lunes, 19 de septiembre de 2022

LOS NIÑOS SUICIDAS


Valentín Martín

El niño tiene 5 años, la niña le dobla la edad. Y los dos tienen algo en común: el suicidio. El niño dejó una nota diciendo que iba a saltar, la niña saltó.

No hay nadie que ame tanto a la vida como un suicida. Y no hay nada más libre que un suicidio. Salvo en los casos de Aitor y Saray que han sido empujados al suicidio con un zarpazo atroz a sus 5 y 10 años. Hace poco se suicidó Godard en su casa de Suiza, país donde la decisión de irse es respetada legalmente. Supongo que Suiza se ha librado ya de sus demonios históricos, aquellos que en los años 60 cuando íbamos desde aquí cientos de miles de trabajadores a levantarles un país con nuestra mano de obra barata hasta la explotación, les alertaban para esconder a sus mujeres en casa por miedo a los españoles. Suiza miraba a España con un solo ojo, el que le llevaba a considerarnos borbónicos a todos en cuestiones de lujuria. Que fata de estupor. Peor suerte que los suizos tenían los guardeses de Gredos: ellos no podían esconder a sus mujeres cuando Alfonso XIII iba a cazar cabras.

Godard ha decidido irse cargado de vejez, no estaba enfermo, estaba agotado porque vivir cansa. Pero antes de irse se le olvidó decir quién mató a su musa Jean Seberg. Porque es seguro que a Jean Seberg la asesinaron, no se fue hace 43 años por su propio pie como dice la historia oficial francesa. Romain Gary dijo que fue el FBI, por su declarada militancia izquierdista en un país presidido por un general. Puede ser. Es seguro que la obscena máquina de triturar vidas mediante bulos y calumnias no es de ahora. Ella sufrió el linchamiento social y mediático que aseguraba la negritud de la criatura en su vientre. Cuando nació la niña y murió a los tres días, Jean expuso el cadáver blanco y rubio como ella. Pero la gran mentira había hecho ya su trabajo.
Antes de la pandemia se suicidaban cada día 8 españoles. Durante la pandemia la cifra subió. Después de la pandemia no se sabe. Estamos en un país acostumbrado a mirar para otro lado. El suicidio español lo recogí yo en un libro publicado hace 7 años. Y como yo nunca he escrito algo que no haya vivido, me suicidé. Cuando he leído la liturgia del suicidio asistido de Godard en Suiza, he comprobado que es exactamente igual que la española.
No me olvido de los suicidios de Aitor y Saray, dos niños que no pudieron soportar el acoso escolar y el desprecio de sus profesores, por ser diferentes. Mi amor por la madre de Aitor es infinito. Mi amor por los padres de Saray no es más pequeño. Ellos estuvieron solos en la lucha por la vida de sus hijos. Aitor fue arrancado de su colegio en busca de otro donde cumplir 6 años. Saray va a un colegio católico en el que a las alertas de su madre la tutora respondió: aquí no hay ni buylling ni bulan. Y la directora ni recibió a los padres. Ahora que Saray ha saltado por el balcón, el colegio lo lamenta y da gracias a Dios.
Aitor y Saray, después de suicidarse tan niños, le deben la vida por segunda vez a sus padres.
¿ Y los padres de los compañeros de colegio donde sus niños fraguaron el suicidio de Aitor y Saray, con su maltrato diario? Andan a sus asuntos y probablemente se preocupen de que a sus niños no les falten los donuts para el recreo.
Nada extraña en un país donde el gobierno ha tenido que legislar la piedad.

DdA. XVIII/5.269

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