sábado, 11 de junio de 2022

LA BOMBA DE LA CUESTA DE BEGOÑA*

 


Félix Población

Mi crianza en esta histórica villa estuvo muy marcada por el silencio que sobre la guerra mantuvo mi familia, como tantas otras donde se sufrió la represión franquista. Era ese un recuerdo que no estaba al menos al alcance de mi escucha, por lo que su desconocimiento resultó muy estimulante para espolear retrospectivamente mi imaginación.

Pensaba yo en aquellos distantes años que la guerra había sido en extremo destructora para la ciudad en la que vivía, sin que constaran de ese aciago periodo más que las virtudes y hazañas batalladoras y redentoras del bando sublevado y vencedor (con los héroes del cuartel de Simancas erigidos en adalides), pues suya y única era la historia y la formación del espíritu nacional que se nos inculcaba en los colegios, como ocurre en toda dictadura.

Tuvieron que pasar muchos años, demasiados, hasta que fuimos conociendo la realidad de lo ocurrido y un balance aproximado de la destrucción perpetrada, así como de los nuevos edificios que se construyeron sobre los viejos que habían sido derribados. Así, en la plaza del 6 de Agosto, por donde yo pasaba a diario para acudir al Grupo Escolar Jovellanos, había tres construcciones levantadas en la posguerra, las dos que siguen delimitando la embocadura de la calle Corrida, y una tercera, ya desaparecida, que hacía esquina con la calle Fernández Vallín (Cuesta de Begoña), frente al edificio racionalista de Correos y Telégrafos, en cuyos bajos estaba la cafetería La Fragata.

Desconozco si la fotografía que hizo Constantino Suárez durante la guerra, en la que aparece un edificio destruido por una bomba de la Legión Cóndor, poco más arriba del edificio de Correos, pudo afectar al caserón de dos plantas en donde estaba afincada la sastrería El Pasaje, una de cuyas fachadas daba a la plaza 6 de Agosto y que, por su céntrica ubicación, debió de contar con una selecta y nutrida clientela, según estilaba la publicidad de la época. En la imagen del edificio bombardeado (que no puedo publicar) se puede apreciar el rótulo de la pastelería cuyo nombre es toda una referencia para el goloso paladar astur: Camilo de Blas.

Subiendo por esa misma acerca de la derecha de la Cuesta de Begoña se encontraba, según referencias familiares, uno de los no pocos refugios antiaéreos con los que contó la ciudad para preservar la vida de sus vecinos durante los bombardeos por mar y aire del bando sublevado, que fueron especialmente intensos a mediados de agosto de 1936, un mes después de iniciada la guerra.

Nada de eso sabía el guaje tímido y observador que cada mañana acudía puntualmente a su colegio, a finales de los años cincuenta, creyéndose conductor de una potente locomotora a vapor.  Fue en esos trayectos cuando ese pequeño empezó a familiarizarse con la perspectiva urbana gracias a la imagen que refleja más o menos esa misma plaza en los inicios de los años setenta, similar a la de su niñez.

El camino de ida solía hacerlo aquel alumno de don José Suárez, excelente maestro del mencionado centro escolar, por esa misma acera de la derecha, admirado del confortable aspecto que presentaba la entrada del gran hotel Hernán Cortes -donde se hospedaban los futbolistas del Real Madrid cuando jugaban en El Molinón-, sin suponer que en ese punto de la ciudad buscaron refugio alguna vez mis abuelos cuando atronaba el cielo con su carga de muerte la aviación nazi.

No deberían quedar sin memoria aquellos lugares de la villa donde la población civil empezó a sufrir las masacres aéreas, pocos años después tan generalizadas y atroces durante la segunda Guerra Mundial.

*MiGIJÓN  DdA, XVIII/5192

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