lunes, 12 de diciembre de 2022

JOAQUÍN SABINA, CALLADO ANTE "NO CALLAREM"

 


José Manzaneda, coordinador de Cubainformación

El costo de defender públicamente la Revolución cubana, para un artista español, puede ser muy alto (1). El actor Willy Toledo estuvo diez años sin ser contratado en cine y televisión por no retractarse de sus declaraciones sobre Cuba (2). El ostracismo laboral, la persecución judicial y el linchamiento mediático sufridos por el actor impusieron la autocensura en muchas otras personas del sector del espectáculo.

Pero si alguien, como el cantante Joaquín Sabina, manifiesta -no es la primera vez, lo lleva diciendo ya 15 años (3)- que un día lo fue pero “ya no puedo ser amigo de la Revolución cubana” (4), su opinión genera titulares y amables entrevistas, y se gana una enorme campaña de publicidad gratuita para su nueva gira de 29 conciertos (5) y para el estreno de una película sobre su vida (6). Negocio redondo para alguien que necesita pagar una deuda con Hacienda de dos millones y medio de euros, según una sentencia reciente (7) (8).

Es parte de la guerra cultural contra Cuba que persigue la deserción de artistas e intelectuales progresistas (9). Y en la que los medios corporativos, principalmente los españoles, colaboran de forma entusiasta. Una guerra que actúa, de igual modo, con artistas de la Isla. Es el caso del gran Pablo Milanés, cuya separación, ya hace años, del proyecto cubano, fue mensaje obsesivo en la cobertura informativa sobre su fallecimiento (10) (11).

En las últimas semanas, hemos leído manifestaciones de admiración hacia Joaquín Sabina y Pablo Milanés, incluso en diarios de ultraderechapor quienes, años atrás, les insultaban (12) (13). Y en todo el arco de la prensa española, decenas de panegíricos sobre ambos artistas (14) (15). Ni un solo artículo, ni uno, que haya cuestionado su viraje político.

Es la guerra cultural, cuyos agentes en el mundo editorial español, entregan el Premio Anagrama de Crónica a Carlos Manuel Álvarez (16), director de El Estornudo, un medio sostenido por el Fondo Nacional para la Democracia del Gobierno de EEUU (17). O el premio de poesía Ciudad de Alcalá a la escritora contrarrevolucionaria Katherine Bisquet, a quien se le permitió, en presencia de -¡casualidad!- Joaquín Sabina, convertir la recepción de su premio en un acto de propaganda política contra la Revolución cubana (18).

La guerra cultural que hace que hayamos tenido, durante meses, al cantante Yotuel Romero y su operación político-musical “Patria y Vida”, en noticieros, diarios y shows televisivos (19). O que consigue que el Festival de Cine de San Sebastián programe dos películas de directores cubanos y las presentaciones de ambas se conviertan en un mitin político contra la Revolución (20) (21) (22).

Porque el sistema editorial, de prensa, de festivales y de premios literarios, sea por posicionamiento ideológico, sea por seguidismo de modas y tendencias impuestas, ignora la creación artística cubana que no siga el pensamiento único y la línea de la oficialidad contrarrevolucionaria (23). Miles y miles de cantantes, poetas o cineastas de la Isla, que no siguen ningún patrón ni ortodoxia, que ejercen un arte libre, reflexivo y crítico sobre su país, y que también necesitan espacios internacionales, son silenciados, censurados de facto por la maquinaria de la industria cultural. Eso sí, en nombre de la libertad.

“Tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando”, ha declarado Joaquín Sabina, para denunciar la “deriva” de la izquierda latinoamericana. Y que le hacen, por ejemplo, estar “del lado de los que se manifiestan en las calles en Cuba” (24). ¿Sí? ¿Del lado de quienes, después de que Donald Trump impusiera la asfixia absoluta a la economía cubana, descargaron su ira, no contra la Embajada de EEUU, sino contra propiedades públicas cubanas (25) (26)?

Sabina califica como “héroe extraordinario” al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, monigote de EEUU y de la OTAN bajo cuyo mando hay batallones de ideología abiertamente nazi (27), que ha pulverizado todos los derechos sociales, perseguido a la prensa incómoda e ilegalizado a todos los partidos de la izquierda, por ser “prorrusos” (28).

Sabina tiene ojos, oídos y cabeza para alabar, como una de las pocas “cosas buenas” que han pasado, la “manera en que se ha conseguido pronto y bien una vacuna para el Covid”. Pero no para denunciar su tratamiento como inmenso negocio que ha dejado fuera a millones de seres humanos del Sur del planeta (29). O para recordar que, en ese Sur, su denostada Cuba, aún con el bloqueo más brutal, creó no una, sino tres vacunas (30).

Sus ojos, oídos y cabeza no permiten que Sabina se entere -o se preocupe- de tantos artistas encarcelados, exiliados y condenados en el Estado español, por delitos como el de injurias a la Corona (31). En 2019 era el lugar con más artistas condenados de todo el mundo: 14. Por cierto, en noviembre fue estrenado, sin la menor cobertura mediática, “No callarem”, un documental sobre Pablo Hasél, Valtònyc y Elgio, tres de los raperos condenados a prisión (32). ¿Sabe alguien si acudió Joaquín Sabina a la presentación (33) (34) (35)?

Notas a pie de página en CubaInformación

CubaInformación DdA, XVIII/5.325

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