martes, 13 de diciembre de 2022

CON RAFAEL SOLER, DE VUELTA A LOS 20 AÑOS


Valentín Martín

Anoche celebramos el cumpleaños de el chico. No digo el chico que fue Jackie Coogan, el niño que tuvo sin querer Edna, en qué estaría pensando Edna para quedarse embarazada y tener que dejar al chico recién nacido al albur de la vida, la misma vida que le llevó a Chaplin, un mendigo de mentira. Los seminaristas nos reíamos mucho cuando el chico creció y ayudaba a Chaplin a la hora de comer. ¿Que no había ni un cacho de pan? Pues iba el chico y de una pedrada rompía el cristal de una ventana, y enseguida la dueña llamaba a Chaplin para que le pusiera otro cristal. Pagando. Tanto darle vueltas el congreso de los diputados con la cosa de la economía y es así de fácil.

El chico no es el de la gorra de mi paisano Encinas con vacas en Guijuelo. Ni el complero y devoto de las mezzosopranos que viste de rojo los días madrileños. Ni el dueño de versos y patios que dan mucho gusto. Ni el hijo del aperador desterrado a un pueblo sin pueblo, al otro lado del río sin puentes. El chico es el grande.

El que tiene estatura, montaña de pelo, sensibilidad y talento para escribir por ejemplo: "¿quién puso su amor en una lata?" o " a dos pechos me destierro ", cosas así que dicen los poetas para que las leamos todos y sepamos que detrás de cada invierno hay una invitación a la vida.

La noche del aguacero, anoche mismo, Rafael Soler estuvo menos solo que nunca. Me da en el hocico que fue muy feliz junto a Lucía, los hijos, los nietos, familia y amigos que atiborraron el Ateneo para escuchar su persona. Había tantos que no sé si vinieron las mujeres de La Mancha también, esas que buscan una excusa para andar y andar el camino con tal de poder compartir los instantes junto al hombre químico al que "le urge precisamente ahora el buen decir de los abrazos".

A mí me besaron los ojos más bonitos y ni sé si son de Castilla la Vieja o de Castilla la Nueva, a tal punto ha llegado mi ebriedad del olvido, esa que desgrava a Hacienda. Y, aparte de los besos y los sueños franceses, los cinco amigos se hicieron públicos. Desde antes del último verano, mucho antes, no había sucedido. Y su amistad iba y venía a espaldas de la vida literaria, en la palabra nocturna, en los viajes de papel.

Y qué pasa con los taxistas de este país, me pregunto yo otra vez. Quedan lejanos los días en que se pegaban por los chinos en los aeropuertos. Ahora hay tantos chinos que ya no son un chollo para taxistas. El mío de ayer, cuando vino a buscarme, se fue a otra casa, la de Paco el guapo, un hombre tan guapo que se murió de repente.

Y al regresar a mi casa, a la mía no a la de Paco el guapo, me puse muy contento por haber estado con Rafael Soler y con la gente. Todos a los 20 años nos creemos eternos. Y yo anoche volví a lo 20 años.

DdA, XVIII/5.326

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