miércoles, 19 de octubre de 2022

UNA FORMA ABYECTA DE INVALIDACIÓN


LO QUE QUEDA

Ana Luengo

Esto es lo que queda de mi padre, pienso mientras abro con mucho cuidado la bolsa azul que parece isotérmica. La urna tiene colores terrosos, dicen que es biodegradable. Pesa bastante, aunque menos que un cuerpo, y es áspera al tacto. Mi padre murió hace más de dos meses cuando yo no estaba, por lo que me dijeron que me iban a esperar para tirarla al Mediterráneo. Por eso llevamos semanas con la urna en la casa de mi madre. Cuando mi padre era joven, bromeaba diciendo que lo lanzáramos al mar: mi madre en minifalda, en una ceremonia inventada, bailando todos a Battiato. Pero ahora hace mucho calor, y organizar un paseo a la luz del día para tirar la urna desde algún acantilado no nos parece una buena idea. Mi madre dice que ya lo haremos cuando llegue el otoño y no haya tanta gente por la costa disfrutando de las vacaciones. No queremos fastidiarles el verano, ni queremos que tirar la urna con las cenizas al viento se convierta en un espectáculo viral. Además, no habrá ceremonia tampoco, ni Battiato ni minifalda. Pragmáticos, como él era, nos dejamos de tonterías.

Desde que murió mi padre y lo incineramos, mucha gente me ha contado qué ha hecho con las urnas biodegradables de sus progenitores. Cómo las han dejado en un parque o las han enterrado en un jardín. Cómo las han tirado al mar. Es lo más conveniente y razonable, pienso, mientras guardo la urna en su bolsa. Sin embargo, también pienso que hay miles de familias en este país que todavía buscan a sus muertos, enterrados no se sabe dónde, o sí, y pienso que pensar en cómo deshacernos de las urnas no deja de ser un privilegio. 

Vuelvo a sacar la urna con cuidado y la abro. Las cenizas que veo son el cuerpo de mi padre y del ataúd donde lo cremaron. Toco las cenizas con el índice y me sobrecojo por un instante. Esto queda de mi padre. ¿Puedo separarme así de él?, ¿quiero que su cuerpo desaparezca de nuestras vidas y se convierta en otra cosa para siempre? Guardo la urna otra vez y la dejo en la estantería desde la que me ha estado esperando todo este tiempo. Pienso que puedo comprar una cajita para guardar un poco, aunque sea un puñadito de sus cenizas, y llevármelas conmigo a casa. No sé si lo haré. O quizás sí lo sé. Elegir qué hacer con nuestros muertos. 

Miro la urna en su bolsa y pienso que saber quiénes son tus muertos, cómo y cuándo murieron, decidir qué hacer con sus restos, te permite ocupar un lugar en la historia de la comunidad donde vives. Tener los restos te permite decidir cómo vivir tu propio duelo y ponerle fin. Poder deshacerte de esas cenizas es una forma de derecho que algunas familias damos por sentado, pero que solo es el resultado de coyunturas históricas y de decisiones ajenas. En cualquier caso, enterrar a los muertos o lanzar sus cenizas desde un risco no es un derecho para toda la ciudadanía en nuestro país. Quienes sí lo tenemos, lo creemos así porque tenemos una narrativa de quiénes fueron nuestros antecesores hasta el final, porque podemos expresar nuestro dolor si lo sentimos e incluso recibimos el pésame, que es una forma de reconocimiento. Sin embargo, las familias que buscan los restos de sus desaparecidos han tenido que vivir con miedo durante décadas, han tenido que sufrir en silencio en la antesala del duelo y ahora tienen que seguir rogando y buscando la forma de conseguir lo que queda de sus muertos, a pesar de las llamadas leyes de memoria.

Desde el año 2000, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha asumido la tarea humanitaria de exhumación. En el anteproyecto de la Ley de la Memoria Democrática, pareciera que el Estado va a asumir los gastos, pero no de forma integral. Desde el 31 de julio de 2021, para exhumar una fosa común hay que presentar una solicitud y competir por las subvenciones que el gobierno actual le dedica a este asunto tan incómodo de nuestra democracia incompleta. Concursar para acceder a los fondos parece que se va a mantener según la nueva ley. Aunque es cierto que es mucho más de lo que han hecho los anteriores gobiernos españoles, no es suficiente. 

Justificar que quieres localizar a tus muertos, para decidir qué hacer con sus restos, es una forma más de humillación impuesta a una parte considerable de la población a quien se le pide que rinda pleitesía. Seguir negándoles su lugar de forma automática es una forma abyecta de invalidación, es recordarles que no valen tanto como otras familias que podemos decidir qué hacer, aunque sea dejar una urna en una estantería esperando que acabe el verano para lanzarla al mar sin ceremonias. 

CTXT  DdA, XVIII/5.288

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