Félix Población
Mi crianza en esta histórica villa estuvo
muy marcada por el silencio que sobre la guerra mantuvo mi familia, como tantas
otras donde se sufrió la represión franquista. Era ese un recuerdo que no
estaba al menos al alcance de mi escucha, por lo que su desconocimiento resultó
muy estimulante para espolear retrospectivamente mi imaginación.
Pensaba yo en aquellos distantes años que
la guerra había sido en extremo destructora para la ciudad en la que vivía, sin
que constaran de ese aciago periodo más que las virtudes y hazañas batalladoras
y redentoras del bando sublevado y vencedor (con los héroes del cuartel de
Simancas erigidos en adalides), pues suya y única era la historia y la
formación del espíritu nacional que se nos inculcaba en los colegios, como
ocurre en toda dictadura.
Tuvieron que pasar muchos años, demasiados, hasta que fuimos conociendo la realidad de lo ocurrido y un balance aproximado de la destrucción perpetrada, así como de los nuevos edificios que se construyeron sobre los viejos que habían sido derribados. Así, en la plaza del 6 de Agosto, por donde yo pasaba a diario para acudir al Grupo Escolar Jovellanos, había tres construcciones levantadas en la posguerra, las dos que siguen delimitando la embocadura de la calle Corrida, y una tercera, ya desaparecida, que hacía esquina con la calle Fernández Vallín (Cuesta de Begoña), frente al edificio racionalista de Correos y Telégrafos, en cuyos bajos estaba la cafetería La Fragata.
Desconozco si la fotografía que hizo
Constantino Suárez durante la guerra, en la que aparece un edificio destruido
por una bomba de la Legión Cóndor, poco más arriba del edificio de Correos,
pudo afectar al caserón de dos plantas en donde estaba afincada la sastrería El
Pasaje, una de cuyas fachadas daba a la plaza 6 de Agosto y que, por su
céntrica ubicación, debió de contar con una selecta y nutrida clientela, según
estilaba la publicidad de la época. En la imagen del edificio bombardeado (que no puedo publicar) se
puede apreciar el rótulo de la pastelería cuyo nombre es toda una referencia
para el goloso paladar astur: Camilo de Blas.
Subiendo por esa misma acerca de la
derecha de la Cuesta de Begoña se encontraba, según referencias familiares, uno
de los no pocos refugios antiaéreos con los que contó la ciudad para preservar
la vida de sus vecinos durante los bombardeos por mar y aire del bando
sublevado, que fueron especialmente intensos a mediados de agosto de 1936, un
mes después de iniciada la guerra.
Nada de eso sabía el guaje tímido y observador
que cada mañana acudía puntualmente a su colegio, a finales de los años
cincuenta, creyéndose conductor de una potente locomotora a vapor. Fue en esos trayectos cuando ese pequeño
empezó a familiarizarse con la perspectiva urbana gracias a la imagen que
refleja más o menos esa misma plaza en los inicios de los años setenta, similar
a la de su niñez.
El camino de ida solía hacerlo aquel
alumno de don José Suárez, excelente maestro del mencionado centro escolar, por
esa misma acera de la derecha, admirado del confortable aspecto que presentaba la
entrada del gran hotel Hernán Cortes -donde se hospedaban los futbolistas del
Real Madrid cuando jugaban en El Molinón-, sin suponer que en ese punto de la
ciudad buscaron refugio alguna vez mis abuelos cuando atronaba el cielo con su
carga de muerte la aviación nazi.
No deberían quedar sin memoria aquellos lugares de la villa donde la población civil empezó a sufrir las masacres aéreas, pocos años después tan generalizadas y atroces durante la segunda Guerra Mundial.
*MiGIJÓN DdA, XVIII/5192
No hay comentarios:
Publicar un comentario