viernes, 8 de julio de 2022

DOÑA RAMONA DE ALONSO VEGA, LA CAMILA, LA MUJER DEL PALCO DEL BERNABEU



Valentín Martín

CAMILAS

Santi Nolla, ese buen periodista catalán, recordaba el otro día el suceso del palco madridista una vez terminada la final de Copa en la que el Real Madrid cayó derrotado ante el Barcelona. Doña Ramona, la mujer del general Camilo Alonso Vega, ministro de Gobernación y responsable del orden público, se dirigió a Bernabeu, el corneta de Franco que presidía profesionalmente al Real Madrid y que un día a mí me llamó maricón.

- Ay, qué pena, Santiago, hemos perdido.
Su marido que estaba al lado advirtió a su señora de que ignoraba al presidente del Barcelona, el ganador. Y doña Ramona reaccionó enseguida,
- Ay, es verdad, porque Barcelona también es España ¿ no?
El presidente del Barcelona, Narcís de Carreras, utilizó el catalán para mandarla a la mierda.
- Senyora, no fotem.
Eran tiempos en los que Francia ardía por los cuatro costados del Mayo del 68 donde los jóvenes comunistas franceses perdieron esa batalla y con ella tal vez perdimos todos la guerra. En un debate en televisión con el pope Victoriano Fernández de Asís, un gallego formado en la universidad de Salamanca, que tenía la edad de mi madre y una pasión más escéptica que tranquila, me sorprendió al ponerse de mi lado. Yo era un alevín recién caído del nido, que extrañamente sabía volar.
Los estudiantes franceses perdieron ese Mayo del 68 porque les abandonaron los obreros. Ese fue el diagnóstico de Fernández de Asís.
Aquí en España, las cosas empezaban a cambiar. Pero veníamos de una noche larga y oscura donde las mujeres no eran visibles, salvo las de la Sección Femenina con sus perversiones ideológicas. Pero algunas mandaban mucho, como Carmen Polo y la mujer del palco del Bernabeu que encendió la cólera de Narcís de Carreras.
Carmen Franco se encargaba de nombrar obispos, que no era moco de pavo porque los obispos de entonces ejercían de jefes provinciales del Movimiento, lo mismo que los párrocos habían tomado las alcaldías.
Doña Ramona, más conocida por La Camila, se ocupaba de la moral. Y así iba por los cines, por los teatros, vigilando lo que aquellos perillanes cómicos se traían entre manos. El poder de La Camila era infinito. Si ordenaba cerrar un cine, clausurar un teatro, su orden se cumplía. Y mandaba al paro y al hambre a familias y sagas que durante tiempo habían empleado sus fuerzas e invertido su dinero en un proyecto que, partiendo de Madrid, recorrería España. La Camila podía triturar en un minuto todo un año de trabajo.
Ahora mismo hay mujeres sacando del olvido a otras mujeres que coincidieron en el tiempo con Polo y La Camila. Y se remontan más atrás aún. Agradecidos todos a Pepa Merlo por su entrega a esa labor justiciera con la memoria - o la desmemoria- de tantas mujeres. Más agradecido yo porque Pepa Merlo colabora en mi próximo libro. Agradecidos a Tania Balló por embarcarse en una tarea parecida. Agradecidos a José Luis Ferris por romper la igualdad y poner en sus libros muchas más mujeres que hombres.
Pero no olviden ellas, él, y nosotros todos ustedes que hay camilas de bolsillo que se arrogan el protagonismo de dictar normas de conductas y aprobar o suspender el sentido de la vida de la comunidad. La tentanción por ser reinas chiquitas no la borra ni el republicanismo de que alardean. Del feminismo, tan necesario, ni hablamos. Tengo varias amigas y muchas compañeras. Nos amamos a diario, nos compartimos a diario, nos sabemos de tanto vaivén donde estamos los unos en los otros, peleamos juntos. Son sencillas, cultas, nobles y humildes. La soberbia es para los mediocres, y las mujeres mediocres no se libran de ella sino que la multiplIcan. Para las primeras, mi casa y mi corazón, como canta mi amigo Luis Pastor.
Para las camilas actuales, como no sé catalán, les hago un Bogart como la copa de un pino.

DdA, XVIII/5215

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