lunes, 2 de enero de 2023

TODOS LOS CUENTOS Y TODOS LOS POEMAS DE ANTONIO PEREIRA

Félix Población

Aprovechando las vacacionales fechas navideñas y el tiempo de ocio que nos deparan al margen del consumismo al uso y abuso, me estoy dedicando a repasar y completar la lectura de la obra narrativa y poética de Antonio Pereira, del que había leído algunos libros sueltos y poemarios y al que considero uno de los más importantes escritores de relatos del siglo XX. 

Para ello me he servido de la magnífica edición que la Fundación Antonio Pereira y la editorial Siruela han hecho  de Todos los cuentos (casi 900 páginas) Todos los poemas del escritor berciano, edición conmemorativa del centenario del año de su nacimiento. Nadie mejor que el poeta y amigo Antonio Gamoneda para prologar el primero de los libros y nadie mejor que el escritor, poeta y amigo Juan Carlos Mestre para hacer lo propio con el segundo. 

Bien es cierto que las páginas escritas por Gamoneda, más que un prólogo, son (según sus propias palabras) una carta (sin fecha) a Antonio Pereira pidiéndoles disculpas por no haber escrito un prólogo y adenda, siendo esta misiva la primera que se han cruzado en sesenta años largos de amistad. Tu narrativa eres tú, le dice el poeta asturiano en esa carta, citando al crítico literario Ricardo Gullón y considerando que la obra de Pereira es una dimensión de su vida. También añade que la narrativa del escritor berciano no puede ser ficción, porque antes que eso, siguiendo a Gullón, la realidad poética es el componente verídico y esencial de tu narrativa breve. Para Gamoneda, Pereira es esencialmente poeta y precisamente por eso escribe una magnífica narrativa breve. 

En cuanto a la poesía de Antonio Pereira, entiende Juan Carlos Mestre en el prólogo a Todos los poemas que el mundo propuesto por el poeta berciano no está vinculado con la apariencia del ser ficcional, sino con sujetos, sucesos y personajes que en su enunciado de realidad se personifican en el texto como un acto puro de lenguaje, plenos y autónomos portadores de sentido, héroes sin otra épica que su conmovedor existir en el irredento paisaje moral de la sombras. Dice Mestre que Pereira nombra desde lo vivido y también desde la realidad de lo soñado. 

El centenario del nacimiento Antonio Pereira se ha conmemorado en León con la inauguración de su casa-museo, que espero visitar en breve. El diario ILeón ha publicado estos días un extenso artículo dedicado al escritor y poeta berciano en el que la personalidad del autor de El Síndrome de Estocolmo es analizada a través de las opiniones de gentes de la cultura, el periodismo y su ámbito geográfico más cercano. Todo empezó para Pereira el día de su adolescencia en que leyó -quizá en voz alta para disfrutar de la sonoridad de su escritura- la Sonata de otoño de Ramón María del Valle Inclán en la trastienda de la imprenta de un tío suyo. 

César Fernández

Antonio Pereira ya era un escritor conocido cuando a principios de los años setenta se pasaba por la delegación que la editorial Plaza y Janés tenía cerca de San Marcos en León. Había expectación. La visita tenía algo de ceremonial. El director salía a recibirlo a la puerta. Julio Llamazares, que trabajaba allí con apenas 17 años, soñaba también con escribir y con “despertar aquella admiración en las chicas”. Cuando apenas unos años después entrevistó a Pereira en la radio y se quejó de lo caros que eran los libros, el poeta y narrador de Villafranca del Bierzo de cuyo nacimiento se cumplen cien años en este 2023 se ofreció a regalarle uno. “Dedico este libro que tanto costó, sobre todo al que lo escribió”, le puso en la primera página. Pereira en estado puro.

“Yo fui un niño precoz (…). Nunca me gustaron los niños precoces”, dispara el propio escritor berciano en una entrevista resumida en un vídeo de apenas 20 minutos de duración que corona la visita a la Casa-Museo Antonio Pereira, acondicionada para celebrar como se merece el centenario del nacimiento del autor. Con vistas al paseo de Papalaguinda, él prefería recluirse para escribir en un despacho que daba a un patio de luces. Aunque también vivió en Madrid, esa fue su “casa principal”. “Decía que donde tenía sus mejores zapatillas”, zanja su sobrino y director gerente de la Fundación Antonio Pereira, Joaquín Otero, al frente del legado del autor fallecido en 2009 desde la muerte de su viuda, Úrsula Rodríguez Hesles, justo diez años después.

Pereira, que se recordaba de niño leyendo en la trastienda de la imprenta de su tío Tomás en Villafranca libros de José María Vargas Vila hasta que “se cruzó” por el camino Ramón María del Valle-Inclán y su Sonata de otoño, se asentó de joven en León, donde conoció a otro poeta. “Él era un joven escritor y yo aspiraba a serlo”, cuenta Antonio Gamoneda. Para las precariedades de la posguerra española, Pereira podía disfrutar de una “vida privilegiada” como “hombre de negocios” asentado al principio en el Hotel Regina, cuenta Gamoneda al recrear paseos hasta el final de Ordoño II compartidos también con el sacerdote Antonio González de Lama. “Fue un hombre, sobre todo, con una capacidad de comprensión interpersonal extraordinaria; y con matices irónicos, propios de las personas del Bierzo”, valora.

Sigue el artículo en ILeón

 iLeón  DdA, XVIII/5.340

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