, donde tantas pruebas podía haber. O por qué la detención de él no se produjo hasta pasados seis días, y qué pudo hacer o deshacer durante tanto tiempo…

No tengo respuestas para ti, Raquel, tú eres quien sabe de autos, de diligencias, de escritos imposibles, de esperas judiciales eternas. Pero estoy convencida de que tus ganas de justicia, tu fuerza para trabajar en el esclarecimiento de los hechos, tu empeño en seguir disfrutando una vida que no será la que siempre imaginabas y tu deseo de ayudar a que otras mujeres huyan del infierno que viviste tú («yo sabía que esto iba a acabar mal, por eso nunca me atreví a denunciar») te darán la energía suficiente para soportar unos meses más de esta pesadilla.

Todos los finales son también comienzos, Raquel, aunque sea duro, aunque los daños hayan sido irreparables y nada vuelva a ser lo mismo… Con la incertidumbre y los miedos, ya no quedan certezas, pero el tiempo nos va colocando, te irá colocando. Y tú -que tanto lees- ya sabes que no queda más remedio que confiar en lo que escribió Burke, en eso de que «el mal sólo triunfa cuando los hombres buenos no hacen nada», y tú sí crees que quedan hombres buenos. Vaya si estás viva, Raquel.

LEONOTICIAS  DdA, XIX/5.383

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