Quique Peinado
El otro
día tuve el privilegio de que me invitaran a la fiesta del 50 aniversario de Hora 25, ese
programa de los grandes de la Cadena SER que comanda una persona joven.
Allí, además de poder sentarme entre mis dos analistas políticos favoritos de
España, Facu Díaz
y Héctor de Miguel, pude hacer lo que se debe hacer en estos
eventos: tomar vino y preguntar a toda la gente interesante que está allí, que
es toda. Por contar escenas que vi y que no esperaba, presencié cómo Cuca Gamarra tarareaba una
canción de Miguel Ríos. Todavía a veces me pregunto cómo coño he
acabado yo en estos sitios, pero lo disfruto igual.
El
caso es que allí se encontraba una nómina nada despreciable de ministras, diputados y
presidentas autonómicas, pero quien más quien menos,
entre vino y risa, el tema de conversación eran el papá y la mamá del espacio de la izquierda a la
izquierda del PSOE, ambos presentes en el lugar: él en calidad
de colaborador estrella de Hora 25 y ella en el
papel de máxima representante del Gobierno en el acto.
De
nuevo, una vez más, el tema de conversación era si habría que elegir entre papá y mamá. Sin
duda, uno de los ejercicios más crueles que se le pueden proponer a un ser
humano, y el ser humano izquierdoso español lleva unos años metido en esta
dinámica, con sus liderazgos obligando a escoger bando, con el resultado esperado de
una amplia masa de gente decidiendo que no va a elegir y huyendo del sacrosanto
espacio de la izquierda más izquierda institucional. Como parece que pasan los
años y aquí nadie aprende, como volvemos a ver liderazgos instalados en
dinámicas que se han mostrado como fracasadas, tengo la certeza de que en esta
ocasión la elección del votante si le obligan a elegir entre papá y mamá será independizarse.
Es que
llegados a este punto no quiero ni opinar sobre quién tiene razón (o razones) y
en qué. No lo voy a hacer porque sería comprar un marco discursivo que lleva a
quienes enarbolan la bandera de "la gente" a hacer todas esas cosas que "la
gente" ya les ha dicho que no quiere y que, además, perjudicarán a los
intereses de "la gente" en unos momentos especialmente delicados.
Tengo
claro que quienes son potenciales votantes de este espacio, que son más
que los que lo votaron en las últimas elecciones, no solo no quieren
tener que elegir entre papá y mamá, es que no quieren ni siquiera a todas y
cada una de las personas que plantean las cosas en esos términos. Hemos llegado
a un punto en el que hay que limpiar dinámicas, cambiar rumbos y reempezar ese proceso de
escucha en el que "la gente" dirá que se acabó elegir. Que u os
ponéis de acuerdo o que no contéis con nosotros. Y que, para que eso ocurra,
tendrán que desaparecer actitudes que, simple y llanamente, van contra "la
gente" enarbolando su nombre.
Está
claro que Yolanda
Díaz es quien debe liderar el proceso. Es evidente, también,
que no debe tener un cheque en blanco y que debe reconocer lo que se ha hecho
hasta ahora de manera justa. Pero, desde luego, todos y todas ya tenemos claro
que no permitiremos más sainetes, más guerras de egos (que los hay en los dos
bandos) y más gente poniendo sus siglas (y las siglas son fetiches) por delante
de los intereses de los ciudadanos. En la configuración de Unidas Podemos hubo mucha generosidad. Ahora
toca hacerlo más, porque Yolanda Díaz tiene razón en que hay que retejer la
confianza de la ciudadanía en el artefacto político que ha de presentarse a las
próximas elecciones. Es un proceso difícil, cansado, posiblemente doloroso y
que hay que ser muy generoso para liderar. Pero la generosidad tiene que venir
de todas partes. Y digo todas porque son todas. Porque en esta columna se
entiende que todo el mundo tiene parte de la razón aquí. Hay que transitar este
proceso con unidad y con éxito por muchas razones, pero sobre todo por una: la
gente ya no va a pasar una más. U os ponéis de acuerdo u olvidaos de "la gente"
por un tiempo. Un largo tiempo.
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