Quique Peinado
Quería que perdiéramos para que el
fútbol dejara de taparlo todo; quería que ganáramos porque, total, lo va a seguir haciendo. Quería que
perdiéramos para que se hable menos de un Mundial gestado en la corrupción y
construido sobre la muerte; quería que ganáramos porque mis hijos no saben nada
de eso y porque a mí me gustaría no saberlo y poder seguir viendo el fútbol con
los ojos con los que lo veía a su edad.
Quería que
perdiéramos por toda la gente a la que le duele que España "pierda contra
los moros" y por todos esos chavales marroquíes que viven aquí, a los que llaman menas, que van a vivir un día de
autoestima como pocos, a pesar de que su vida en nuestro país no para de
intentar quitársela; quería que ganáramos porque soy español, fanático de la
selección, enamorado de un equipo que, por fin, representa en sus orígenes y el
color de sus pieles la España real.
Quería que
ganáramos porque Marruecos es esa satrapía
que maltrata, esa monarquía ultracorrupta tan amiga de
la nuestra, esa régimen que manda masacrar migrantes en la valla de Melilla
para recibir el aplauso y los cacahuetes de Pedro Sánchez y Grande-Marlaska;
quería que perdiéramos porque qué culpa tienen los marroquíes, porque el fútbol
es del pueblo, porque está por encima de sus gobernantes como tan bien ha
demostrado Irán en este torneo.
Quería que ganáramos
por Luis Enrique, porque me lo creo en un tiempo en el que no me es fácil creerme a
nadie que no conozco, porque siempre me ha impresionado las lecciones de vida
que da cuando habla de la muerte de su hija; quería que perdiéramos por esa
Federación tan obscenamente amoral, por ese presidente que trata de colarnos
como pasable su permanente blanqueamiento de gobiernos infumables y de una FIFA
corrupta y desalmada. Quería que ganáramos porque sí, porque me sale de dentro,
porque no lo puedo ni quiero evitar; quería que perdiéramos porque estoy harto
de experimentar contradicciones con algo que solo debería ser un juego,
diversión, pasión, ilusión. Quería que ganáramos porque el fútbol es muy
importante para mí, es parte de lo que soy, me ha dado mucho; quería que
perdiéramos porque, en el fondo, sé que todo eso no es tan importante.
Juan Gelman me
contó que, mientras estaba siendo retenido y torturado en la ESMA de Buenos
Aires, encerrado en un lugar en el que una dictadura militar estaba amenazando
su vida, cantaba los goles de Argentina en el
Mundial del 78, ese que servía para validar ante el
mundo a Videla y los suyos. Desde la mazmorra, recordaba, oía los gritos de los
goles de la cercana cancha de River y los festejaba. Cuando le pregunté eso, si
quería que Argentina ganara aquel Mundial, que suponía un triunfo para los
milicos, me respondió que claro que sí, casi extrañado por la pregunta.
Me fastidia que
todas las formas nobles en las que nos relacionamos los seres humanos, todo lo
bueno que creamos, sea caldo de cultivo para hacer el mal. No me quiero poner
elevado, porque no lo soy, pero esto del Mundial es una metáfora de la vida
misma y todos podemos encontrar en nuestro interior situaciones en las que este
debate mío se puede trasladar a otras esferas de cada cual. Vale que madurar es
asumir contradicciones, cabalgarlas y seguir viviendo, pero también es verdad
que estoy harto de un mundo que te
obliga a cargar con tantas. Este siempre será el Mundial que
me jodió la vida (durante unas semanas). Y lo peor es que sé que la vida me
pondrá otras tantas situaciones para seguir jodiéndomela.
InfoLibre DdA, XVIII/5.322
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