Félix Población
Convendría recordar episodios tan
bochornosos como el ofrecido ayer en el Congreso por una diputada de la extrema
derecha para cuando se repita hasta la saciedad que la vida política
en este país está muy polarizada. No estamos ante dos extremos políticos
enfrentados que utilizan la violencia política. Esa violencia, tal como se
advierte en ocasiones como estas, la siembra una derecha cada vez más
asilvestrada, a juego con los medios de comunicación que la espolean.
Esa individua acusó a la ministra de
Igualdad de defender a los violadores y excretó sobre Irene Montero el más
deleznable y enfangado de los vómitos, incubado en los fangales del machismo
más retrógrado, dejando bien clara la identidad de su partido respecto a la consideración que
le merece la mujer como ciudadana y también quien desde su departamento está
llevando adelante una de las mejores gestiones ministeriales en pro de sus
derechos.
La enérgica réplica de Irene Montero,
haciendo valer esos derechos para enfrentarse al fascismo, puso en pie los
aplausos de todo el hemiciclo, salvo los de la parte ofensora y quienes desde
el Partido Popular (PP) estarán siempre dispuestos a colaborar con ella para
gobernar hacia atrás allá donde cuadre. El silencio de los diputados y
diputadas del PP es equiparable en bochorno a la propia intervención de la
diputada ultramontana, sobre todo si se lo compara con la actitud que cualquier
partido conservador europeo tendría en una circunstancia similar.
Ese silencio me recuerda en cierto modo la
reacción de ciertos columnistas y tertulianos integrados en lo que últimamente
se ha venido en llamar progresía mediática, que si bien hoy critican la
desvergüenza de la diputada de Vox, sostuvieron no hace mucho en algunos de sus
artículos que a Irene Montero “la maneja el macho alfa” y se muestran muy
tolerantes con el basural de inmundicias que desde el canal de Berlusconi supura
el conocido programa matinal de una afamada presentadora.
Deberíamos confiar en que intervenciones
tan aberrantes como la de esa diputada retrógrada contribuirán a incrementar el
decaimiento de su partido en las encuestas, pero eso posiblemente no ocurra
mientras la hipocresía campe entre la progresía mediática y la extrema derecha
tenga manga ancha en los medios públicos de comunicación.
Solo se puede ser demócrata siendo
antifascista, y en este país, incluso desde la dirección de la televisión
pública estatal, se está muy lejos de esa filosofía, algo de todo punto
ininteligible e imperdonable en la gestión del actual ejecutivo.
Con la violencia política visible y adoctrinadora, se alimentan todas las otras violencias machistas
Sarah Babiker
El Salto
Ante algunas de las cosas que estamos
presenciando, en esta marasma continua de ruido, hay que sentir urgentemente
miedo. Pongamos una persona que cobra un sueldo público. Que habla vertical y
segura desde un atrio sobre el que varias generaciones han depositado, con más
o menos fe, un aura de legitimidad. Y desde ahí profiere descalificaciones a la
altura de cualquier hilo de forocoches. Hay que tener miedo, no solo por la
persona que recibe una vez más otra carga de desvalorización y odio. Miedo por
todas y por todos, porque cuando el fascismo se crece no encuentra límites,
empieza en el insulto y continúa en la agresión, pasa del lenguaje chulesco a
justificarte cualquier barbarie.
Cambian los perpetradores y las víctimas, hay señoras altivas, caballeros
vestidos de traje, que nunca darán un golpe a nadie, pero que activan con sus
dosis diaria de odio, los músculos de otros. Quizás, a quien vemos recibir cada
maldito día insultos no le llegue nunca la violencia en forma de agresión
física, pero los insultos y desprecios que ella recibe laten ya en los golpes
que recibirán otras mujeres. Basta con activar un solo resorte para abrir la
veda a todas las violencias, en eso consiste la deshumanización como práctica
política.
Para mucha gente Irene Montero solo es una antagonista, un personaje
diseñado a la medida de su desprecio. Y su deshumanización, es la
deshumanización de todas
No es necesario que seas fan de Irene Montero, votante, ni siquiera
simpatizante para que la consideres un ser humano. Una mujer joven, una
política perseverante, una madre de tres hijos pequeños que acumula
probablemente toneladas de cansancio y frustración sobre sus hombros, que
sienta, posiblemente, mucho miedo. Alguien que quizás cada tanto se pregunte si
se ha equivocado, si merece la pena estar ahí, recibiendo golpes, tragando
mierda. Para mucha gente Irene Montero no es nada de eso, solo es una antagonista,
un personaje diseñado a la medida de su desprecio. Y su deshumanización, es la
deshumanización de todas.
Los insultos que cada vez se profieren con menos timidez en el hemiciclo y
las tertulias, que se hacen trending topic jaleados por bots, son insultos
contra todas. Porque ese desprecio que busca objetivos visibles y simbólicos,
como puede ser la ministra de igualdad, para exhibirse sin descanso, es el que
sienten hacia quienes consideran antagonistas: feministas, migrantes,
currantas, personas LGTBIq. Hay un parte bien nutrida de la sociedad, de la que
Carla Toscano y otros como ella solo son desagradables portavoces, que palpita
de desprecio. Es políticamente urgente sentir miedo.
Preocupa ver en la plaza pública a cada rato a esas personas que mastican desprecio, a veces como un deje de clase, o una pose adquirida de ciertas compañías, o simplemente un lenguaje no verbal conscientemente cultivado para intentar prevalecer. Basta ver cómo mueven los labios y miran con soberbia, parecen siempre muy seguras de sí mismas, cualquier atisbo de humanidad quebraría su solidez de tanque. Comparten el deje de quien nunca fue cajera, de quien está acostumbrado a mandar desde la cuna, y si no fue así, siempre soñó con ello: estar por encima.
Es cansino asistir día tras día al patético espectáculo de quienes quieren
negarle a otras el derecho a la participación política, presenciar este recital
sibilino de presuntas razones que incapacitarían a Irene Montero, y con ella a
tantas otras, a ser siquiera digna interlocutora. La invalidación del sujeto
antagonista es total y fatal, inhabilita cualquier debate, inhabilita la
política misma, pues qué política se puede hacer desde la repetición machacona
de insultos y arengas que no tienen otro fin que excitar el odio.
Montero se come la violencia política, pero la política misma se violenta toda a cada segundo que se sigue permitiendo que esto pase. Nos quedamos un poco más expuestas a las políticas del desprecio: con la violencia política visible y adoctrinadora, se alimentan todas las otras violencias machistas, las que se dan en los hogares, las que se sufren en los lugares de trabajo, las que se reproducen en las calles o en las noches de fiesta. Sí, es legítimo y necesario sentir miedo. Un miedo que nos active para señalar al fascismo, como ayer hizo Montero en el congreso. Tener miedo hasta que ellos sientan vergüenza de escupirnos a la cara su desprecio.
DdA, XVIII/5.314
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