Uno no se cansa de insistir en que nuestro problema con el paso de la dictadura a la democracia no es lo que se hizo en la Transición, sino lo que no hicimos en los cuarenta años siguientes. Se ha avanzado más desde 2019 hasta hoy en la asignatura pendiente sobre la memoria que en las cuatro décadas anteriores.
Jesús Maraña
Los restos de Gonzalo Queipo de Llano, uno de los golpistas más sanguinarios del franquismo, responsable
de unos 45.000 asesinatos y desapariciones (incluida la del poeta Federico García Lorca), han
sido exhumados de la basílica sevillana de La Macarena e incinerados cómo y
donde ha querido la familia, en cumplimiento de la recién nacida Ley de Memoria
Democrática (ver aquí).
La operación se ha realizado con la discreción de la nocturnidad, 44 años
después de aprobarse la Constitución de 1978, la de la supuesta
"reconciliación nacional". Es tan evidente la anomalía democrática
cometida hasta ahora que
cuesta mucho entender que el líder del PP y principal alternativa de gobierno,
Alberto Núñez Feijóo, siga anclado en un discurso tan arcaico como ofensivo, no
para la izquierda, sino para cualquiera que entienda y asuma de verdad lo que
significa ser demócrata.
“Creo que la
política debe centrarse en los vivos y dejar a los muertos en paz, pero allá cada uno con sus prioridades. Me preocupa mucho
la situación económica de mi país y yo no voy a hacer política con los muertos,
porque no creo que esa sea la prioridad de los ciudadanos en este momento”. Esta
es la literalidad de lo que Feijóo ha
declarado este jueves por la mañana en un acto del partido tras conocerse la
exhumación de Queipo de Llano (ver aquí).
De la cual pueden extraerse, al menos, cinco conclusiones:
1. Feijóo no tiene la más mínima
idea de lo que significa Memoria Democrática ni parece conocer el hecho de que no es una especie de
capricho del gobierno actual, sino, entre otras cosas, una exigencia del
Derecho internacional.
2. Feijóo ignora o desprecia uno de
los objetivos básicos de la Ley de Memoria Democrática, que consiste en otorgar justicia, verdad y reparación a
“todas las víctimas del golpe, la guerra y la dictadura”, como rezaba la
convocatoria del acto institucional ‘Memoria es democracia’, celebrado el
pasado lunes, 31 de octubre, al que estaba invitado pero rechazó acudir (ver aquí).
Allí hubiera comprobado que ese ejercicio de memoria se centra “en los vivos”,
al rendir homenaje a supervivientes y familiares de víctimas, y pretende
precisamente “dejar a los muertos en paz”, para lo cual primero habrá que
facilitar que sean exhumados y enterrados dignamente los restos de las más de
cien mil personas que aún yacen en cunetas y fosas comunes. Por
más que se obcequen, nadie pretende “reabrir heridas” sino precisamente
cerrarlas.
3. Feijóo
parece considerar incompatible afrontar “la situación económica” del país y a la vez abordar una asignatura pendiente en los
últimos cuarenta años, sólo precedida de un primer avance en la etapa de
gobierno de Zapatero, luego liquidado por la vía de los hechos durante el
mandato de Rajoy: “¡ni un euro para las fosas!” (ver aquí).
Creer que un gobierno no puede tomar medidas ante la crisis energética al
tiempo que repara los derechos de las víctimas de una dictadura es como
mostrarse incapaz de pensar y comer chicle a la vez.
4. Feijóo debe aclarar de inmediato
qué es lo que entiende por “hacer política con los muertos”, porque eso es precisamente lo que el PP y otros partidos
de la derecha practican constantemente cuando se empeñan en negar la derrota de
ETA y siguen utilizando un terrorismo finiquitado para confundirlo con las
posiciones independentistas y así criminalizar a cualquiera que se
acerque o llegue a pactar nada con
quienes representan legítimamente a centenares de miles de ciudadanos y
ciudadanas. Eso sí que es un “timo ibérico”.
5. Feijóo demuestra con estas
declaraciones que su
visión de España y de una democracia moderna sigue anclada allí donde lo estaban la mitad de los representantes de
Alianza Popular, que
rechazaron la Constitución; en el mismo lugar donde Aznar admitía que existió
la “represión de la dictadura franquista” sin llegar a condenarla (ver aquí);
el mismo en el que Rajoy presumía de eliminar cualquier ayuda a las
asociaciones memorialistas para localizar fosas; aquel en el que Pablo Casado
se burlaba de “la guerra del abuelo y las fosas de no sé quién” (ver aquí).
“Sin memoria no hay futuro”, sostiene el
profesor Emilio Lledó, citado en el
acto del pasado lunes por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ante una
representación plural de víctimas del golpe, la guerra y la dictadura que
abarcaba desde el teniente coronel Fernando Reinlein, de la Unión Militar
Democrática (UMD), a familiares de Las Trece
Rosas, de sacerdotes fusilados en la guerra o de Melquiades
Álvarez, expresidente del Congreso ejecutado sin juicio por un grupo de
milicianos en agosto del 36.
Uno no se cansa de insistir en que
nuestro problema con el paso de la dictadura a la democracia no es lo que se
hizo en la Transición, sino lo que no hicimos en los cuarenta años siguientes. Se ha
avanzado más desde 2019 hasta hoy en la asignatura pendiente sobre la memoria
que en las cuatro décadas anteriores.
Franco fue sacado del Valle de Cuelgamuros, después de los mil y un obstáculos
que la familia del dictador puso aprovechando las garantías democráticas. En la
madrugada de este jueves, Queipo de Llano, el de los discursos radiados llenos
de odio y violencia, el que
probablemente encargó “dar mucho CAFÉ” al “maricón” de García Lorca (ver aquí),
ha dejado de recibir honores en lugar público. Menos mal que acudió Paqui
Maqueda, nieta de víctimas, para evitar que “¡Viva Queipo!” fuera el grito de
despedida (ver aquí). Una
democracia sólida necesita mirar al futuro sin perder la memoria de su pasado (y con una derecha que la asuma y respete).
infoLibre DdA, XVIII/5.300
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