miércoles, 21 de diciembre de 2022

ROSA FERNÁNDEZ RUBIO: LA MUJER DE LA SIETE MÁS ALTAS CUMBRES

 

Rosa Fernández Rubio: «La escalada es el único deporte en el que tienes que ser capaz de pasar por encima del cadáver de un compañero»

Sus amigos recuerdan con humor que el montañero era él. El camino de Rosa Fernández Rubio (Parada la Vieja [Asturias], 1960) hacia el Himalaya, los Andes, la Antártida o convertirse en la primera española en culminar las Siete Cumbres —la más alta de cada continente— empezó en los montes asturianos en los que primero fue pastora, y que después comenzó a recorrer de la mano de un marido senderista. Nada, ni siquiera un cáncer de mama o una hepatitis autoinmune, ha mitigado después la voracidad aventurera de esta mujer menuda, de cuyas capacidades los primeros patrocinadores desconfiaban. Forma parte Fernández de la estirpe del alpinista británico Geoffrey Winthrop-Young, coetáneo y amigo de George Mallory, que continuó haciendo ascensiones en los Alpes después de perder una pierna en la primera guerra mundial. Poeta también, Young escribió estos versos con los que nuestra entrevistada, con la que conversamos en la pastelería que regenta su hermana en Oviedo, seguramente se identifique: «No he perdido la magia de los largos días:/ vivo en ellos, todavía sueño con ellos./ Aún soy bajo las estrellas el dueño de los caminos,/ el hombre libre de las colinas./ Con mi reloj de cristal hecho añicos, diluida ya la arena,/ me resisto en las alturas, me resisto en las alturas que conquisté».

Rosa: naces en Parada la Vieja, un pueblecito de Cangas del Narcea, en 1960. Tu primer contacto con la montaña es a través de tus abuelos, a los que ayudas a cuidar el ganado, ¿verdad?

Me crie en la Braña. Mi infancia fue la de una niña solitaria que vivía con sus abuelos. Nadie hubiera apostado un céntimo por que el eje de mi vida fuera a girar en torno al deporte, y muchísimo menos por que fuese a acabar cruzando el mundo decenas de veces en busca de retos deportivos (risas).

La mirada tradicional de las gentes del campo a la montaña es eminentemente utilitarista: se sube a las montañas para ver mejor al rebaño desde arriba, etcétera.

Para mí la montaña era una forma de vida, sí. Allá estaban los animales: los caballos, las vacas, los perros… Mi trabajo era llevarle la comida al perro. No sé si serían tres kilómetros, pero a mí me parecía muchísimo. La montaña como deporte empiezo a verla a los diecinueve años. Conozco a mi marido, con el que me caso muy joven y tengo una hija, y, con él, vuelvo a la montaña, pero ya de otra forma. Un sitio para el recreo, para pasarlo bien, para escalar…

¿Salís con algún grupo?

Vamos por nuestra cuenta, con amigos que vamos haciendo. Nuestros amigos siempre nos dicen: «¡El montañero era él, no ella!» (risas). Y es verdad, aunque yo tenía algo de alguna forma innato. A mí aquello se me daba muy bien; no se me ponía nada por delante: lo típico de que nunca te quedas atrás, que no tienen que esperarte, que eres autosuficiente…

Tus primeros pinitos como escaladora los haces en los Picos de Europa.

Recuerdo la primera vez que subí a la Torre de Santa María. Me enamoró. Conocí a otro amigo de Pola de Siero, Pini, que era incansable como yo y con el que me encantaba salir: podíamos ir, hacernos diez cumbres seguidas, volver a casa y estar pensando ya en el día siguiente.

José Manuel Piniella, un grande. Conozco sus aventuras: yo salí algo con el Grupo de Montaña Picu Fariu de Pola de Siero, que él lidera todavía.

Lo pasábamos súper bien.

¿Cuándo sales por primera vez de la Cordillera Cantábrica?

Empezamos a ir a Pirineos, luego al Mont Blanc, el Cervino… Montañas ya más comprometidas. Allí ya me enganché del todo, pero no se me pasaba por la cabeza hacer ochomiles. ¿Ochomiles? En mi vida, nunca.

¿Cómo es el aprendizaje de la escalada, de sus técnicas?

Ves a los otros, haces también un curso de escalada para saber cómo utilizar las cuerdas, asegurarte… Peldaño a peldaño.

Continúa en Jet D0wn/Sport

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