María González Reyes
Me pregunto quién decide el tamaño de
las cosas. Cuántos gramos tiene que contener un sobre de azúcar, por qué las
latas de refresco contienen esos centilitros y no más, o menos, cuánto caramelo
cabe en una piruleta de fresa.
Me pregunto también cómo se decide el
tamaño de la riqueza, cuándo una persona es, oficialmente, rica. Cuántos bienes
naturales tiene que acumular, cuánto poder, qué tipo de conocimientos acapara.
O el tamaño de la pobreza. Cuándo una persona es, oficialmente, pobre. Si basta
con no tener dinero o es necesario que te hayan desposeído también de la
posibilidad de soñarte diferente. Si basta con no tener un plato de comida al
día o lo que te cose a la pobreza es no tener acceso a los recursos que
permiten vivir. Al agua, a la tierra, al viento.
Me pregunto cómo se calcula cuánto es la
renta mínima con la que se puede vivir dignamente. Si se tiene en cuenta si la
persona que la recibe necesita pagar un transporte, digamos que una vez al mes,
para ir a caminar por un bosque. Si tiene una plaza con bancos en su barrio o,
para sentarse al sol, la única opción son las sillas de las terrazas de bares.
Si el centro de salud está lo suficientemente cerca como para ir caminando
aunque no se encuentre bien.
Me pregunto también cómo se mide el tamaño
de la angustia. Cuántos trozos de piel invade. A qué parte del cuerpo se queda
agarrada. Cuánto ocupa cuando sabes que no llegas ni a principio de mes. Me
pregunto hasta dónde se puede agrandar la precariedad hecha vida. La
desigualdad hecha vida. Cuánto se puede aguantar hasta que todo estalla. Me
pregunto cómo de grande tiene que ser el hartazgo para decir basta.
Me dijo Manu que la gente no se organiza
porque no hemos creado estructuras para hacerlo, porque hay que levantarse
demasiado temprano para ir a currar y luego ya es demasiado tarde y el cuerpo
está demasiado cansado. Que por eso es un privilegio estar informadas. Conocer
las caras y saber de dónde proceden las personas que deciden el tamaño de las
cosas. Que es un privilegio de quienes no viven en el borde. Que si la gente no
actúa más no es porque pase de todo. Es porque tienen vidas complejas, que cada
vez hay más gente que tiene vidas complejas, y que cuando tu vida está a punto
de romperse todo el rato, cuando sabes que vives en lugares donde todo está a
punto de reventar, es difícil intervenir para cambiar las reglas.
Dice que él estuvo ahí. Pero que ahora
ya no. Que encontró gente con la que hacer que no todo siga igual. Con la que
cambiar las reglas que rigen el tamaño de las cosas.
Y deja ahí flotando esa frase, como si
no fuera nada, como si todo fuera así de simple.
EL SALTO DdA, XVIII/5.294
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