Una vez más, en su semanal columna dominical publicada en Infolibre, el poeta y escritor Luis García Montero nos ofrece uno de sus magníficos artículos. Las suyas, con las de Manuel Vicent, son de las mejores columnas que se publican actualmente en la prensa española. (Por cierto, Sánchez Harguindey aporta hoy una cita de Vicent que no me resisto a transcribir: "El periodismo es la expresión del derecho de los ciudadanos a estar informados. La credibilidad es el único patrimonio de los periodistas, pero, en este oficio lleno de aventureros y de gente sabia, rige un principio maldito: el éxito de un periodista consiste en ser leído. Este principio todo lo distorsiona. Algunos son capaces de cualquier iniquidad con tal de conseguir ese deseo"). "Llevamos años defendiendo que la conciencia cívica hace imposible separar la ciencia, la técnica y las humanidades, dice Montero en su artículo. Si el conocimiento quiere ponerse al servicio de la sociedad, de cada una de las personas que la componen, no puede convertirse en un negocio. El saber es algo más que una mercancía. El deterioro de la sanidad y la educación es el mayor peligro del bien común, una lógica que maltrata las razones de un mundo cuidadoso, una dinámica habitada por enemigos íntimos de la poesía, gente sin fe en la dignidad de las palabras, los ordenadores, los cuerpos y los laboratorios. Ni sentimientos sin razón, ni razones sin sentimientos".
Luis García Montero
Segunda quincena de agosto. Quiero dormir un rato, un minuto, un siglo, / pero que todos sepan que no
he muerto. Suelo recordar estos dos versos de
Federico García Lorca todos los años en Baeza, cuando el aniversario armado y
desalmado de su ejecución me sorprende en el curso de poesía que desde hace
años organiza allí la Universidad Internacional de Andalucía. Numerosos
alumnos, poetas y profesores nos reunimos para meditar sobre el presente y el
pasado de un género que se mezcla con la historia y con todas las palabras de
la vida.
Mi primer
recuerdo poético de Baeza data de 1983, cuando acompañé a Rafael Alberti y
Aurora de Albornoz a un homenaje que se dedicaba a Antonio Machado. Se trató de
un acto de afirmación democrática frente al pasado del franquismo, porque 17 años antes la Ley de Orden
Público de la dictadura, sus grises y su Brigada Político Social, había
impedido otro homenaje: la colección de un busto del poeta realizado por el
escultor Pablo Serrano. Amenazas, pistolas, multas y detenidos
La España oficial era incompatible en 1966 con la figura cívica de don
Antonio. Se sabía mucho mejor representada por la
imagen de Fraga Iribarne en bañador, en la playa de Palomares, metido en aguas
y en miseria, demostrando que no se corría peligro después de que dos aviones
del ejército norteamericano chocaran en pleno vuelo con cuatro bombas
nucleares. Parece ser que esas bombas tenían 75 veces más poder de destrucción
que la arrojada sobre Hiroshima.
Estaba yo
convencido en 1983 de que los dictadores y los demagogos hacen bien en temer el
poder de la poesía. No destruye ciudades, pero genera una rebeldía íntima contra las mentiras, las represiones y las
injusticias que ensucian el mundo. Como sigo
manteniendo esa militancia lírica, me conmueve pasear por las calles de Baeza,
pasar por delante del Instituto en el que Antonio Machado daba clases de
francés o por la casa en la que escribía, convivía con la pérdida de Leonor y
soñaba una España distinta a la patria de charanga y pandereta que cubría con
retóricas nacionales la humillante existencia de la desigualdad, la pobreza y
la soberbia impudorosa de los ricos.
El fuego de los
sueños pasa de unas manos a otras. Gracias a los viajes de estudios que
organizaba la Universidad de Granada, el joven
estudiante Federico García Lorca pudo conocer a Machado en Baeza. Músico y poeta, andaba ya descubriendo que es mejor ponerse de parte de
los que aman que de los que odian, cerca de los que sufren y con los ojos y los
oídos abiertos a las palabras de Rosalía de Castro, Juan Ramón Jiménez o los
campesinos de los campos andaluces. El fuego de esos sueños es el que sigue
alentando en Baeza cada verano, en unas aulas por las que han pasado ya muchas
voces. Baeza y la lentitud humana de un tiempo almado desarmado,
dispuesto a pensar en el sentido de la vida humana.
Este año se ha
presentado en el curso el libro A ras de suelo. De la ciencia a la poesía
transitando por el cáncer de mama (El ojo de Poe, 2022), una antología
preparada por Margarita García Carriazo y Laia Bernet Vegué, dos médicas que
investigan y tratan la enfermedad. Han hecho un trabajo emocionante, dedicado
“A nuestros pacientes, mujeres y hombres, cuya vida cruzó y cambió la nuestra”. Cualquiera
que haya sentido la vocación educativa podría decir lo mismo de su alumnado.
Llevamos años
defendiendo que la conciencia cívica hace imposible separar la ciencia, la
técnica y las humanidades. Si el conocimiento quiere ponerse al servicio de la
sociedad, de cada una de las personas que la componen, no puede convertirse en
un negocio. El saber es algo más que una mercancía. El deterioro de la sanidad y la educación es el mayor peligro del
bien común, una lógica que maltrata las razones de un mundo cuidadoso, una
dinámica habitada por enemigos íntimos de la poesía, gente sin fe en la
dignidad de las palabras, los ordenadores, los cuerpos y los laboratorios. Ni
sentimientos sin razón, ni razones sin sentimientos.
En Baeza hablamos de la necesidad de cuidarnos, de escucharnos, de sentir
alegrías o padecer en común. Y cuando me despido de sus calles,
de su instituto, su catedral y su plaza porticada, me gusta recordar a Antonio
Machado y Federico García Lorca. Quiero dormir un rato, un minuto, un siglo, /
pero que todos sepan que no he muerto. Se hace camino al andar.
DdA, XVIII/5.247
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