Alicia Población
La mañana del pasado 4 de agosto, el Campus Peralada ofrecía una masterclass del compositor Lucas Vidal que nos dejaba con la miel en los labios. El madrileño explicaba con la soltura y el desparpajo que le caracterizan, los inicios en su manera de componer a la hora de enfrentarse al folio en blanco o, en su caso, al template de Cubase. En el proyector, nos mostraba cómo a partir de tres notas aleatorias se puede crear el principio de un tema en muy poco tiempo, como usualmente se le exige desde el sector cinematográfico. Ya durante los cincuenta escasos minutos que duró la masterclass nos dejó muy claras la destreza y agilidad que conforman su temperamento y el alma creativa que le rezuma por los cuatro costados.
La noche de ese mismo día, un oscuro total sumió el auditorio al aire libre del Festival Castell de Peralada. Se escucharon los pasos de los cinco músicos situándose en sus asientos. Cuando el primer foco iluminó el escenario, Vidal ya estaba en el centro del medio círculo que formaban sus compañeros, sumido entre teclados, cables y ordenadores. Esa noche presentaba su primer trabajo discográfico, Karma, (Verve Records), publicado en 2020.
Sobre un fondo rojo se fueron definiendo las siluetas de
Beatrix Zita, viola, Julia Aleksandra Orzechowska, cello, Marta Roca, violín,
Rubén Simeó, trompeta, Gonzalo Esteban, clarinete y Manel Bueno, guitarra. Un
ambiente sonoro que mezclaba la naturaleza y la artificialidad surgió desde el
silencio. La trompeta de Simeó hizo sus primeras apariciones. Al poco de
sumirnos en una especie de trance que, sin embargo, auguraba un despegue
rítmico, Vidal disparó la electrónica. Un bombo nos hizo temblar el estómago y
los subgraves se colaron entre los asientos para hacernos vibrar desde lo más
orgánico.
Mientras sonaban los temas de Karma, como RUN, Happiness o Mist, una serie de
proyecciones se revelaban en el fondo del escenario. La creación de las mismas
corría a cargo de Alain Courthout y se adecuaban perfectamente a las emociones
que suscitaban los temas que iban sonando. A su vez, un espectacular diseño de
luces resaltaba los puntos fuertes de cada una de las composiciones.
Las piezas se vestían de un minimalismo similar al de
compositores como el alemán Max Richter o el islandés Ólafur Arnalds, así como
del estilo propio de músicos del ámbito del cine como Jóhann Jóhannsson, Sufjan
Stevens o Hans Zimmer que, sin hacer un desarrollo armónico demasiado complejo,
conformaban un groso sonoro a base de la suma de capas.
La propuesta
de Vidal es, según el propio creador, un viaje hacia dentro con el que pretende
salir de su zona de confort. La inspiración del proyecto se centra en la
electrónica, un género por el que se ha sentido atraído en los últimos tiempos.
El título del disco obedece a la acción y la reacción que el madrileño afirma
encontrar en cada acto y decisión que tomas en la vida. El objetivo con Karma no es
otro que el de fusionar la música clásica con el género electrónico. Por esta
razón, en sus composiciones se pueden discernir los primeros compases de una
sinfonía de Mahler o el Ave
María sobre el preludio de Bach. Sin embargo, durante
la velada se echó en falta una proporción más equilibrada respecto al género
clásico, ya que lo que destacó fundamentalmente fue la base rítmica propiamente
electrónica que variaba levemente en torno a los 115 y los 120 BPM. Era curioso
ver a todo un auditorio escuchar formalmente desde los asientos una música que,
como poco, incitaba al baile.
Por otra parte, el papel de los músicos en escena se centraba
principalmente en interpretar loops conformados de pequeños patrones melódico-rítmicos que
bien pudiera haber hecho el mismo Vidal desde el ordenador. Incluso las
intervenciones solistas de la trompeta, el violín o el cello se ceñían estrictamente
a lo escrito en las partituras que leían, sin dar rienda suelta a la
creatividad de los propios artistas. En este sentido la propuesta quedaba falta
del componente humano que hubiera hecho más auténtica la fusión que buscaba
Vidal. De igual modo, a pesar de que las intenciones del compositor eran las de
dar protagonismo a la música, la puesta en escena quedaba falta de dinamismo y
se advertía un notable vacío en el escenario, especialmente cuando dejaban de
tocar los músicos.
En definitiva, fue un recital fuera de lo común, arriesgado
dentro de la programación del festival, que no era especialmente innovador,
pero que presentaba una cohesión de estilos y mostraba un proyecto en el que
volvía a verse el carácter creativo y la curiosidad de un compositor con miras
de futuro.
*Ritmo DdA, XVIII/5.239
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