Pablo Elorduy
No existe el cuanto peor mejor si tu
vida depende de que no te golpeen, que no te insulten, que no te esclavicen o
te maten por lo que eres, por lo que quieres ser. Así que las noticias que
vienen de Italia son nefastas, sin matices posibles. La llegada del
fascismo a Italia no sirve para enmendar al neoliberalismo y su lógica de
exclusión y desigualdad es, por el contrario, una extensión de ese programa
hacia su lógica más cruel.
Los poderosos de Italia no perdieron
ayer, la bolsa de Milán ha saludado con subidas la victoria de Giorgia Meloni
en las elecciones generales del 25 de septiembre. Como hace cien años, una
parte de la oligarquía se abraza al fascismo. Hoy, la periodista de RTVE Anna
Bosch refería un comentario escuchado en la radio pública italiana: “Soy hombre
y estoy bien integrado, no temo que volvamos al fascismo. Sí tendría miedo, si
fuera mujer, homosexual, negro o inmigrante”.
La historia no se repite, es cierto. Las circunstancias han cambiado desde la Marcha sobre Roma. Meloni encuentra una sociedad más disciplinada allí donde Mussolini encontró un país dominado por el movimiento obrero. Encuentra también un Estado más fuerte, aunque su rumbo sea errático y convulso. Hoy es más difícil asaltar el poder como hicieron las milicias fascistas en 1922. Pero el sentido común de la extrema derecha sigue filtrándose en la conversación política europea y sigue amenazando a quienes no son sus sujetos privilegiados.
La incapacidad de los partidos de la izquierda, especialmente el Partido Democrático, para confrontar esos discursos de odio, contemporizar con la expansión del racismo y entender que el antifascismo en el siglo XXI debe partir desde la diversidad y nutrirse de las experiencias postcoloniales para ser realmente útil, ha llevado a ese espacio a perder siete millones de votos.
Pero la victoria de los herederos del
Movimiento Social Italiano ayer no es una consecuencia de los errores de la
izquierda, es una victoria de los discursos de odio. La victoria de Giorgia
Meloni es la victoria del odio, que se ha extendido en toda Europa como una
falsa solución a la incertidumbre, a la crisis de época en la que están
inmersas las sociedades europeas.
La realidad es que el espacio de la
derecha se ha radicalizado pero no ha crecido. Giorgia Meloni ha vencido en el
norte, se ha comido los votos de la Lega de Salvini. Ha acabado también con
Forza Italia, el partido de Berlusconi. Pero Meloni ya formó parte de un
Gobierno con el propio Berlusconi, y lo que fue un día su partido, llamado
entonces Alianza Nacional, formó parte del Gobierno con el que el dueño de
Telecinco y Cuatro —del imperio mediático de Mediaset— comenzó a desmantelar la
cultura democrática antifascista italiana.
Lamentablemente, seguiremos escuchando
que se requieren más poderes para una figura fuerte que dirija a las
poblaciones a través de la espesura del cambio de época en el que estamos. Tras
unas elecciones con la menor participación en siete décadas, los discursos que
pretenden incrementar las potestades de líderes cada vez menos legitimados,
acarrean el peligro, intencionadamente o no, de allanar los pasos para el
derrumbe de las democracias liberales. Que no son perfectas, pero son
preferibles a todos los gobiernos despóticos.
Es un día de noticias nefastas, también
un día para seguir trabajando en los movimientos, sindicatos y organizaciones
que confrontan al fascismo en la calle, durante todos los periodos entre
elecciones. Que son conscientes del peligro que tiene su asimilación, los
discursos que lo relativizan, los medios de comunicación que los amparan. Por
eso, es importante seguir construyendo el antifascismo del siglo XXI, que será
sin fronteras o no será.
Hoy las compañeras de la Librería Mujeres y Compañía de Madrid, extraían
una cita de Tres Guineas, de Virginia Woolf, que dice ¿Qué derecho tenemos a
vociferar nuestros ideales de libertad y justicia ante otros países, cuando en
nuestros periódicos más respetables encontramos cada día de la semana los
huevos de esa misma serpiente?
Evitemos, pues, enmendar la plana al
pueblo, a la izquierda italiana, y pongámonos a su lado en esta jornada triste.
No hay tiempo que perder para la construcción de una Europa antifascista,
democrática y libre.
EL SALTO DdA, XVIII/5.274
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