Pablo Iglesias
Algunos tuits envejecen en cuestión de horas, otros simplemente
languidecen mal, incapaces de trascender a su propia coyuntura. Hay otros tuits
que, por el contrario, son capaces de captar en unos pocos caracteres el
sentido de época. Este del mes de marzo de Pablo Elorduy, coordinador de El
Salto, es uno de esos tuits. Ya lo he citado otras veces: “Me
gustaría pensar que se va a formar el cordón sanitario europeo que va a dejar
fuera a los Vox, Salvini y Meloni, pero creo más bien que esos entrarán en el
consenso de época y que lo que se quiere dejar fuera son los Corbyn, Mélenchon,
Tsipras, Belarra”.
El tuit captaba con lucidez una lógica de funcionamiento político
de Europa al calor de la invasión rusa de Ucrania que, desde entonces, no ha
dejado de consolidarse. Hoy Meloni, que mantiene una afectuosa relación con
Draghi, preside el Consejo de Ministros italiano aliada con Salvini y
Berlusconi, y la izquierda europea soporta una grave división interna sobre
cómo posicionarse frente a la guerra y a la OTAN.
Pero el espíritu de época europeo captado por Elorduy es también
el espíritu de época que el reaccionarismo español ha logrado imponer
ideológicamente en la provincia España, desde que Podemos amenazó, como ninguna
izquierda había hecho antes, las bases del sistema político del 78. ¿A qué me
refiero cuando digo que el reaccionarismo español ha impuesto ideológicamente
ese espíritu de época? Pues, básicamente, a que se lo ha hecho tragar a la
progresía mediática, a los sectores autodenominados liberales e incluso a una
parte de la izquierda. El descubrimiento la semana pasada, por parte de esos
sectores, de un Feijóo plegado a la caverna mediática madrileña y a Ayuso es
una prueba más de lo que varios venimos diciendo y escribiendo (con caracteres
cirílicos según algunos).
Los dos intelectuales orgánicos que le quedan al liberalismo y a
la socialdemocracia española (La Vanguardia y El
País) recibieron con alborozo la llegada de Feijóo a la presidencia
del PP. Presentaron al hombre del yate del narco como un moderado hombre de
Estado que vendría a restaurar una lógica de colaboración con el PSOE que
devolvería la calma a las turbias aguas de la política española provocadas por
el independentismo y por Podemos. La pluma más brillante de La
Vanguardia, Enric Juliana, subido al don de la ebriedad que provoca
esa poco recomendable exaltación del optimismo, inventó incluso una categoría
política: la escuela Romay Beccaría. El viejo alto funcionario franquista,
veterano de los gobiernos de Fraga que llegó a ministro con Aznar y a
presidente del Consejo de Estado hasta 2018, se convertía así en una especie de
híbrido entre Aldo Moro y Giulio Andreotti, que habría ejercido de maestro de
Núñez Feijóo. Haberse formado en la escuela Romay Beccaría no solo garantizaría
el pedigrí democrático de Feijóo sino también su fondo, sus formas y su tono de
gran político. Su conocimiento de la obra de Orwell, demostrado el otro día,
debería servir para que algunos se planteen si es posible ser un político de
altura con un fondo de armario intelectual tan magro.
Admiro a Juliana porque tiene momentos de lucidez muy por encima
de la media patria de plumas con columna fija en los dos grandes periódicos
liberales que, de momento, resisten, pero, a veces, creanme, hay que tomarse la
solemnidad y la finezza de Juliana con algo de humor. Si
la nostalgia habitual de la izquierda añora las viejas batallas (ganadas las
menos, perdidas las más), la nostalgia julianesca es pura nostalgia de la
rendición. Del coronel Casado a los Pactos de la Moncloa pasando por la
admiración a la monarquía, el pensamiento de Juliana es fundamentalmente una
reivindicación política de la rendición y una cierta ingenuidad respecto a
ciertas figuras de la derecha. El 3 de octubre de 2017, Juliana esperó un
mensaje conciliador de Felipe VI e incluso que se solidarizara con los heridos
del 1 de octubre ¿No ven que hay que tomárselo con humor?
En su análisis sobre la llegada de Feijóo a la jefatura del PP, La
Vanguardia y El País ignoraron el
proceso que hizo posible su entronización. Se olvidaron de que el desafío de
Casado a Ayuso provocó que se hicieran visibles, sin matices, los verdaderos
jefes de la derecha española: los medios fachas de Madrid. Exactamente los
mismos que, en la portada de El Mundo, el otro día, le
recordaron a Feijóo que el CGPJ no se iba a renovar y que se quitara de en
medio.
Los últimos han sido meses de blanqueamiento de Feijóo al mismo
tiempo que de redoble de la presión contra Podemos. Los mismos medios que
atacaron sin descanso a Podemos, valiéndose en más de una ocasión de las fake
news fabricadas por las cloacas, los mismos que se opusieron a
que Podemos entrara en el gobierno, volvían a sugerir que hay espacio para una
izquierda liberal (y verde si les apetece y no molestan mucho) complementaria
del PSOE y que pase por el aro de los consensos de régimen. Este 2022 ha
presentado además en bandeja un gran consenso de régimen: la OTAN. Si estás
dentro te sentarás en el plató de ARV. Si estás fuera, serás tildado de
putinista.
Pocas horas antes de la espantada de Feijóo, en La
Vanguardia, Pedro Vallín señalaba que la vampirización putinista y
rojiparda que quien esto escribe y su podcast ejercen sobre Podemos, estarían
llevando a la formación a un terreno “iliberal”. Atención, iliberal no son ni
Feijóo ni la derecha judicial ni la mediática. Iliberal es Podemos por culpa
mía y de La
Base frente al neocarrillismo con sabor a magdalenas, apoyo
sindical y cariño de La Sexta que atribuye la progresía a Yolanda Díaz y a sus
aliados postPCE. ¡Qué vergüenza defender que Rosell vaya al CGPJ! Es mucho
mejor reivindicar la nostalgia de la rendición una vez más, dónde va a parar.
Se trata exactamente de la misma nostalgia de la rendición que reivindicaron
cuando Podemos negociaba su entrada en el gobierno. Por seguir con los
paralelismos italianos, si Romay Beccaría es de la escuela de Moro y Andreotti,
a mi me tocaría ser de la escuela de Mario Moretti, brigadista asesino de
inocentes democristianos. O traducido al Vallín vulgar; putinista, rojipardo,
iliberal y con formas mafiosas.
La cuadratura del círculo llegaba con el artículo de otro de los periodistas
progresistas más inteligentes de nuestro país: Nacho Escolar. Tras analizar con
más lucidez que Juliana lo que es la derecha judicial y mediática de Madrid
llegaba a una conclusión extraña: que el rey haga algo apoyándose en las
indefinidas facultades de moderación y arbitraje que le da la Constitución. Lo
que nos faltaba ya.
Y yo me pregunto ¿No sería más honesto describir con rigor a la
derecha española? La derecha española, mediática, judicial, policial, militar
y, en última instancia, política es reaccionaria y golpista. O si se quiere
“iliberal”. ¿No sería más razonable que los intelectuales orgánicos de la
democracia española y los periodistas progres con talento para escribir
definieran de una vez a la derecha como una amenaza contra la democracia en vez
de criminalizar y tratar de matar por enésima vez a Podemos? “Me rindo”, podría
decir la camiseta de 198 que habrá de homenajear a Juliana y que sería un éxito
de ventas. Ojalá algunos entiendan que la solemnidad de la rendición no aporta hoy
nada a la defensa de la democracia liberal.
CTXT DdA, XVIII/5.299
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