El hasta entonces ministro de Hacienda se había
formado principalmente en medicina, aunque posteriormente había estudiado
química y economía. Negrín tenía claro que las opciones de victoria republicana
pasaban por la maximización de los recursos del Estado, que habrían de
garantizar la provisión de armas y municiones al ejército, pero también los
suministros necesarios para el mantenimiento de la población civil en las zonas
leales, menos productivas y más pobladas que las áreas bajo influencia
sublevada. A las dificultades militares se añadían el oportunismo desleal de
nacionalistas, anarquistas y colectivistas.
Negrín, perteneciente a una familia de comerciantes de
Las Palmas, era un hombre ilustrado que hablaba seis idiomas. Se había formado
en Alemania y era catedrático desde los 30 años. Aunque era un socialista
moderado, un simpatizante del SPD alemán favorable al mercado (fue el primer
suscriptor en España de The Economist), a las libertades
individuales y contrario al comunismo, su relación con el PCE no era hostil. De
él se ha dicho que quiso entregar España a Stalin y, sin embargo, no guardaba
simpatía a la URSS. De hecho, la familia de su primera mujer, que era rusa,
había perdido sus propiedades y se fue al exilio tras la revolución de 1917.
Digo su primera mujer porque Negrín acabaría
separándose. Nunca dejó de atender las necesidades y el bienestar de su
exesposa, incluso cuando ella se esmeró en propagar falsas acusaciones de
infidelidad. Uno de sus hijos, también médico, confirmaría años más tarde que
su madre tenía “una personalidad esquizoide con tendencias paranoicas”. Poco
después de su ruptura matrimonial, Negrín conocería a su gran amor, Feliciana
López, que lo acompañaría el resto de su vida.
El peso creciente de sus competencias políticas obligó
al doctor a abandonar su carrera científica, decisión que lamentarían sus
alumnos, pues Negrín, además de científico, fue un profesor muy querido por sus
estudiantes, entre ellos el futuro Nobel Severo Ochoa. Ochoa alcanzó la gloria
científica lejos de nuestro país, después de que Negrín hubiera facilitado su
salida de España durante la contienda civil en una maniobra diplomática
arriesgada: su pupilo solicitó que lo enviaran a Alemania, una potencia
enemiga.
No fue el primero ni el último que obtendría un
salvoconducto de Negrín para salir de España. El doctor se implicó para que
decenas de personas pudieran partir al exilio, entre ellas intelectuales,
científicos, sacerdotes o profesionales a los que su ideología conservadora o
su fe católica habían puesto en peligro. También ordenó la excarcelación de
Serrano Súñer, cuando se encontraba preso y enfermo en la cárcel de Madrid.
Asimismo, Negrín intercedió por muchos presos anónimos
en las infames checas controladas por elementos sindicales y partidistas, en
ocasiones arriesgando la vida. Después conseguiría clausurarlas y restaurar el
orden en la retaguardia. Los que lo conocieron coincidieron en señalar el
arrojo del doctor, que no dudaba en visitar las zonas más expuestas del frente
de batalla para insuflar ánimo a los soldados republicanos, conocidos como los
“cien mil hijos de Negrín”. Dos de ellos eran, además, hijos suyos en sentido
literal: Juan y Rómulo Negrín servirían en el cuerpo de carabineros y en la
aviación de combate, respectivamente.
Pero quizá sea el “oro de Moscú” la razón por la que
más se conoce a Negrín. Aunque circulan leyendas que involucran al último
presidente de la República en su desaparición, la realidad es prosaica. Al
comienzo de la guerra Negrín ordenó sacar todo el oro del Banco de España para
evitar que cayera en manos de los sublevados en caso de que tomaran la capital.
Los registros de depósitos y movimientos de ese oro, perfectamente
documentados, fueron devueltos al Estado español por uno de sus hijos. Hasta la
última peseta se había invertido en conseguir suministros que permitieran
sostener civil y militarmente a la República, casi siempre a los precios
abusivos que establecía Stalin, debido a la falta de otros apoyos
internacionales.
Durante mucho tiempo Negrín estuvo convencido de que
la República podía ganar la guerra, pero sabía que esa opción dependía de una
intervención aliada en España. Incluso cuando su optimismo y su salud se fueron
apagando, el doctor se esforzó por aparentar fortaleza moral ante los suyos.
Cuando Prieto andaba derrumbándose por las embajadas internacionales y Azaña ya
había perdido la fe, Negrín insistía en que una nueva guerra mundial estaba a
punto de estallar en Europa, y que este conflicto obligaría a una intervención
aliada en España.
También se ha acusado al doctor de prolongar
innecesariamente la guerra para sufrimiento de los españoles. De poner en
marcha, junto al general Rojo, uno de sus más leales y brillantes
colaboradores, campañas militares que no suponían ningún avance republicano.
Eran batallas que pretendían distraer y ralentizar el avance enemigo sobre
Madrid, pues, a partir de 1938, la estrategia republicana habría de centrarse
en ganar tiempo. Negrín no tenía duda de que no cabía pactar una paz sin
represalias con Franco, aunque buscó sin descanso una salida internacional
negociada que reflejó en sus famosos “13 puntos”.
La historia se encargó de vaciar de sentido la
acusación del sufrimiento innecesario. Cuando se consumó la traición de Casado
que entregó la República a los sublevados, tuvo lugar la temida represión
franquista, que historiadores como Antony Beevor han cifrado en 350.000
muertos. La última obsesión de Negrín antes de que la República colapsara había
sido la organización de las evacuaciones masivas, así como la provisión de
barcos que trasladaran a México los fondos necesarios para financiar el exilio.
A finales de ese mismo verano de 1939 se desataría el conflicto en Europa que
Negrín había vaticinado. Para entonces, el doctor ya se encontraba lejos de
España, con la salud muy frágil. Difamado por todos y expulsado de su partido,
moriría en París en 1956.
El PSOE rehabilitaría su figura en 2009, a la luz del trabajo historiográfico de investigadores como Santos Juliá, Ángel Viñas o Enrique Moradiellos. Este último nos ha legado una descomunal obra biográfica del doctor, un retrato mortificante de un hombre de talento desmedido, comprometido, hiperactivo, esperanzado. Y, finalmente, solo, enfermo, traicionado, derrotado. Conocer su vida es conocer un poco mejor la historia de España.
El País DdA, XVIII/5.259
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