lunes, 29 de agosto de 2022

ACEITE PARA EL PAN DE MIS HIJOS



TONI ÁLVARO

Mira, papá, un olivo de tu tierra, la Sierra de Espadán. Nosotros teníamos algunos por ahí, pocos, montando guardia en sus bancales, escondidos por el monte. Apenas daban para prensar unas perras más chicas que gordas. El abuelo no llegaba ni de lejos a aceitunero altivo, pero les tenía cariño y recordaba el lugar exacto en el que se encontraban, organizando aquellas excursiones de pan, queso y vino por senderos estrechos y zarzales empeñados en agarrarse a mis pantalones para disgusto de mamá.
Cuando el abuelo ya no estaba para grandes caminatas repartisteis las desperdigadas posesiones entre los dos hermanos para venderlas o regalarlas a conocidos que seguían viviendo en el pueblo. Poco después, el abuelo empezó a convertirse en olivo. ¿Recuerdas? Empeñado en seguir yendo a recoger tomates (y qué iba a hacer, si sólo aprendió a pisar terrones, doblar el espinazo y acariciar frutos) se cayó en una acequia y se rompió la clavícula derecha. Ya no se recuperó. Se negó a hacer los ejercicios de recuperación y se fue retorciendo, encorvándose en el sillón. Hizo de la cama su bancal y allí se sumió en la eternidad de los olivos.
Tú también ibas para olivo, papá, que ni la fábrica ni el barrio te quitaron el aroma a intemperie y sierra estrellada. Ibas para olivo regado por mamá cuando una caída absurda te taló de la vida y te dejó en raíces, esas desde las que sigo creciendo, bebiendo esa savia de tierra callada, trabajo y sudor que dejasteis para que pueda ser fruto, aceituna que elogia a la tierra y da gracias al árbol, aceite para el pan de mis hijos.

DdA, XVIII/5.253

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