Jaime Richart
En un espacio relativamente reducido de tiempo, cuatro avatares se presentan en mi vida con relación sólo dos de ellos…
Primero:
Voy con mi familia al teatro Matadero, sala municipal de la Villa y Corte, a ver una obra de Pirandello en un solo acto que dura dos horas.
Adivinando que no iba a haber entreacto, salí al cabo de una hora a los Lavabos. Ya no me permitió el acomodador volver a entrar en la sala. "No se permite el acceso a la sala una vez empezada la representación", reza un cartel de la taquilla, me respondió. Ahí es nada. Aunque dicen que genio y figura hasta la sepultura y yo me he pasado la vida luchando a brazo partido (como buenamente he podido) contra la injusticia y contra la estupidez –la más insoportable de las injusticias-, no le di el gusto al acomodador: me salí y di un paseo por la calle hasta que la representación acabó para reunirme con mi familia...
El espectáculo en el el teatro de la Villa y Corte de Madrid, supera la más grotesca y canallesca de las fantasías; no apto para mayores.
Segundo.
Esto vengo observándolo desde hace unos tres meses. Como lo oyen… El día 27 del pasado mes de abril cargué el teléfono móvil de prepago con 10 euros. Figura registrado. No he hecho llamada alguna desde que lo cargué. Ayer he recibido dos mensajes prácticamente seguidos de Movistar advirtiéndome el primero de que mi saldo es inferior a los 3 euros, y a continuación, pasadas apenas dos horas, otro comunicándome que es inferior a 2 euros. ¿Quid prodest? ¿A quién beneficia el crimen?
Tercero.
A una de mis cuatro hijas, casada por la Iglesia, le diagnostican en un centro hospitalario de la Seguridad Social un condiloma, un tumor genital que por lo visto es propio de países centrales africanos. Alarmada, muy alarmada, acude con su marido a un especialista privado de Madrid cuyo diagnóstico de aquel imaginario tumor es simplemente un embarazo. Vuelve mi hija al centro para decírselo córtesmente, sin acritud, a la médico que la había atendido y hecho el atroz diagnóstico para advertirle del error, y ésta, sin decir palabra, sin más ni más le arrebata literalmente de las manos la ecografía y los análisis y se los queda sin dar más explicaciones ni pedir disculpas. Nueve meses meses después de aquel imaginario condiloma, nace mi nieto, un bebé tranquilo y sanísimo. Peripecia ésta que puede ser indicadora de hasta dónde puede ser soberbia y aborrecible la clase médica…
Cuarta.
No pasa un día sin recibir, en el teléfono fijo de mi domicilio, tres o cuatro llamadas de agentes comerciales que en nombre de la firma interrumpen nuestra comida, nuestro reposo, nuestra ducha o nuestro sueño. Disponen de todos los datos personales que yo no les he facilitado y por cuya seguridad dicen mirar nuestros Servidores telefónicos, nuestras policías, nuestros gobernantes y nuestro sistema…
Así vivimos. La realidad en el el teatro de la Villa y Corte de Madrid, supera la más grotesca y canallesca de las fantasías…
Otrosí digo:
¿Estoy gafado? ¿Soy yo el tonto o el pringado de esta detestable Comunidad? ¿Me ha echado alguien una maldición? Me temo que no. Son fétidos fluidos que se deslizan por las mentes porcinas, que van a más desde que la capital del reino se revistió con el manto de lo que algunos llaman ingenuamente democracia.
Nota del editor.
Cuando alguien nos cuenta una incidencia en la que se ha visto envuelto o de la que ha sido víctima, nosotros solemos quitarle importancia al asunto o pensamos que exagera. Pero luego, cuando nos ocurre a nosotros algo parecido, ponemos el grito en el cielo y lo contamos como una barrabasada sufrida por las cosas de este sistema. Seamos, pues, ponderados. Demos importancia siempre a todas las cosas, porque en la vida, si bien se mira, todo tiene importancia.
DdA, XVIII/5.290
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