miércoles, 11 de enero de 2023

TRES AÑOS, UNA PANDEMIA Y UNA GUERRA: UP HIZO BIEN ESTANDO EN EL GOBIERNO


Diego Díaz

El Gobierno de coalición PSOE-UP acaba de cumplir tres años. Lograr que el PSOE cruzara una línea roja como gobernar con Unidas Podemos fue casi tan difícil como que en el seno de la coalición de izquierdas se traspasara antes otra barrera mental: había que enterrar la hipótesis del sorpasso, creíble entre 2015 y 2016, y asumir la entrada en un ejecutivo socialista como socio minoritario.

En IU estaban acostumbrados a gobernar con un PSOE mayoritario, pero en Podemos no. De algún modo Podemos había nacido como respuesta a la tradicional política de pactos de IU con los socialistas. En 2019 sin embargo se invertían los papeles: mientras Podemos insistía en que había que sentarse en el Consejo de Ministros, IU se abría a explorar un pacto exclusivamente parlamentario. 2019, recordemos, fue el año del “Gobierno a la portuguesa”. La fórmula, aunque ya muy agotada en Portugal, era defendida entonces por influyentes periodistas progresistas y tenía una amplia aceptación entre las bases, cuadros y dirigentes de la izquierda española. “El mejor lugar para fiscalizar a un Gobierno sin mayoría es el Parlamento, no el Consejo de Ministros. Es más importante para la vida de la gente el programa que se acuerde o las leyes que en consecuencia se aprueben que las carteras que unos u otros consigan” escribía Ignacio Escolar en julio de 2019 en El Diario.es.

Los partidarios de quedarse fuera del Gobierno esgrimían buenas razones para justificar su posición. En primer lugar la debilidad de Unidas Podemos para aguantar una tercera repetición electoral de la que además sería culpada. En segundo las contradicciones y sapos que a UP le tocaría tragarse como socio minoritario de un gobierno de alguien tan poco fiable como Pedro Sánchez, con una correlación de fuerzas muy desfavorable y sin acceso además a carteras tan estratégicas como Exteriores o Economía, esta última en manos de una ministra de ortodoxia neoliberal como Nadia Calviño.

Reclamar sin embargo un lugar en el Gobierno de España tenía más de desafío a las normas no escritas del Régimen del 78 que de “mendigar” sillones al PSOE, como caricaturizaban en Anticapitalistas la posición de Pablo Iglesias. Suponía aguantar a Pedro Sánchez el pulso de una repetición electoral y forzar al presidente a aceptar a un socio no querido. El PSOE sabía a lo que se enfrentaba con Iglesias en el Consejo de Ministros: una radicalización de la oposición de derechas así como de sus aliados mediáticos y en el seno del Estado. Por su parte Iglesias sabía que fuera del Gobierno no tendría más que buenas palabras del PSOE y muy pocos compromisos reales. Colocarse donde el adversario no quiere que estés suele ser una buena brújula política para orientar el qué hacer. Es probable que Iglesias, aún a sabiendas del alto coste personal que iba a pagar por ello, estuviera dispuesto a asumir el precio de una oposición derechista de tintes latinoamericanos. El establishment, y en concreto ese Estado cada vez menos profundo y más visible, parecen más preocupados por derribar al Gobierno progresista que por el discurso puntilloso de una oposición de izquierdas que no ha llegado a cuajar con el reflujo de la movilización social. Tan solo las izquierdas nacionalistas parecen haber sacado partido a su posición extramuros del Gobierno, marcando distancias en los desacuerdos, pero también apuntándose los tantos cuando apoyan las reformas progresistas de PSOE-UP.

En política no suele escogerse entre una opción buena y una opción mala, sino entre dos opciones regulares, malas o incluso muy malas. Como en la cocina, el secreto del buen cocinero reside en sacar partido a ingredientes que no siempre son los mejores. Fuera del Gobierno Unidas Podemos se arriesgaba a ser irrelevante y además a iniciar una nueva espiral autodestructiva. Tres años, una pandemia y una guerra después, Unidas Podemos puede reivindicar que su presencia en el Gobierno ha contribuido a la ampliación de los derechos sociales, laborales y civiles tras una década de retroceso, así como a demostrar que una crisis económica se puede gestionar de manera muy distinta a la de 2008, aunque, claro está, con una coyuntura europea mucho más favorable que la que tocó a los gobiernos de ZapateroHollande o Tsipras. Sapos los ha habido y bien grandes (Sahara, presupuesto militar, valla de Melilla, privatización de Bankia, derogación solo parcial de la reforma laboral del PP…), pero también victorias frente al PSOE, como la subida del SMI o la reciente Ley Trans. La participación gubernamental no ha paralizado las tensiones internas en el seno de UP, pero ha dado una visibilidad inédita para figuras como Yolanda Díaz o Irene Montero. Una visibilidad que habría sido imposible en una oposición parlamentaria hegemonizada por el griterío de PP y Vox.

No sabemos qué pasará con el Gobierno de coalición en los próximos meses. Es también imposible saber qué habría pasado con UP de haberse quedado en la oposición, pero sí sabemos lo que ha sido de una izquierda portuguesa que ni siquiera pensó en cogobernar con los socialistas. Fue barrida del mapa cuando desafío a los socialistas y Antonio Costa pudo apretar al botón de las elecciones anticipadas. La izquierda no debería idealizar el Gobierno. Tampoco la oposición.

NORTES  DdA, XIX/5348

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