Octavio Colis
En las cajas
de cartón en las que he metido los dibujos y recortes de prensa referidos a mi
trabajo en El País, he colocado en una de las tapas un dibujo de referencia, el
primero que publiqué en ese medio, a mediados de mayo de 1985, que titulé:
Madrid, navegable. Es un dibujo tranquilo y pacífico (coloreado ahora, se
publicó en blanco y negro) que nada tiene que ver con el último que publiqué en
ese mismo medio sobre la ciudad de Madrid a principios de 1989, éste último lo
he pegado en la tapa de la segunda caja.
Y con esto
doy por finalizado el inventario de mi trabajo en ese periódico y en esa época
de los 80s. Con Moncho seguí trabajando mucho, de muy diversas maneras. Era un
trabajador incansable y nunca dejaba de proponer ideas y de hacer cosas. Era
fundamentalmente periodista, aunque escribió y publicó libros, compuso
canciones (para él y para otras personas), actuó como vocalista y grabó discos,
dirigió cine, escribió guiones, teatro y poesía… Con él hice la tira y viñetas
de El Señor Morales que publicamos en un periódico digital. Y, por esa época de
los primeros dosmiles, nos propuso a Javier Barquín y a mí (y supongo que a
otra gente, pero no lo sé) un idea muy suya. Resulta que estaba trabajando él
entonces en un programa matinal de Antena3, una de esas tertulias, y a él le
tocaba hablar de cine (entre otras cosas). Y su idea era ir los tres de vez en
cuando a ver películas de estreno, Javier él y yo, y luego nos invitaba a cenar
y charlábamos sobre la película, él tomaba apuntes, y por la mañana del día
siguiente, en la tertulia, desgranaba con naturalidad todo eso que habíamos
hablado la noche anterior, como si se le fuera ocurriendo. Era un gran
improvisador, recuerdo que trabajamos un grupo de amigos con él en Onda Cero,
en una radionovela delirante, de la que escribía los guiones en el tren que le
traía de Segovia a Madrid algunos días de la semana, y que terminaba en la
misma sala de grabación, y nos los repartía un poco antes de emitirse el
programa, cosa que nos ponía cardíacos, pero a él no, era tranquilo, muy
tranquilo.
Con el tiempo fueron arrinconándolo
en los mismos medios en los que había trabajado con tanto éxito, y lo hicieron
incluso algunas personas que él mismo había encumbrado. Mi recuerdo de él es
constante. Te echo de menos, querido amigo.
DdA, XVIII/5.223
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